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210 – Alfombras, marihuanos y nihilismo, parte 2

Publicado el 25 de enero de 2024

Este envío iba a ser una remake de una sección que hice en la radio hace muchos, pero muchos años ya que se llamaba Cien razones por las que El gran Lebowski es la mejor película de todos los tiempos.

Pero no va a ser así.

“Pucha”

Viste que a mi no me gustan mucho las remakes.

Bah, en realidad se podría hacer, y hasta sería más fácil, porque tendría solo que enumerar los miles de detalles que tiene la película: la banda alemana Autobahn, “esto es lo que pasa Larry”, “Callate la boca, Donnie”, la lata de café que dice “tostado” llena de cenizas, qué se yo, son miles.

Pero quizás lo que nos debamos preguntar, a más de veinticinco años del estreno de ¿la major? película de los hermanos Coen sea ¿cuál es el truco? ¿por qué la generación anterior, la mía y la posterior juran sobre esta película como si fuera una biblia?

Bueno, primero porque lo es. Parte del misterio resuelto. Pero hay algo más. Bah, varias cosas más.

“Y dale con el misterio”

Porque para que algo una a los generación equis con los millenials e incluso con los centennials es que hay un mensaje que está ahí abajo, que funciona casi como un silbato de perro para todx aquel que tenga entre tal y tal edad.

Y de eso voy a terminar hablando hoy, de cómo El gran Lebowski (The BIg Lebowski, 1998) funciona como un puente generacional y una crítica feroz a todo lo que pasó con Estados Unidos con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.

“Pero es una comedia de fumados”

Por arriba lo es. Por debajo hay otras cosas.

“Esto ya es como QAnon”

No te pedí tanto. Empecemos por esto–

Cuando recién lo conocemos, yendo a comprar leche con un cheque para hacer su White Russian, en la tele está Bush explicando por qué mandó tropas a Irak, diciendo que “Esta agresión no será tolerada”

Esta es la misma frase que él va a usar, agregando su “… man” característico cuando emprenda ese ¿camino del héroe? en busca de su alfombra.




Si querés nos metemos en el hoyo conspiranoico de que el cheque que escribe el Dude mientras escucha a Bush está fechado 11 de septiembre, pero vos viste que acá nos gusta avivar, pero no andar desconfiando. Volvamos a la alfombra–

Porque, como cuando jugábamos al Guaso con el querido Seba De Caro, el acertijo para adivinar a El gran Lebowski era “Al guaso le mean la alfombra”

Y esto puede parecer tonto, a la luz de los veteranos de guerra, de la critica a la sociedad yanqui de los noventa que hace la película y todo eso, pero es basal: la alfombra “ordenaba bien el ambiente” y era suya. Hay algo del sentido de propiedad que esta presente a lo largo de la película que es innegable.

La alfombra funciona, además, como una injusticia frente a la que, un personaje que luchó por sus y los derechos de los demás en los años setenta, debe pararse más de dos décadas después y hacer algo.

Pero él no se da cuenta solo de esto: lo ayuda a reflexionar su amigo Walter, que no anda muy bien desde que volvió de Vietnam (la misma guerra contra la que protestó Lebowski en la universidad) y lo convence de que pase a la acción.

Sí, podemos encontrarle un camino del héroe, pero qué se yo, no todos lo tienen.

Pero no nos distraigamos de la verdadera magia de Lebowski, que es que logra, con mi amistad con Walter, unir ese puente que nació quemado entre antibelicistas y veteranos.

Así es como esta bola de rencor y agresión que es Walter y ese personaje al que todo le resbala que es Lebowski se dan cuenta de algo fundamental: este error debe ser remediado.

Pero poco después, la alfombra no es más que red herring (ya hablamos de esto, no volvamos sobre el pasado (?)) porque la acción se mueve a encontrar al verdadero Lebowski, que creen era el verdadero receptor de la acción sobre nuestro Lebowski.

El viejo Lebowski, al que nuestro Lebowski le roba la alfombra queriendo equilibrar las cosas, se apura por decirle que “Su revolución ya terminó” y que “Perdieron los vagos”

Conoce en esa “justicia por mano propia” a Bunny Lebowski y a los nihilistas que, pensado de alguna manera, quieren lo mismo que él, pero de otra forma.

Tanto que nuestro Lebowski va a terminar siendo el encargado de pagar el rescate por el ¿secuestro? de Bunny.

Y acá deberíamos desviarnos un segundo, porque los nihilistas quizás también quieran guita (como nuestro Lebowski, el otro Lebowski y como todos en esta película y quizás este mundo) pero están en las antípodas de lo que Lebowski piensa, porque no creen en nada.

Su papel es hilarante, y compite con Walter en el nivel de desconexión y comic relief, si se quiere.

A su vez, y quizás sea lo más importante de estos personajes a los que no parece importarles nada, es la crítico que los Coen hacen de la cultura de los años noventa, una idea de “no creer en nada” que se expandió por todo el globo, y del que los post Guerra Fría hicieron un credo.

Este no creer en nada colisiona con el haber creído en algo de Lebowski, haciendo carne la idea de que ambos, en el fondo, quieran lo mismo.

Pero volvamos un segundo a Bush, que estaba en el principio y a algo que pasó después de la película. Para cuando sacó las tropas de Irak, una guerra que supuestamente “ganaron” dijo en un discurso que “Se había evaporado el fantasma de Vietnam”

Puesto en contexto, en una película donde un fumado puede ser amigo de un ex combatiente (algo que incluso el cine nos enseñó que deja a una persona en el rol de paria antisocial, sea este Travis Bickle o John Rambo, medio que da lo mismo) quizás se pueda poner más en consideración, sobre todo si tenemos en cuenta que los ex combatientes yanquis siguieron locos, suicidas adictos y armados como antes de la guerra de Irak.

Lo que El gran Lebowski viene a proponer, en el fondo, es un sueño.

“Muy bien puesto”

Gracias, sabía que lo ibas a apreciar.

Un sueño de un Estados Unidos unido, amistoso, al que la vida le puede jugar una mala pasada (la alfombra) e igual sale en busca de lo que cree que es justo (la aventura).

Por eso, que haya salido justo en 1998, un año antes de que las películas nos empezaran a mostrar “lo que podrían haber sido” (más de esto en un segundo) la vuelve premonitoria y paradigmática.

El gran Lebowski se estrenó justo un año antes de El club de la pelea (Fight Club, 1999) de David Fincher y Magnolia (1999) de Paul Thomas Anderson, dos exponentes, cada una por su lado, de lo que podría haber sido Hollywood.

Por un lado, tenemos una película nihilista cuyo final feliz es ver una pareja tóxica feliz de ver todo arder (o demolerse, para el caso es lo mismo), por el otro una película larguísima con citas bíblicas y miles de historias corriendo en paralelo.

Pero, sabrás si sos de leer estos envíos, que ese Hollywood picante, experimental y lleno de ideas dementes se terminó la mañana del 11 de septiembre de 2001.

Sí, casualmente la misma fecha que Lebowski escribe en el cheque tres años antes,

Pero, justamente, citando a Magnolia: “Me gustaría creer que fue tan sólo una mera casualidad”

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