La entrega que estás leyendo podría no existir por dos motivos. Primero, no estaba en mis planes hasta que el titular de este newsletter me convocó (por supuesto, su confianza me llena de regocijo) y segundo, porque se trata de un texto acerca de un servicio de streaming con muchas chances de desaparecer en lo inmediato. Te agarré por esto último, pero mantengamos el suspenso un rato.
La administración (ya que estamos en tiempos libertarios de formas anglosajonas) que se retira nos deja muchas cosas. No es lugar este para ponernos en modo Artemio López o Carlos Pagni, aunque sí es menester señalar aquella parte concerniente a la cultura. Tristán Bauer se retira como ministro del área, en lo que fue una gestión entre horrorosa y paupérrima. Como todo gobierno (malo, bueno, regular) comprende diferentes ministerios, secretarías y demás organismos ubicados bajo su órbita. En algunos casos puede suceder que un ministerio tuvo mejor desempeño que otro, y a veces el que anduvo mal fue vital porque de ahí depende gran parte de la población. En ciencia y tecnología los gobiernos anteriores abrieron una posibilidad inimaginable para este país, el de tener una empresa estatal de satélites.
Un desfalcador serial del INCAA se creía muy hilarante al poner en X: “Los satélites no se comen”, por supuesto sin terminar de comprender que la plataforma CINEAR (donde están alojados esos unos y ceros que conforman una serie de imágenes yuxtapuestas con unos sonidos que él hizo) existe gracias a ARSAT. Sí, se puede comer de los satélites.
A días de un nuevo mandato, con un color político inédito, hay que hablar de CINEAR. De todos modos, no será un texto sobre las bondades de los satélites, más allá de esta posibilidad de tener un sistema digital de películas locales propio, sino que la idea es surcar un poco el catálogo (con lo bueno y con lo malo).
¿Qué hay adentro de CINEAR?
Cuando uno entra a la plataforma de CINEAR se encuentra con una división parecida a las de las primeras versiones de Netflix, ya que está etiquetada por géneros. No hay nada de “suspenso insostenible” o “dramas que te van a hacer llorar”. Por supuesto los géneros son esas cajitas tan precisas y flexibles, al mismo tiempo. Sí tiene un hábito de los streaming actuales, muchas películas aparecen dos veces porque califican tanto para un drama como para un policial. Esta jugada tiene la finalidad de engrosar un catálogo, como si se le tirara un “Rinde más” a lo poco que hay.
Algunas comedias perdidas
La primera escala es “comedia”. Una que paso por abajo del radar fue Masterplan (2012) de Diego y Pablo Levy, primera película de ficción de estos hermanos, quienes habían sorprendido con el documental Novias, madrinas, 15 años (2011). Esta pequeña historia cuenta las paranoias de un hombre a punto de casarse. Tras una pequeña estafa a una casa de electrodomésticos que no sale bien, gracias a su futuro cuñado, el novio comienza a tejer una serie de inseguridades, las cuales no son más que unos problemas ya existentes por sus miedos al compromiso. Una comedia pequeña, genérica y poco explorada en el cine argentino de las últimas décadas. Gran trabajo del siempre eficiente Alan Sabbagh.
Entre los muchos clásicos se destaca Los martes, orquídeas (1947) de Francisco Mugica, protagonizada por Mirtha Legrand. El plan de un padre, preocupado por su hija menor, cuando contrata a un desempleado para que se haga pasar por un pretendiente que le envía orquídeas todos los martes. Pese a las diferencias de estratos sociales, los jóvenes se enamoran. La calidad de la copia es la mejor disponible, en cuanto a formato digital.
El candidato (2016) de Daniel Hendler, esta es casi una trampa porque es más uruguaya que argentina. Las ideas de un candidato con un perfil particular se ponen en cuestionamiento, cuando un grupo de asesores se reúnen con él en su casa de campo para diseñar una campaña. Otra clase de comedia que escasea por territorios rioplatenses. Así como en Norberto apenas tarde (2010), la ópera prima de Hendler, hay un gusto y placer por el humor negro y la misantropía, otra cualidad prácticamente inexistente por estos lados.
Claro que hay una bolsa de películas de Luis Sandrini y Libertad Lamarque, queda a criterio de cada uno y una meterse en esas aguas. También hay algo de Nini Marshall, para balancear los otros dos nombres.
La laxitud del drama
En 2015, durante un BAFICI apareció El cuidado de los otros (2015) de Mariano González. Un pequeño drama que surfea el thriller, acerca de una niñera que comete un error involuntario en el cuidado de un niño, en la que está involucrado su novio. Lineal, sin vueltas narrativas y sostenida por la angustia, la película mantiene la tensión bajo el arco de una bola de nieve imparable.
El ayudante (1971) es otra ópera prima, aquí de Mario David un director ignoto de un puñado de películas. En el borde del costumbrismo, la historia se centra en la relación entre un chofer de una empresa transportista y un nuevo joven ayudante, quien es sordomudo. Película de contrastes generacionales, de estratos sociales y hasta de miradas sobre el mundo. Una opción poco vista y con una copia más que digna, tratándose de una producción realizada en 16 mm. Otro poroto más para presentar a Pepe Soriano como nuestro James Caan.
Entre toda la filmografía del dúo Bó-Sarli, puede destacarse El trueno entre las hojas (1958) ubicada entre los primeros ladrillos de esa pared sólida de un cine particular y, potable de ser divido en diferentes períodos. Aquí se cuentan las peripecias de un grupo de obreros explotados, cuyos destinos cambian con la aparición de una mujer exuberante. Embebido por el cine europeo del libertinaje sexual para la época, Armando Bó construye un relato propio de una Argentina arraigada a un contexto.
Policiales eran los de antes
La figura de Carlos Hugo Christensen no es lo suficientemente grande para la cinefilia local solo por una razón: la ausencia de cinemateca (otra asignatura pendiente eterna). A la altura de los grandes realizadores del noir más clásico, aquí existía un exponente local de una simpleza y complejidad, a la vez, inusitada. No abras nunca esa puerta (1952) se divide en dos historias, la primera es la venganza de un hombre tras el suicidio de su hermana, acreedora de unos prestamistas. La otra cuenta el regreso al pueblo de un ladrón, tras un robo fallido, donde su madre ciega desconoce su presente como delincuente. En ambos relatos la situación filial es la disparadora de ciertas acciones movilizadas por lo sentimental. Fiel al género, los finales son amargos y provocadores de resignificaciones sobre aquello que se acabó de ver.
El terror local, un conjunto (casi) vacío
El gran déficit genérico en el cine argentino es el terror, más allá de los esfuerzos y mil intentos, la flaqueza se limita al entusiasmo. Más allá del fenómeno de este año, Cuando acecha la maldad, lo que rodea al terror local es lo bizarro, un término muy repetido por los exponentes de todo esto, pero poco estudiado. La plataforma CINEAR entre toda la maleza ofrece clásicos de los últimos años: Muere, monstruo, muere (2019), Aterrados (2017) y No dormirás (2017). Esta última es menos conocida, aunque no menos interesante. Cuenta la historia de una joven actriz llamada a trabajar en un experimento de una dramaturga encumbrada gustosa de explorar con los límites del sueño. Después de años de ostracismo vuelve con una obra pensada dentro un hospital psiquiátrico abandonado. Se ponen en juego los egos de los actores, la posible farsa del proceso creativo y, en el medio, un concepto fascinante sobre los muertos buscando tomar posesión de los cuerpos de los vivos. Sí, lo vimos muchas veces, el valor de esta película del uruguayo Gustavo Hernández se presenta en la construcción de los climas y en la precisión quirúrgica de sembrar elementos y conceptos para luego reacomodarlos dramáticamente. Algo sobre explicada, quizá solo atribuible a los casi dos minutos de placas al comienzo; desde la presentación de 20th Century Fox hasta placas del ministerio de cultura de España.
Esa categoría inconmensurable llamada “documental”
El documental se puso de moda, no hay dudas, así como hace una década y media atrás las series tuvieron su momento dorado, no hay plataforma que no incluya un grueso considerable de documentales hoy en día. Los hay de toda clase, los que son más cuadrados con entrevistas y no más que eso, y también están aquellos pretenciosos anclados en un concepto valioso.
Una rareza absoluta es Canal 54 (2021) de Lucas Larriera. Dentro del formato, en términos locales, hay mucho empuje por retratar cuestiones sociales y mucho menos interés en lo lúdico. El director parte de una conspiración, gracias a una fuente descubre que un hombre en Avellaneda, durante la transmisión de la llegada del hombre a la Luna, recibió una señal de unos minutos en la que se veía la puesta en escena de un set de filmación. Quizá abrí una compuerta que no necesitabas, sin embargo, la historia se bifurca para otras obsesiones del director, vinculadas también al entusiasmo por la carrera espacial y cuestiones derivadas. No esperes verdades reveladas por primera vez, dejate llevar.
Una de las grandes apariciones en 2017 fue El silencio es un cuerpo que cae (2017) de Agustina Comedi. La excepción a la regla de “un baúl con fotos o videos caseros”. Desde la reconstrucción de la figura de su padre, la directora traza un correlato hacia el pasado argentino, desde el punto de vista de una persona obligada, por las tradiciones y un gobierno de facto, a esconder su verdadera orientación sexual. Armada íntegramente con material de archivo, la película es la única que sale airosa del concepto de los videos familiares mostrados a un público general. En el arte del montaje y de la idea principal, como objetivo, está la clave del éxito de este documental único.
Lejos de la era del boom por los documentales, encontramos Trelew (2003) de Mariana Arruti. Un thriller angustiante narrado sobre un hecho conocido: la masacre de Trelew en agosto de 1972 contra unos presos políticos fugados de una cárcel de máxima seguridad, con objetivo de escapar a Chile. Entrevistas, testimonios y un buen material de archivo reconstruyen un hito sangriento en la historia del último medio siglo en Argentina. De la misma idea estructural planteada por Sergio Wolf en Esto no es un golpe (2018), Arruti sabe construir tensión y angustia sobre la historia fáctica. El valor narrativo -también funciona para la ficción- está en la trama, no en el desenlace.
Que esto no sea un recuerdo
Es sabido que el 11 de diciembre no se activarán automáticamente todos los miedos presentados por el flamante gobierno, ciertas llaves tardarán más en girar que otras y -con suerte- algunas ni entren en la cerradura. CINEAR se mantendrá por un tiempo, no sabemos por cuanto, pero es necesario saber que precisa de un mantenimiento, por lo menos de alguien con una escoba para golpear la computadora si se tilda, una acción que probablemente ya estén haciendo desde hace unos años. Si bien su funcionamiento no es perfecto, y su comunicación es un desastre (nunca te enterás cuando sube y cuando desaparece una película), CINEAR es gratis porque solo necesitas un mail y una contraseña. La aplicación anda razonablemente bien en los dispositivos. No voy a negar que -de manera algo encubierta- fue una entrega sobre cine argentino, también sobre valorar una buena idea y exigir un saneamiento (sí, te hablo a vos INCAA). Nada se arregla con una motosierra, ni tampoco con desidia.