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202 – Empecemos a poner “obra maestra” donde va

Publicado el 30 de noviembre de 2023

Miles de veces hemos discutido varias cosas. Voy a intentar itemizar:

Por un lado, discutimos si existen o no las películas “buenas” o “malas”, ya hay una entrega completa de eso, y se argumenta cada tanto. El posicionamiento de este newsletter es bien simple: nadie nace bueno, por qué con las películas iba a pasar algo distinto.

Sí existen validaciones —laurelitos en el afiche, en una época clarincitos en la crítica, etcétera— que hacen que una película que no nació ni buena ni mala sea puesta en tal o cual estante dependiendo del ego, de los devenires de un mercado menor pero mercado al fin y de varios factores más.

Uso ego muy específicamente, porque te sorprenderías de la cantidad de pelotudos —va con o, son todos hombres— que jamás estuvieron ni a un kilómetro de un set de filmación que se ufanan de “A esa la descubrí yo”, pero no me hagas engranar de entrada, que esta es una entrega celebratoria—

Dentro de las validaciones, que son más personales (alguien con poco para aportar al mundo que decide que su opinión o “lo que él vio” es más importante que la película en sí) que otra cosa, empieza a aparecer algo que el querido Sergio Wolf dio en llamar “el obramaestrismo”

El obramestrismo no es otra cosa que descubrir una “obra maestra” por semana. O cada dos, si el practicante del culto es muy cauto.

¿Sabés qué pasa? Que obras maestras reales hay 100, 200 en toda la historia del cine. Algo que “te gustó mucho” o, seamos realmente sinceros, algo que “va a hacer que me presten atención esta semana” no lo es generalmente. Para que algo sea —o mejor puesto, se convierta— en una obra maestra tiene que pasar el tiempo y ponerla en ese lugar.

Entonces. No habiendo películas malas ni buenas, ni habiendo obras maestras sin el paso del tiempo es que debemos hablar de otra cosa.

“Ya se desvió, dios mío cómo puede ser posible”

Hablemos de esas que vimos todos. La versión cinéfila de “la que sepamos todos” de un fogón y uno que toca la guitarra complicado.

Muchas veces esas películas nos llegaron más por repetición que por cualquier otra cosa.

“La letra con sangre entra”

Y ciertas películas también. Podría dar un manojo de películas que la televisión repitió tantas veces que es imposible que nadie, cinéfilo o no, no haya visto.

“Dónde están las rubias”

No me tientas.

“Ay, no me digas que vas a hablar de—”

No hoy, pero no sería una mala idea, ¿no? Dejame acá abajMENTIRA, NO DEJES NADA.

Decía, una película que en el momento su estreno fue asesinada por la crítica —más de eso más tarde—, que estaba dirigida por el menos pensado para algo así y que finalmente tuvo su revancha —sobre todo— en la época del videoclub y luego en la tele por cable y aire —juraría que la mayor parte de la gente vio esta película doblada y con cortes— y que quizás merezca un pequeño acto de justicia.

“Decila de una vez te lo pido por las nenas”

Estoy hablando de esa obra maestra sin comillas que es Fin de semana de locura (Weekend at Bernie’s, 1989) de Ted Kotcheff.

Sí, de Ted Kotcheff. Empecemos por ahí.

Porque si bien Kotcheff era quizás la definición más perfecta de jack of all trades, el salto en menos de una década de dirigiera Rambo (First Blood, 1982) a Fin de semana de locura quizás haya sido un poco mucho, pero vayamos por partes.

Kotcheff nació en Canadá en el seno de una familia búlgara, pero emigró a Inglaterra, luego volvió a Canadá y eventualmente se fue para Estados Unidos.

Hizo más televisión que cine —sí, claro que dirigió episodios de La ley y el orden— y un puñado de películas en un derrotero que podría definirse como “un hit y tres que no”. Si te divierto lo hacemos.

Su primer película fue en Inglaterra: Amores entre extraños (Two Gentlemen Sharing, 1969)), la siguiente en Australia: Hombre sin mañana (Outback aka Wake In Fright, 1970), a todas luces una genialidad y la tercera fue una coproducción inglesa yanqui a tono pero un poco corrida en los tiempos del spaghetti western llamada Matando sin compasión (Billy Two Hats, 1974), a esa le siguió El gran canalla (The Apprenticeship of Duddy Kravitz, 1974) en Canadá y de ahí se fue a Estados Unidos.

Ya llegado a Hollywood abrió con un hitazo: No robarás a menos que sea necesario (Fun with Dick and Jane, 1977) e intentó seguir por el sendero de la comedia con ¿Quién está matando a los grandes chefs? (Who Is Killing the Great Chefs of Europe, 1978) y no pasó nada, una de fútbol americano con la que pasó lo mismo, Destino de un rebelde (North Dallas Forty, 1979) y un thriller medio pelo Split Image (1982).

Y llegó 1983, donde ¿dirigió? Rambo (viste que las cosas con Stallone de protagónico con medio relativas, sobre todo sabiendo que Ted quería que durara tres horas y terminó durando una hora y media, entre otras delicias)

Y de ahí un nuevo barranca abajo con Los valientes (Uncommon Valor, 1983), otra de Vietnam “del director de Rambo“, Nunca es demasiado tarde (Joshua Then and Now, 1985), Sin censura (Switching Channels, 1988) y Winter People (1989) que, la verdad, no le importaron mucho a nadie hasta que—

Lo llamaron para dirigir Fin de semana de locura.

Quizás este derrotero de la carrera de Ted Kotcheff no era tan necesario, pero nos sirve de medida patrón para entender cómo funcionaba “el cine” antes. De cuántas veces alguien la podía “pifiar” y seguir adelante, sobre todo si tenemos en cuenta que sí, Wake in Fright es buenísima, pero tampoco había taaanto de donde agarrarse. Esto debería ser especialmente resonante en tiempos donde escuchamos “Uh, ya está, se terminó la carrera de…” una vez por semana.

La película, escrita por el incluso entonces veterano Robert Klane (que había sido guionista de M.A.S.H. y de Gran disparate yanqui en Europa (National Lampoon’s European Vacation, 1985) de Amy Heckerling) estaba pensada como un nuevo vehículo para “los Coreys”

En esa época, había ya dos películas (que yo recuerde) protagonizadas por Corey Haim y Corey Feldman: Que no se entere mamá (The Lost Boys, 1987) y Sin licencia para conducir (License to Drive, 1988), querían que esta fuera la tercera, pero le pareció que quizás los Coreys eran muy jóvenes para el papel y decidieron recastearla.

Esto no paró a los Coreys, que después hicieron cinco películas más juntos. Qué hubiera sido de Fin de semana de locura con los Coreys es un misterio que nunca resolveremos.

El punto es que para los papeles principales eligieron a Andrew McCarthy, el de La chica de rosa (Pretty in Pink. 1986) y a Jonathan Silverman, el de— bueno.

Quizás lo más importantes ea que para el rol de Bernie Lomax hayan elegido a Terry Kiser, un actor que nunca dejó de ser secundario y que nunca dejó de actuar.

De qué es la película sería una estupidez contarlo, porque si no la viste, te diría que corras a hacerlo, ya que lo que viene acá abajo no es una defensa, sino una explicación de por qué estamos ante una obra maestra.

Sí, sin comillas.

Fin de semana de locura es de 1989, el fin del ciclo del Reaganismo y la era de los yuppies. La película de Kotcheff, a la que podríamos definir como “dos tarados que no quieren que se den cuenta arrastran un muerto dos días” es bastante más que eso.

Sí, el concepto y el afiche fue usado en infinidad de memes y coso, pero hay algo que nadie está viendo: es en el fondo una película de yuppie horror, que si tuviéramos un videoclub imaginario deberíamos ponerla junto a Después de hora (After Hours, 1985) de Scorsese, Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986) de Lynch o incluso Atracción fatal (Fatal Attraction, 1987) de Lyne.

¿Exagerado? Dame dos minutos.

La película habla sobre dos tratando de no morir. Literalmente, y en sus trabajos de mierda. Hay un sufrimiento de los protagonistas que un poco tiene que ver con “lo que les conviene” y un poco con “lo que tienen que hacer”

Se ha discutido hasta el hartazgo el “¿y nadie se da cuenta que está muerto?” y ahí, justamente ahí es donde radica el mayor encanto (y crítica a una era) de la película: nadie está mirando a nadie más que a sí mismo.

¿Estás empezando a sentir vibras de Psicópata americano (American Psycho, 2000)? Hacés muy bien. Pero no te olvides que la de Harron fue con el diario del lunes.

Fin de semana de locura se disfraza de comedia torna de los ochenta, pero en su interior tiene un puñal, uno que viene destruir todo lo que hasta ese momento se creía como sagrado.

Y sí, le abrochan un peluquín al cráneo de un muerto, pero eso termina siendo lo menos importante.

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