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204 – Juzgando películas mientras todo se derrumba, por Fer Mugica

Publicado el 30 de abril de 2024

El texto de hoy va a ser distinto de lo que normalmente suelo escribir. Es posible que lo odies. Si te aburre la ocasional anécdota personal que cuento mientras hablo de una película, un género cinematográfico o lo que sea, me temo que hoy vas a revolear los ojos más que nunca o dejar de leer antes, que siempre es una opción. Espero que no.

Tenía ganas de escribir sobre una experiencia que tuve los últimos días y la gerencia de Míralos Morir estuvo de acuerdo. No se trata de un ejercicio egocéntrico (¿o siempre se trata de un ejercicio egocéntrico aunque hable de otra cosa? Te lo dejo ahí), aunque hay algo terapéutico en la escritura de este texto. Más bien me parece que es una buena oportunidad para reflexionar sobre esa experiencia y también develar un poco el funcionamiento de una parte de los festivales.

Dentro del universo que rodea al cine hay espacios y situaciones que la mayoría del público no conoce y completa con su imaginación; la forma en la que se juzgan las películas que compiten en un festival es una de ellas. Los últimos once días tuve la oportunidad de ser parte del jurado de la Competencia Argentina del Bafici, en medio de un clima desconcertante para el cine nacional, y me quedé pensando en mil cosas. Por suerte, estás ahí para que las comparta con vos…

Seguís ahí, ¿no? Menos mal.

Primero, tengo que aclarar que no es la primera vez que soy parte del jurado de un festival. Estuve en otros festivales nacionales, como el de Puerto Madryn, en donde nos trataron súper bien y nos llevaron a ver las ballenas. Además, fue un momento muy “círculo cerrado” porque compartí jurado con Carlos Sorín, que había sido parte del jurado de Mar del Plata, muchos años atrás, cuando yo trabajaba en el festival como “ángel” (asistentes de los invitados).
Incluso, también fui jurado en el de Mar del Plata, en una sección que dejó de ser competitiva y que era maravillosa, Banda de sonido, dedicada a films sobre música. Pero esas y otras experiencias fueron muy distintas, por cantidad de títulos o porque en algunas vi las películas en mi casa, vía link, y después las discutimos.

La Competencia Argentina en Bafici es un espacio preciado para los realizadores locales. Por lo tanto, tiene una visibilidad mayor y sus premios tienen consecuencias más inmediatas y significativas, tanto materiales como simbólicas. Es decir, por un lado, hay premios en dinero y servicios de post-producción para los ganadores, que puede significar una ayuda para su siguiente proyecto; por el otro, ganar en el Bafici puede servir para que la película tenga más prensa a nivel nacional o que sea elegida para participar en algún festival internacional.

Es difícil no sentir el peso de la responsabilidad que acarrea la tarea. Por suerte o no, dependiendo del grupo con el que toque compartirla, no recae en una sola persona, sino en varias. En este caso, éramos cinco integrantes, de distintos orígenes y experiencias laborales, que no nos conocíamos. Una lotería de química, en la que nadie sabía si la combinación iba a resultar armoniosa o explosiva.

Dejame presentarte de forma muy breve a los personajes de esta historia: Laura Névole, actriz argentina de mucha experiencia en teatro y cine, intérprete recurrente de las películas de Lucía Seles; Annie Karlsson, programadora sueca del festival de Götheburg; Valentina Otormin Dall’Oglio; uruguaya que vive en Francia, programadora de los festivales de Biarritz y Uruguay; Serge Michel, periodista suizo que estuvo en Irán y Afganistán, fue director de Le Monde y ahora tiene su propio medio, Heidi News, en el que se hacen investigaciones periodísticas en serio, de esas que pareciera que ya no existen. Y yo (ya me conoces o podes leer mi bio acá abajo).

Ya sé que no es taaannn diverso el grupo si tres personas son programadoras, dos son periodistas y dos comparten nacionalidad. Al final, es un festival de cine, sería raro que el jurado incluyera profesiones muy alejadas a la actividad. Pero, en la práctica, nuestros antecedentes son bastante distintos.

Según Serge, cada uno de nosotros era un poco como un estereotipo de lo que alguien podría imaginar según nuestra nacionalidad y profesión. Creo que tiene algo de razón, aun cuando eso implique que yo sea “la periodista argentina” y no sé qué tan bueno es eso.

La combinación, ya puedo revelarlo, resultó mágica. Nos llevamos muy bien, nos divertimos mucho hablando de las películas y mil cosas más, comimos y tomamos vino, nos reímos un montón. Esto hizo que la tarea resultara amena, pero la responsabilidad y la presión implícita estuvieron siempre ahí. Algo que compartió este jurado fue una seriedad total, no confundir con solemnidad, a la hora de ver cada película y pensar en los premios.

Para que te hagas una idea, voy a contarte cómo fue la actividad de este jurado de Bafici. La Competencia Argentina tuvo 30 títulos en esta edición, que incluyen 17 cortos, organizados en tres programas de una duración cercana a la hora y media, y 13 largometrajes. Son muchas películas, mucho tiempo para verlas y pensarlas. Para los que no trabajan de ver cine resulta un poco apabullante; para los que lo hacemos, es otro día en la oficina, aunque con algunas diferencias.

Una de las reglas fundamentales del festival con respecto a las competencias es que todos los miembros del jurado tienen que ver las películas en una sala de cine. La posibilidad de que te manden un link no existe. La idea detrás de esto es que los jurados vean cada película en las mejores condiciones posibles de imagen y sonido, y que eso se respete para todas por igual.

Es una regla justa, como programadora adhiero cien por ciento, pero implica un montón de cuestiones particulares, en las que me quedé pensando. Algunas son bastante tontas, como que llega un momento en que los jurados se quieren matar porque ya no aguantan ver por enésima vez las múltiples publicidades de empresas de post-producción o un corto institucional del festival. Tuve que explicarles a mis compañeros que no hablaban español quién es Bebe Kamín y de qué hablaba en esos cortes de entrevista que se proyectaban antes de cada película. “Let me tell you about Adiós Sui Generis…”

Claro que eso es anecdótico, pero hay otras cuestiones que tienen que ver con las condiciones en las que se ven las películas, que me parecen interesantes para pensar. Una de ellas, es la inusual situación de ver el film en su estreno, rodeado de quienes hicieron la película y sus familiares. Más allá de que las presentaciones demoran la proyección, también establecen un tono y generan una expectativa. No sé si esto es bueno o no a los fines de juzgar una película, solo creo que no es neutral. Para los que no entienden español, sí, es solo otra cosa que hay que esperar que pase para que empiece la función (la “flexibilidad” de los horarios resulta sorprendente para los jurados extranjeros).

Durante la proyección, las reacciones del público también son especiales, porque la mayoría tiene una conexión emocional con el hecho de que esa película exista y se esté proyectando ahí. Hubo situaciones en las que los jurados que no hablaban español pensaban que se habían perdido un chiste ante la risa del público, o que había algo que no habían entendido, pero casi siempre se trataba de una reacción que poco tenía que ver con lo que sucedía en la pantalla. Lo cual resulta raro, aunque no se puede negar que la situación de estreno y el entusiasmo de quienes lo acompañan es un momento muy lindo.

Con las sesiones de preguntas y respuestas que se dan al final de las funciones, pasa algo parecido a las presentaciones, pero agudizado. Mi opción fue retirarme de la sala antes de que empezaran a hablar, porque para mí es mejor juzgar la película por lo que vi. Ya traigo suficiente bagaje con mi punto de vista, mis prejuicios, mi experiencia viendo cine, como para escuchar las explicaciones del director y el equipo, que pueden teñir de otro color la visión de la película. Por supuesto, no todos son tan obsesivos como para estar de acuerdo conmigo.

El jurado tiene libertad de hablar entre sí sobre las películas, pero no debe comentarlas con nadie más. Tardamos un poco en empezar a hablar. Ya que estamos en confianza, te voy a decir que me mordía la lengua por opinar (por estos envíos debes tener claro que hablar sobre cine y dar opiniones que nadie pidió son algunas de mis actividades preferidas). Enseguida fue evidente que todos querían hablar del tema y quedó establecido que íbamos conversando sobre las películas, sabiendo que hasta el final no iba a haber decisiones sobre los premios.

Acá es donde creo que conviene entrar en uno de los puntos más complicados de todo este asunto: ¿cómo se juzga una película? La pregunta es complicada, porque se le suele dar una respuesta empírica a una cuestión filosófica, que tiene muchas capas. Por supuesto que el primer punto a considerar es si se puede hacer tal cosa. Muchas personas podrían contestar que no; como alguien que escribe sobre cine, que incluso hizo crítica y fue programadora, tendría que decir que sí.

Felicitaciones por darte cuenta de que usé el condicional. Tendría que decir que sí porque sino le quito validez a todo lo que hago. No lo afirmo, solo porque me parece que a la idea de “juzgar” una película hay que darle un contexto y hacer un descargo. Uso el condicional, sobre todo, porque me pregunto todo el tiempo el sentido de esto.

Creo que lo primero que hay que tener en cuenta es que las competencias en lo que se refiere al cine son un poco como un juego, aunque sea uno cuyo resultado tenga impacto en la realidad. Si queremos saber quién corre más rápido entre dos personas, les marcamos una meta, les decimos que corran hasta ahí y tomamos el tiempo; el que llega primero es el ganador. No hay mucha vuelta, porque se puede comprobar de manera objetiva quién es más rápido.
Con las películas, no se puede. No hay una forma inequívoca de establecer cual es “mejor”. ¿Mejor para qué, para quién?

Por eso, las competencias cinematográficas, ya sea el Oscar, el festival de Cannes o un concurso de una escuela de cine, son un consenso sobre qué se quiere destacar entre un grupo de películas. Ese consenso comienza en la programación o pre-selección de los títulos que van a competir entre sí. Se establece que estas películas tienen ciertas cualidades que hacen que un equipo de programación las quiera compartir con el público de su festival y, por una cantidad de motivos que son variables, darles la visibilidad extra de ser parte de una competencia.

Le estoy sacando magia, ya sé. Pero creo que está bueno que pensemos un poco en lo que significan estas selecciones y les demos su lugar. Son importantísimas para los festivales y los realizadores; como dije antes, el paso de una película por una competencia y la posibilidad de ganar un premio tienen consecuencias reales para su difusión.

El jurado comienza su tarea con esta selección de los programadores, que utilizaron sus propios criterios para elegirlas. Otro grupo de personas, con otros criterios, pero elegidas para cumplir esta tarea por los mismos que eligieron las películas, tiene que decidir que van a destacar de esa selección con distintos premios.

¿Y cómo hacen? Lo divertido de un jurado es que cada uno tiene una forma distinta de considerar las películas. Alguien que fue a la escuela de cine y se dedica a la crítica, como yo, probablemente se concentre en cuestiones de lenguaje, estéticas y narrativas, utilice la historia del cine para ponerlas en perspectiva y piense en cómo dialogan esas películas con la actualidad del medio. Pero otros pueden interesarse en los contenidos sociales de un film o valoren la novedad de lo que están viendo, o un montón de otras opciones.

Por eso, ponerse de acuerdo puede llegar a ser muy difícil. Puede pasar que los miembros del jurado se peleen, que haya deserciones, discusiones subidas de tono y resentimiento por los premios otorgados finalmente.

En el caso que me tocó vivir en Bafici, no pasó nada de eso. Estábamos bastante de acuerdo, aunque, esto es lo divertido, no siempre por los mismos motivos. No quiere decir que no hubo discusión, de hecho, fue larguísima. Más que nada porque nos lo tomamos muy en serio. Pero mantuvimos la civilidad y no nos tiramos nada por la cabeza. Hubo puntos en los que confrontamos, pero supimos como negociar y llegar a un conjunto de ganadores que nos dejó conformes a todos.

Creo que logramos un equilibrio entre darle la importancia que se merece y entender que se trata de un ejercicio que tiene su lugar en el universo cinematográfico, pero que nadie debería tomar como palabra sagrada. Es como cuando alguien pregunta: “¿Pero X es tan buena película como para ganar el Oscar?” Algo que no se puede responder, porque la pregunta adecuada sería si X cumple con los parámetros para ganar un Oscar; o, simplemente, ¿qué opinas de X?

Me imagino que los realizadores no lo ven tan así. Algunos tomarán no ser premiados como una afrenta, lo cual es una pena. Entiendo que les de tristeza y bronca, porque el premio les hubiese servido; pero dado todo lo que está involucrado en una selección honesta de los ganadores, como fue de la que participé, deberían saber que no es la última palabra sobre su trabajo.

Ahora, el elefante en la habitación. En esta edición del Bafici, que debería haber sido una fiesta por sus 25 años ininterrumpidos, la realidad impuso un clima de tristeza y desconcierto por el futuro del cine argentino. Las cosas venían mal cuando empezó el festival, pero empeoraron cuando en medio de su desarrollo cerró el INCAA por tiempo indeterminado (si querés una cronología sobre el tema, te recomiendo que leas el texto de Vicky Duclos Sibuet en este mismo newsletter).

El impacto sobre los asistentes al festival fue innegable. Desde el principio, en cada función, los directores expresaron su preocupación y subrayaron la necesidad del apoyo estatal para que exista el cine argentino. Cuando habían pasado unos días, se sumaron los trabajadores del festival (la mayoría de ellos trabajan también en el festival de Mar del Plata) con un mensaje similar y en solidaridad con los trabajadores del Gaumont.

Mientras tanto, desde notas y en las redes sociales exigían un pronunciamiento por parte de las autoridades del Bafici, lo cual es más que válido y terminaron haciéndolo. Pero algunos sugirieron que el festival tenía que detenerse, algo con lo que estoy en desacuerdo total: más que nunca había que apoyar al festival y a los realizadores argentinos que estrenaron sus películas ahí. El Bafici es una institución que nos pertenece a todos y hay que defenderlo de quienes piensan que es un gasto superfluo, como otros en el ámbito de la cultura.

Son días muy difíciles para los que creemos que el cine argentino vale la pena y sabemos que no va a poder sostenerse sin buenas políticas públicas. Mis compañeros de jurado extranjeros nos preguntaron mucho sobre el tema a Laura y a mí, y se solidarizaron de forma genuina. Ellos vinieron a ver películas argentinas, con conciencia total de la historia que hay detrás de la industria cinematográfica en nuestro país y no podían creer que esté en riesgo.

Fue por eso que decidimos decir unas palabras al respecto, antes de entregar los premios, en la ceremonia de clausura. El texto fue una colaboración entre todos nosotros. Valentina sugirió expresarnos en solidaridad con Mar del Plata, lo cual fue especialmente emocionante para mí; Laura leyó el texto con un brío que expresaba la angustia, pero también la idea de resistencia; Serge escribió una de mis partes favoritas:

“Este vaciamiento cultural es un error histórico y llamamos a la conciencia y responsabilidad de las autoridades”.

No sé si sirve para algo. Si me apuras, diría que no, porque no tengo mucha esperanza. Pero fue el final perfecto para nuestra experiencia, en la que convivieron el entusiasmo por ver películas nuevas y discutirlas; el honor de ser jurado en un festival al que voy desde su primera edición; con la angustia de estar al borde de un colapso, del que va a ser muy difícil (¡pero no imposible!) recuperarse.

Si el concepto de juzgar películas resulta tan complicado y genera tantas preguntas, juzgar películas cuando todo se derrumba puede parecer un acto inútil. Pero no lo es. De alguna manera es una declaración de la importancia que tiene el cine. Al menos para algunos; al menos, todavía.

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