Bueno, para qué te voy a mentir. Me engolosiné. Porque me puse a revisar años anteriores y posteriores a 1999 y fui encontrando otras anomalías interesantes. Tanto, que no me pienso mover mucho en el tiempo y hacer una entrega más (por ahora, claro) con esto. Espero que no te joda. “Nah, yo ya a esta altura estoy curadx de espanto” Lo bien que hacés. Porque, como ya establecimos la semana pasada 1999 fue EL MEJOR AÑO DE PELÍCULAS DE LA HISTORIA, o por lo menos esos sostenía, medio juguetonamente el libro de Brian Raftery (Best. Movie. Year. Ever.: How 1999 Blew Up the Big Screen) del que hablamos la semana pasada. ¿Fue este un hecho aislado? ¿O un mero capricho de alguien que se fijó en ese año y decidió construir su propia historia? Bueno, lo segundo, claro. Y, por cierto, no está mal: “cada maestrito con su librito”. Los libros de cine se construyen casi como los de autoayuda, que piensan una frase, no sé, “Mirá el árbol y no el bosque” y construyen doscientas páginas que lo justifiquen. Con los libros de cine pasa lo mismo. Alguien tiene una teoría y la trata de probar con más o menos suerte. Es un juego, y está bien que lo sea. Estamos, en el fondo, ante un hecho artístico que es absolutamente subjetivo, incluso cuando se intenta contar una historia. ¿Cómo nos cae Edison? ¿Y Griffith? ¿Méliès o Lumiere? Y podemos seguir así toda la vida. Es por eso que hoy, solo para probar mi teoría, vamos a analizar a 1998. “Ah, no: es esfuerzo es total” Gracias, que suerte que te diste cuenta. 1998, no te voy a preguntar dónde estabas, porque primero, no me vas a contestar y segundo, tengo miedo de que me digas “no había nacido” Para lxs que sí estábamos vivxs, fue una panzada la verdad. “¿Mejor que 1999?” Bueno, no voy a saltar a sacar conclusiones tan temprano, pero— “Pero sacalas ya, cortá acá y listo que me da ansiedad” 1998 fue un gran año, si es tu pregunta. Pero veamos por qué. La época, no distaba mucho de la del año siguiente que analizamos oportunamente hace siete días, pero por las dudas, vaya este copipego: “El furor de la película indie que quería repetir el éxito de Tarantino o la violencia de Rodriguez o el intimismo de Hartley medio que estaba de capa caída. Habían pasado ya una década de éxitos de poca plata y el interés se estaba empezando a perder. Pero, a diferencia de lo que podría pasar ahora donde “Ah, listo, funciona equis cosa, te voy a dar equis cosa toda igual y sin rebaba hasta que te quedas dormido o mueras, lo que pase primero”, había un porcentaje de experimentación. Un lugar donde los estudios veían a ver si tal o cual cosa prendía.” Pasado el trámite, tratemos de entender qué se pudo ver en sala ese año tan caprichoso. Porque también podríamos hacer un libro de Best. Movie. Year. Ever. con 1998. Un buen ejercicio suele ser ver las nominadas al Óscar a mejor película, sobre todo para preguntarse qué fue de esas que ganaron y recordar a las que perdieron, pero quizás no salgamos ganando mucho, porque fue el año que Titanic se llevó todo, Titanic es del año anterior y las demás, salvo Los Ángeles al desnudo (L.A. Confidential, 1997) medio que una lágrima.Máxime si la ponemos contra Óscars de años que sí entraron en la historia del cine, como, no sé, 1974, donde El Padrino, parte II (The Godfather II) de Coppola, La conversación (The Conversation) también de Coppola, Barrio chino (Chinatown) de Polanski, Lenny de Bob Fosse o Infierno en la torre (The Towering Inferno) de John Guillermin compitiendo por mejor película. Sí, Coppola hizo la segunda de El padrino y La conversación el mismo año. El mismo año que Mel Brooks hizo Locura en el oeste (Blazing Saddles) y El joven Frankenstein (Young Frankenstein), pero viste a que de la comedia no habla nadie. “El punto, por el amor de Jehová” Ah, eso era claro. Si vemos el Oscar de ese año medio que nos queremos morir, porque nos queremos morir con el Oscar hace tiempo ya, a quién le vamos a mentir. Te diría desde el año que Forrest Gump le ganó a Tiempos violentos (Pulp Fiction), a Sueño de libertad (Shawshank Redemption) y a Quiz Show, pero no quiero ofender a nadie. “Mil nueve noventa y ocho. Estabas hablando de mil nueve noventa y ocho” Sí, en eso andaba.Empecemos tirando abajo la puerta: fue el año de El gran Lebowski (The Big Lebowski) de los hermanos Coen y de Rushmore, una segunda película de un indie al que todos le prestaron atención llamado Wes Anderson. Lo que pasó después, ese exceso, bueno, como Miramax con El paciente inglés, perro que mató una gallina, etcétera. Y eso no fue todo, porque la película de los Coen en el momento fue recibida a media máquina, porque venían de hacer ¡Fargo! el año anterior, si no me falla la memoria y esta pareció ¡menor! en comparación, lo mismo que pasó con un amigo de los Coen, Sam Raimi, que se puso serio y estrenó Un plan simple (A Simple Plan), un noir a contrapelo hermoso que muchos dijeron “es como Fargo“, en fin. Pero no fue todo agarrarse la cabeza o “agarrame que lo mato” porque hubo debuts muy promisorios: Following de Christopher Nolan, Pi de Darren Aronofsky y Juegos, trampas y dos armas humeantes (Lock, Stock and Two Smoking Barrels) de Guy Ritchie.Sí, acá la fascinación duró más o menos dependiendo de quién estemos hablando, pero puesto en la época tenía su charme. Y no es solo eso, es un año donde directores “grandes” todavía dirigían películas “grandes” y nadie se preocupaba mucho:John Boorman dirigió El general (The General) que si no la viste corré ya mismo a verla, John Frankenheimer Ronin, una de acción que todos dijeron “Meh” en el momento y que hoy Michael Bay le entregaría el alma al diablo por poder filmar y Paul Schrader, que ya era viejo porque siempre lo fue, hizo Días de furia (Affliction) que capaz no tenías tanto en el radar. Te ruego que estés anotando, porque no voy a andar repitiendo. Fue un año de anomalías que no volverían a repetirse con Adam Sandler haciendo su mejor película: La mejor de mis bodas (The Wedding Singer), dirigida por ¡Frank Coraci! ¿Qué cosa? ¿Embriagados de amor? ¿Qué es eso? El indie aún tenía vida propia, sobre todo cuando dejó de hablar canchero y vestirse traje tratando de que el rayo pegue dos veces en el mismo lugar, con la segunda (y más genial) película de Todd Solondz Felicidad (Happiness), Tus amigos y vecinos (Your Friends and Nieighbors) de Neil LaBute, Los últimos días del disco (The Last Days of Disco) de Whit Stillman, Lo opuesto del sexo (The Opposite of Sex) de Don Roos o Velvet Goldmine de Todd Haynes, por solo nombrar algunas. Fue un año donde Dioses y monstruos (Gods and Monsters) de Bill Condon era posible, donde se podía inventar un universo de cero como en Dark City de Alex Proyas o delirios bancados por estudios como The Truman Show de Peter Weir o Pánico y locura en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas) de Terry GIlliam. “¿Y no se equivocaban nunca?” Bueno, fue el año de Godzilla de Ronald Emmerich, pero también un año donde hasta las películas más básicas de “entretenimiento” de ese entonces como Enemigo del Estado (Enemy of the State) de Tony Scott, o incluso Tienes un email (You’ve Got Mail) de Nora Ephron, por citar dos bien opuestas. Claro que además del año de Godzilla fue el año donde el cine europeo nos hizo comer varias galletitas, solo nombraré a La celebración (Festen) de Thomas Vinterberg y Corre Lola corre (Lola rennt) de Tom Tykwer. Y acá podríamos decir que se estrenó Los Soprano en HBO y que los pelotudos iban a empezar a hablar de “da epoca de odo de laz zediez”. Los quiero presos, pero algo de eso tuvo que ver con lo que terminó pasando después. Mucha de la película “dramática” terminó saltando la verja al mundo catódico. Quiero prisión efectiva para los que fogonearon semejante derrota cultural casi tanto como quiero que guardes esta fecha como el comienzo del fin. Pero no quiero ser tan negativo, porque en el fondo qué sé yo, son gustos. Aunque hay una cosita más— Y quizás no te diste cuenta porque estabas anotando todas esas para ver, pero hay dos ausencias que hoy serían impensadas: las secuelas y los superhéroes.Sí, los últimos estuvieron representados por la primera parte de la saga de Blade, que en el momento era más una extrañeza que algo que fuera a tener algún tipo de futuro. Sí, aunque no lo creas, hace 25 años una película de superhéroes, sobre todo una como esa, era una rara avis y hasta había que militarla. En el mundo de las secuelas las única digna de mención es Arma mortal 4 (Lethal Weapon 4), que llegaba casi con bostezando al día de su estreno. Las secuelas eran, en ese momento, cosa del pasado.¿Vos te estás dando cuenta a dónde estoy yendo, no? “Éramos felices y no sabíamos” No lo podría haber dicho mejor. |