Bueno no tan así, en realidad sí la primera parte… y la segunda también. A principios de la década de 1990 se estrenó Hudson Hawk: El halcón anda suelto (Hudson Hawk, 1991)—![]() — del laborioso Michael Lehmann, un proyecto personal de Bruce Willis en un primer intento de gestar una película desde la premisa, llamado en la industria vanity project, un término utilizado peyorativamente para definir una producción motorizada por el ego de un actor: aquí tenemos un caso que salió muy bien. Recordemos ese contexto de un Hollywood a las puertas de su época de oro con películas cada vez más grandes, quizá con Titanic (1998) como la cima de todo un período trazado por la abundancia económica. Más cerca de eso estaban el éxito de Duro de matar (Die Hard, 1988), su secuela y otras producciones en el horizonte próximo para Willis, lo único que le faltaba para completar todos los casilleros de estrella de cine era ponerse en ese papel de demiurgo con una película. Lejos del prestigio, el actor llamó al guionista de Steven E. De Souza (el de Duro de matar) y al director Lehmann, una joven promesa con dos comedias deformes en su haber: Escuela de jóvenes asesinos (Heathers, 1990) y Magot (Meet the Applegates, 1990). El realizador trajo consigo a su guionista Daniel Waters, colaborador de sus dos películas anteriores. Así se armó algo muy habitual en un proyecto ambicioso, el cual obliga a encastrar piezas que no siempre quedan bien fijas ni mucho menos carecientes de una rebaba de egos. Recordemos la tarea de mediador obligado que recayó sobre Brian De Palma en Misión: imposible (Mission: Impossible, 1996) para generar algún halo de armonía entre David Koepp (su guionista) y Robert Towne (el guionista de Tom Cruise, el productor y estrella de la película). Hacer una película y que se pueda estrenar es un milagro, como espectadores estamos acostumbrados a recibir el resultado final de todo un proceso, el cual requiere de muchos ejes en sintonía para alcanzar un efecto deseado e incluso así no siempre el consenso de la recepción es positivo. Con Hudson Hawk: el halcón anda suelto sucedía que, si eras un niño o preadolescente en los años noventa, no te la ofrecía nadie. Ni siquiera el del video club, aunque ya hubieras visto todas las de Bruce Willis. En la tele la pasaban en horarios marginales y los spots te la vendían como una de acción clásica. Así entré a esta película maravillosa e incomprendida por muchos. El escenario de un hombre que sale de la cárcel luego de cumplir su condena es bastante recurrente, desde ese punto de partida puede trazarse una historia de venganza, una de redención, una de un hombre ubicado en un mundo nuevo totalmente desconocido para él y así podemos seguir con la enumeración. No todo es un arquetipo, también está el sentido del tono porque no es lo mismo Julio Chávez en Un oso rojo (2002) de Adrián Caetano que Bruce Willis aquí, interpretando a un ladrón de guante blanco y jovial encarcelado por una trampa. A pesar de ello no hay un espíritu vengativo ni rencoroso, su motivación es reinsertarse en la sociedad y alejar por completo su pasado delictivo. Su compañero de aventuras, Tommy Five-Tone (en la piel de Danny Aiello) es el encargado de llevarlo por un tour de la nostalgia de los lugares que visitaban, pero también de presentarle un mundo nuevo a Hudson. Si recordamos ese pasaje de los años ochenta a los noventa, existía en el ambiente una sensación de cambio por un futuro tecnológico voraz que estaba a la vuelta de la esquina y nos esperaba con autos voladores y computadoras capaces de organizarte la vida. Toda esta información encapsulada recibe el propio protagonista, quien además se siente un dinosaurio frente a este supuesto progreso. Si tenemos en cuenta que su hábitat era la Nueva York de los ochenta, el cambio después de una década lo ubica casi en un mundo verdaderamente nuevo. No todas las cosas cambian porque —como bien sabemos— nunca hay “último trabajo” o un “me jubilé” cuando tratamos con ladrones, asesinos a sueldo y demás especies de delincuentes en el cine. Su oficial de libertad condicional le ofrece/exige robar un caballo de madera puesto a subasta, es nada menos que el último encargo que le hizo el Archiduque de Milán a Leonardo Da Vinci. Hasta aquí parece el relato de un thriller. Ahora Hudson Hawk: el halcón anda suelto no apoya el pie en ningún género, solo se apuntala para tocar muchos y seguir su curso. Por ejemplo, cuando Eddie y Tommy se embarcan en el robo, durante una parte el relato se transforma en un musical con la canción Swinging on a Star de Bing Crosby, que les sirve por la métrica y su duración para terminar el trabajo a tiempo. La comedia, en el relato, ya había sido presentada debidamente con el prólogo de un Leonardo Da Vinci inventor de un dispositivo para volar, en clave disparatada. Lo que hace esta secuencia musical es confirmar el tono de la película porque (casi) todo vale y (casi) todo está bien. La película se anima a romper cualquier tradición (sin faltarle el respeto) como cuando el mayordomo estrella el caballo de madera sobre la cabeza de Gates, el oficial de libertad condicional. El verosímil se estira sin romperse del todo. Bruce Willis queda a merced de la suerte cuando es arrojado sobre una camilla desde una ambulancia en plena autopista, Bruce Willis es metido dentro de una gran caja de madera llena de Telgopor, Bruce Willis se despierta de esa caja y descubre que está en Roma, Bruce Willis es chantajeado por una pareja de dementes que buscan dominar el mundo gracias a un invento sin descubrir de Da Vinci, Bruce Willis se enamora de Anna, una monja (Andie McDowell) quien resulta ser una agente del Vaticano y así podría seguir un rato más con un punteo de situaciones improbables. ¿Toda esa enumeración podría ser la causante de su fracaso en taquilla? Hay chances de ello, pero si repasamos las diez películas más vistas de ese año vamos a encontrar comedias: Amigos… siempre amigos (City Slickers), Locos del aire (Hot Shots!) y Los locos Addams (The Addams Family), incluso podría incluir a Hook de Steven Spielberg. En esos tiempos una comedia podía contar con un presupuesto de 30, 40, 50 millones de dólares y esperar una ganancia importante para un estudio, hoy sabemos que las comedias están destinadas a engrosar el catálogo de una plataforma, el riesgo a una catástrofe en taquilla es mayor, aunque también lo era en los noventa. Hudson Hawk: el halcón anda suelto costó 60 millones de dólares, un número que fue posible gracias a la popularidad de un Bruce Willis en su punto más álgido, pero también porque Hollywood estaba igual de dulce. La gran pregunta es, si funcionaron esas comedias para meterse en el top ten de las más vistas, ¿por qué Hudson Hawk: el halcón anda suelto fue una hecatombe para la industria? Un primer esbozo de respuesta podría ser que la historia se ramifica hacia muchos géneros; además de la comedia, hay unos destellos de musical, bastante de caper movie y —también hay en dosis similares— un salpicado de aventura y romance. Planteado de esta forma parece una fórmula de estos tiempos para atraer a todos los públicos y que nadie se quede afuera. Como se ve la crisis de taquilla por la que atraviesa Hollywood hoy, la homogeneidad es un gran problema porque todas las películas son para todos y para nadie a la vez. La película de Lehmann si bien les rodeaba la manzana a todos los géneros no pretendía absorber al espectador de la acción, de la aventura, del musical, de la comedia, etc. más bien buscaba romper el alto grosor de seriedad que podía tener la premisa de un ladrón de guante blanco viajando por el mundo y encontrándose con un crisol de personajes variopintos. La comedia es la que intercepta a los demás géneros en esta historia, sin ella no habría estructura de un verosímil posible. Si regresamos a las comedias más vistas de ese año, podemos advertir sus clases: Locos del aire es una parodia, Amigos… siempre amigos es un cruce con el western y Los locos Addams es una transposición de una serie televisiva. Es decir, hay un contrato muy transparente de expectativas planteado al espectador. En Hudson Hawk: el halcón anda suelto, si pensamos en el público de cine de la época, la presencia de Willis aseguraba acción y adrenalina, que la película ofrece, pero no de la forma que se esperaba. La comedia, en esta película, tiene una particularidad que la define: la ironía, los personajes (no solo Willis) tienen una construcción compleja sobre lo que se llaman one liners, término definido como una construcción ingeniosa hecha en una o dos oraciones con un impacto directo, por ejemplo, como uno de los villanos le dice a Eddie: “I’ll torture you so slowly, you’ll think it’s a career.” (“Te voy a torturar tan lento que vas a creer que estás haciendo una carrera”). Este tipo de diálogos son moneda corriente en la boca de casi todos los personajes, y también hay lugar para la autoconciencia cuando se explica oralmente como un personaje se salvo de una explosión, de la cual no existía manera de sobrevivir. Willis antes de Duro de matar (Die Hard, 1988) había coprotagonizado la serie Luz de luna (Moonlighting) de Glen Gordon Caron, una verdadera apuesta que también articulaba comedia, historias detectivescas y, sobre todo, romance. En el mismo año del opus de Lehmann, Willis estrenó El último boy scout (The Last Boy Scout, 1991) del enorme Tony Scott, otro caso de géneros hermanados, pero ya emancipados con lo que se conoce como buddy movie. Un subgénero en el cual dos personajes opuestos, en la teoría, se unen por un mismo objetivo sorteando diferentes obstáculos. Ni Luz de luna, ni tampoco El último boy scout funcionaron en un público masivo, esta última pudo rescatar un mejor número solo por esa comodidad ya establecida gracias a la existencia de Arma mortal (Lethal Weapon, 1987) y hasta incluso por 48 horas (48 Hrs., 1982). En Hudson Hawk: el halcón anda suelto ni siquiera la pareja de amigos son tan diversos para atraer al público de las comedias policiales de esos años, acá hay un caucásico y un tano promedio. Si revisamos el guión, como mencioné el autor es Steven E. De Souza, sí el de Duro de matar. Aparecen en los créditos, además del nombrado Daniel Waters, el propio Willis (solo por acercar la premisa, lo que se conoce como story para figurar en los títulos) y un tal Robert Kraft, quien es compositor y productor ejecutivo musical de un montón de películas. Por tal motivo hay que adjudicarle casi todo el mérito narrativo a De Souza, a propósito, poco nombrado cuando se listan grandes guionistas. Más allá de la estructura, la hibridación de los géneros y los diálogos punzantes y quirúrgicos, hay una virtud todavía mayor en jugar con el disparate, y hacerlo en forma elegante. Uno de los personajes secundarios es George Kaplan, en la piel de James Coburn una de las mejores sonrisas del cine -si no existiera Jack Nicholson-, un ex agente de la CIA y responsable de que nuestro querido Eddie haya estado en la cárcel por un largo tiempo, en él se posan varios de los chistes sutiles, malos y autoconscientes, al mismo tiempo. Otra de las grandes jugadas de guión tiene lugar en el séquito de Kaplan: Snickers, Almond Joy, Butterfinger y Kit Kat (todos nombres de golosinas), en este último personaje hay un concepto genial porque su rasgo distintivo es la imitación. Es así que lo vemos, por ejemplo, en una escena disfrazado de Eddie e imitando sus movimientos. Para mayor disparate, Kit Kat está interpretado por David Caruso. La muerte de su personaje es de las más graciosas de la historia del cine. El guión también asume riesgos con pequeñas acciones, la situación típica de un personaje que vuela por los aires y cae justo en una silla es usada en un par de ocasiones, pero siempre funciona narrativamente como una transición para pasar a un nuevo momento y, también, como comedia porque alcanzado un punto la historia ya está sumergida en un tono en el cual se permite, incluso, repetir fórmulas. También los estereotipos calzan perfectos como las partes que forman el códice de Da Vinci; hay un mayordomo inglés asesino con el que no puede faltar un chiste de “¿dónde está mi tajada?” seguido de un corte en el cuello. Los villanos tienen un corte caricaturesco, ¿acaso podría ser de otra forma en esta película?, principalmente porque son Sandra Bernhard y el británico Richard E. Grant. A ella la recordarán por su hermoso y desquiciado papel de Masha en El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982) de Martin Scorsese. Como no podría ser de otra forma, la resolución del conflicto (si es que importaba realmente) tiene un cierre circular. El prólogo culmina con el “ala delta” de Da Vinci tripulado por uno de sus asistentes, para maravilla de todo el pueblo, mientras que Eddie y Anna utilizan ese vehículo para volar hacia la salvación después de fallida unión de las partes del códice que acaba con los Mayflowers. Como en muchas películas de la década las explosiones tienen unos chispazos, similares a un centenar de soldaduras en simultáneo, un pequeño detalle sobre efectos prácticos que se perdió en el pasaje hacia la composición digital. Para el final solo bastan dos cosas: la explicación por diálogo de la milagrosa salvada de Tommy y que ¡por fin! Eddie se pueda tomar su cappuccino, para mayor “efecto años noventa” la película termina con un freeze frame, ubicado luego en la página final de un libro que se cierra, bajo el clásico arquetipo de un cuento que terminamos de leer. Y listo, ahí se fue una obra maestra incomprendida, pero al alcance de cualquiera porque está en el servicio de streaming más popular de todos. Apurate antes de que alguien la cancele por el chiste de “hay demasiados ‘Wong numbers’ en el directorio” o porque haya que darle lugar en el catálogo a otro true crime dividido en tres episodios de 25 minutos. |