Habíamos dejado a Valentino en vacaciones en San Francisco (California, no Córdoba, por las dudas porque nunca se sabe) embelesado con un anillo que vio en una vidriera. Era (como dijimos la semana pasada) según quién lo cuente de oro o plata, pero una cosa es constante: tenía una piedra ojo de tigre incrustada. Fascinado, entró al local y el vendedor le advirtió: “Está maldito. Se llama anillo del destino. Le trajo desgracias a todos los dueños anteriores.” Y el actor, en términos del histórico llamado de Tangalanga “hizo caso somiso” y se llevó el anillo con él. “Dios, estoy al borde de mi asiento” No es para menos con esta calidad de narración (?) Pero basta de hablar bien de mi— Para cuando regresó a Nueva York, oficializó su pase de United Artists, con el consiguiente problema matrimonial que le traía que Natacha Rambova empezara a hacer el papelerío del divorcio. No, uno no podría ni siquiera sugerir que, en el caso de Valentino que acumuló a lo largo de su corta vida una serie de matrimonios “para la prensa” que el divorcio este es parte de la maldición, pero lo que viene justo después sí. Porque el 15 de agosto de 1926, con el anillo puesto en uno de sus dedos, Valentino colapsó en el Hotel Ambassador de Nueva York. Lo llevaron rápidamente a un hospital, donde le diagnosticaron que tenía una apendicitis y una úlcera corriendo el paralelo y lo llevaron apurado a la sala de operaciones. Y vos dirás: “Bueno, una apendicitis le puede pasar a cualquiera” y tendrías razón, sin ir más lejos yo tuve la mía en unas vacaciones en la Costa a los ocho años, pero la cosa no iba a quedar ahí. Aún internado, a los pocos días, empezaron a aparecer las complicaciones, pero los médicos creer que no para preocuparse tanto. El 21 de agosto aparecieron los síntomas de pleuritis, con compromiso de pulmón izquierdo. El actor estaba muriendo pero, por costumbres de la época, los médicos no se lo informaban. Se pasó la mañana del 23 de agosto hablando animadamente sobre sus planes en el futuro cercano, poco antes de entrar en un coma del cual nunca se despertaría. Rodolfo Valentino tenía 31 años. Decenas de miles de personas llegaron a darle el último adiós y en el velorio hubo otra “nota de color” con la actriz Pola Negri, nacida en Polonia que se desmayó al menos media docena de veces y lloraba a los gritos diciendo que Valentino le había propuesto matrimonio. Perdón por el desvío, pero me acordé. Una vez, haciendo research para una cosa que estaba escribiendo me reuní con varios funebreros y uno me dijo, sonriendo “Sabés que un velorio se va a poner bueno cuando llega una corona que dice Tu señora, después otra corona que dice Tu señora y otra más que dice Tu señora” Perdón por el off topic, vuelvo— Y hasta acá vos podrás decir “Bueno, una salud frágil, una fatalidad, le puede pasar a cualquiera” y tendrías razón, pero la cosa, no se iba a quedar ahí. Porque Pola, sufrida como estaba, se iba a llevar un recuerdo de su ¿futuro esposo? Sí, claro que se llevó el anillo, pero es parte de un quilombo más grande, porque: Valentino no había dejado un testamento, solo había dicho a sus abogados que le den solo un dólar a Natasha Rambova, porque a mala, mala y media, y terminó enterrado en la tumba que June Mathis había comprado para ella y su esposo en el ahora célebre cementerio Hollywood Forever. Un breve desvío más: ahora el actor y la guionista que lo lanzó a la fama duermen el sueño eterno uno al lado del otro. Pero volvamos, por el amor de jehová— Mientras veían que hacían con todo el lio que el actor había dejado, Pola cae enferma. No, no tan rápido cerebrito, porque las noticias volaban rápido y la polaca, ni lerda ni perezosa le pasó el anillo a alguien más: se nombre era Russ Colombo, un cantante de la época que se parecía mucho al actor recientemente fallecido y a quien llamaban “el Valentino de la radio” No es menor aclarar que, con posterioridad a ponerse el anillo, la carrera de Pola Negri, hasta entonces en ascenso, se amesetó como nunca antes. Tanto que con el tiempo la llamaron menos y menos, hasta que se fue por fade. Pero volvamos a Colombo, un hombre enamorado. Enamorado de nadie más ni nadie menos que Carole Lombard. Con ella tendría que haber cenado en un hermoso restaurante hollywoodense la noche del 2 de septiembre de 1934. Notaste el condicional, ¿no? Bueno, porque— Colombo esa tarde, justo antes de la cena, fue a visitar un amigo, el fotógrafo Lansing Brown, que quizás sea más famoso por lo que pasó esa tarde que por todas las fotos que sacó en su vida. Porque a Lansing le gustaba coleccionar armas antiguas. Sí, pocos foreshadowings más grandes que ese, al que solo le podríamos agregar que— — con tanta mala suerte que, mientras le mostraba una de sus nuevas adquisiciones a Colombo, esta se disparó accidentalmente, dándole de lleno en la cabeza al cantante. Murió apenas llegado al hospital a los 26 años. Tenía puesto el anillo que le había regalado Pola Negri. Y acá capaz ya empieza a no ser “una fatalidad que le puede pasar a cualquiera”, pero ponele que creés mucho mucho en la serendipia. Sigamos— Los hermanos de Colombo, para no hacer sentir mal a su madre, le hacen creer que el actor sigue vivo, y esto quizás sea para otro momento, con Carole Lombard mandándole cartas durante diez años imitando la letra del difunto. Carole Lombard murió en un accidente de avión unos años después. Para cuando esto sucede, el anillo queda en manos de Joe Casino —un nombre genial, por cierto—, el mejor amigo de Colombo. Casino, que ya había escuchado la leyenda del anillo, lo pone en una caja de cristal, convencido de que su energía maligna no va a salir de ahí. Pasa el tiempo y Casino se confía y lo empieza a usar. Muere a la semana, atropellado por un camión. Y no, no es “una fatalidad que le puede pasar a cualquiera”, ya no. Y esperá que hay más. Porque el anillo pasa al hermano de Joe, Del Casino —sí, solo mejoran los nombres en esta familia— que lo guarda en una caja fuerte y no lo usa. Su vida transcurre sin mayores sobresaltos hasta que se corre el rumor del anillo, su maldición y, sobre todo, su valor. Hace su entrada un señor de nombre James Willis, que entra a la casa del hermano de Casino, con el fin de robar la joya. Es abatido por la policía con el anillo en el bolsillo. Pasan los años y un productor de nombre Edward Small decide hacer una película sobre la corta y tumultuosa vida de Valentino. Va juntando objetos de su vida, entre ellos el anillo. Decide que un joven actor llamado Jack Dunn va a hacer el papel del latin lover. Tanto se quiere meter en el papel, que decide usar el anillo por dos semanas. Le diagnosticaron una extraña enfermedad sanguínea. Jack Dunn tenía solo 21 años. Hace unos pocos años, se subastó un cuadro del artista español Federico Beltran Masses que retrata a Pola Negri, Valentino y el anillo— —por unos ciento sesenta mil dólares. Hasta ahora, no se han reportado víctimas fatales. Ni se ha reportado por dónde anda el anillo, aunque los rumores son muchos: que está en una bóveda de un banco en Los Ángeles, que han intentado robarlo muchas veces, que se perdió en un incendio… Cada uno elige su propia aventura sobre el destino, pero una cosa es segura: a cruzar los dedos. |