En mis momentos de mayor pesimismo —casi siempre— pienso que estamos frente a un panorama donde solo quedan restos. Como por ejemplo la normalidad de “ir al cine”: hoy es algo mucho más extraordinario que nunca antes; una propuesta que fue desplazándose hacía un rincón. Podría decirse que comenzó a gestarse con el nacimiento de la posibilidad de ver películas en casa, y llegó hasta la actualidad con la inconmensurabilidad ofrecida por los servicios de streaming. El VHS, como mayor cualidad, ofrecía la chance de ver en tu casa aquello que ya habías visto en una pantalla grande, pero de ninguna manera alguien podía destacar la calidad de la imagen ni del sonido, un aspecto al que casi nadie consideraba. Hoy en día, con muy poco, la experiencia espectatorial en el hogar puede alcanzar un nivel cercano al de una sala. De ninguna manera esto se va a convertir de repente en un “se murió el cine”, primero porque detesto esos intentos de establecer una verdad mediante una afirmación explosiva, la cual se descascara ante el primer embate por fundamentos. Sí, considero que el cine en sala empezó a sufrir un efecto de desvanecimiento feroz, en cuanto a su capacidad para albergar un gran alcance de películas porque las ofertas son más estrechas y están más concentradas en el espectáculo. Existen algunas oleadas como la de estas últimas semanas, gracias al viento de cola del Oscar, que de todas maneras tampoco le quitó demasiado al status quo de las secuelas, de la animación y de otras seguridades para mantener en funcionamiento el negocio. Ustedes se preguntarán ¿y todo esto para qué? Bueno, la verdad es que algún dejo de optimismo vive en mí y es por eso que voy a hablarles de una usina muy fructífera de películas: las películas producidas por HBO. Lo menciono así porque, a lo largo de casi cuarenta años, cambió su nombre en varias oportunidades. A principios de 1978, el canal de cable HBO estaba considerando realizar producciones para emitir de forma exclusiva en la modalidad pay-TV. Tal idea no revestía originalidad, recordemos que Universal Television produjo Reto a muerte (Duel, 1971), que fue parte del ciclo “ABC Movie of the Week”. Más allá de lo novedoso, lo importante es entender la perspectiva que tenían productoras, estudios de cine y canales de televisión a la hora de distribuir las películas. Si bien hoy los CEOs y otros personajes “jerárquicos” poco conocen de la historia del cine, y no lo digo en términos de saber qué es la Nouvelle Vague sino de conocer de contextos y épocas del negocio. Y si bien siempre hubo en la industria personajes facinerosos, inescrupulosos, encantadores de serpientes y demás. Lo que no existía era ese miedo para darle un millón de dólares a un director, quien solo había dirigido un puñado de capítulos de una serie y que ni siquiera había terminado de estudiar cine, para hacer una película para televisión sobre un camión que persigue a un hombre por una carretera, tan solo por citar un ejemplo histórico. HBO Premiere Films nació recién en 1983, después de una serie de encadenamientos financieros necesarios para poner en marcha la ambiciosa empresa. La primera película de HBO fue The Terry Fox Story, una biopic bien cuadrada sobre un maratonista canadiense, dirigida por Ralph L. Thomas, poseedor de un CV nutrido de telefilms. La apuesta inicial fue segura hacia el drama de superación deportiva basada en hechos reales, que hasta tuvo música de Bill Conti. Hoy una historia así quizás hasta pueda alzarse con un Oscar. Durante el primer año se estrenaron cuatro películas, muy por debajo de la idea inicial de hacer veinticuatro. En 1984 la maquinaria se impulsó a gran velocidad, no solo por la cantidad de estrenos para el canal sino también por la asociación con Columbia Pictures y CBS para dar forma a TriStar Pictures, estudio que lanzó Flashpoint (1984) dirigida por William Tannen, co-escrita por Dennis Shryack, el mismo guionista de Ruta Suicida (The Gauntlet, 1977), El jinete pálido (The Pale Rider, 1985) y de Código de silencio (Code of Silence, 1985), al que dan ganas de atribuirle las pocas buenas ideas de la película. En la corta alianza, TriStar con la participación de HBO también fue la encargada de producir Hitcher, el viajero (The Hitcher, 1986) de Robert Harmon, una película más celebrada por el VHS y la TV que por la sala de cine. Aquí un caso de “what if”, es decir qué hubiera pasado si directamente salía como una “película de la semana”. Para 1986 HBO vendió su parte accionaria de TriStar, estudio que siguió como una subsidiaria de Sony, tal vez como paso hacia atrás, inmediatamente después del fracaso en taquilla de Hitcher, el viajero. Como en todas las compañías, HBO no fue ajena a los cambios de mando. Entre 1984 y 1986 la compañía apuntó a los estrenos en sala, desviándose de la idea primaria para hacer películas para televisión como eventos únicos. En paralelo corría el auge del VHS y la transición de la industria, una vez acaecido el New Hollywood. La TV necesitaba promover sus propias cualidades, de tal manera es que HBO comenzó a producir miniseries y especiales, sin embargo, para finales de la década repuntó la estrategia inicial de producir para su señal de TV paga. Como consecuencia de esta decisión también decidió vender su parte de TriStar Pictures, por lo que el ambicioso proyecto de codirigir un estudio se disolvió rápidamente. En HBO la recurrencia por cambiar la denominación de sus marcas se construye desde estos tiempos, entre 1986 y 1995 las películas originales para ser emitidas por la señal estaban englobadas en HBO Showcase, luego pasó a ser HBO NYC Productions, pero en el medio también aparecieron films que decían HBO Pictures. Un ovillo que no vale la pena desenredar. Para el despertar de 1990, la compañía ya presentaba una experiencia, que en parte le permitió desarrollar una libertad en la elaboración de proyectos, tan vastos cuya amplitud puede observarse en los géneros abordados, por extraer tan solo una variable de análisis. El diablo (1990) fue uno de los tantos films de ese año, la particularidad es que el guión lo coescribió John Carpenter junto a uno de sus más acérrimos colaboradores: Tommy Lee Wallace. La historia sigue a un maestro de escuela empujado a lo más profundo del Salvaje Oeste para rescatar a uno de sus estudiantes secuestrado por El diablo, un peligroso forajido. Este western fue uno de los tantos proyectos cajoneados por Carpenter, en una entrevista al Courier Post de Delaware, el director explicaba en 1980: “Mi próxima película será un western y se llamará ‘El diablo’, es una mezcla entre ‘Más corazón que odio’ y ‘Viaje al centro de la Tierra”. La película nunca pasó de la preproducción hasta que la productora Debra Hill, la gran mano derecha de Carpenter en sus comienzos, propuso reflotar la idea y hacerlo en una órbita más controlable, sin las presiones de un estreno comercial en salas de cine. Algún día deberíamos hablar seriamente de Debra Hill. La época de oro de HBO films comienza a tejerse, pero en un instante previo aparece una rareza llamada Somebody Has to Shoot the Picture (1990) de Frank Pierson, cuyos dos antecedentes más importantes hasta ese momento habían sido dirigir Nace una estrella (A Star is Born, 1976) y escribir el guión de Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975). Lo maravilloso de Somebody Has… es la premisa porque parte de las experiencias del fotógrafo Doug Magee, un activista contra la pena de muerte en Estados Unidos, encargado durante años de entrevistar y fotografiar a condenados a la pena capital en la película. El argumento se centra alrededor del pedido de un sentenciado de que un fotógrafo documente con su cámara el momento de su ejecución. Si esto puede considerarse apostar fuerte en términos de darle “luz verde” a proyectos casi suicidas, lo que vino después fue todavía más milagroso. En el medio de películas increíbles, HBO se tentó y se dio el gusto de producir cuanta “historia basada en hechos reales” se le atravesó, no es ninguna casualidad que muchas lleven en el título la palabra “story”, precedida de un nombre propio. Si apartamos estas historias de corte lacrimógeno y de shock encontramos una maravilla absoluta llamada Cast a Deadly Spell (1991) del neozelandés Martin Campbell, protagonizada por el enorme Fred Ward y con la participación de Julianne Moore, todavía lejos del prestigio. La idea de la hibridación de géneros implementada aquí es fantástica porque combina el film noir con la ciencia ficción y el terror. Alguno más purista podría decir que la verdadera combinación es de noir y “los mitos de Cthulhu”, y tendría razón. Solo voy a decir que la historia está ambientada en 1948 en una ciudad de Los Angeles ucrónica, donde existe la magia, y un detective llamado Harry Phillip Lovecraft es contratado para localizar el… Necronomicón. Una secuela de Cast a Deadly Spell se estrenó tres años después, y se llamó Ilusiones satánicas (Witch Hunt, 1994) dirigida por Paul Schrader, en uno de sus parches como director, y protagonizada en este caso por Dennis Hopper en el papel de Lovecraft. En este caso la ucronía se posa en una metafórica sustitución del macartismo por la prohibición de la magia, impuesta por las ideas de un senador conservador. Menor al lado de la primera película, pero igual de fresca para pensar ciertas ideas bajo el mecanismo retórico de una mezcla de géneros. En una suma de extrañezas, dentro del equipo técnico aparece como director de fotografía Jean-Yves Escofier, conocido por sus trabajos en las primeras películas de Leos Carax. En continuidad con la importancia de las productoras, como gestoras de estas demencias, está la gran Gale Ann Hurd, una de las hijas de la factoría Roger Corman. Para mitad de la década, HBO también se mimetizó con el espíritu de la época y produjo fotocopias de Tarantino como Don’t Look Back (1996) del laborioso —por decir algo positivo— Geoff Murphy. Para más tarantinismo el protagonista es Eric Stolz, quien pudo armar una suerte de filmografía parripollo después de Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994, además de este telefilm estuvo en el elenco coral de Nadie vive demasiado (2 Days in the Valley, 1996) de John Herzfeld y en Keys to Tulsa (1997), otra más de gente joven con malas compañías, negocios turbios y tiros, sazonada con las modalidades formales de los noventa. Si quieren hundirse más en este subsuelo de “la era de reproductibilidad tarantinesca” en el elenco están James Spader, Deborah Kara Unger y otros más que, claro, no llegaron a trabajar con Quentin, pero estaban en todas estas producciones casi bordeando el “directo a DVD”. Si retomamos la senda de las pequeñas grandes películas podemos hallar Dead Silence (1997) de Daniel Petrie, Jr., el mismo de Con la vida en un hilo (Toy Soldiers, 1991), la cual no es azarosa de mencionar debido a los muchos puntos en común con esta producción de HBO. El contexto de los Estados Unidos tras la toma de rehenes de Waco y el culto de David Koresh, fue una buena fuente para pensar nuevos guiones. Petrie, Jr. no es su padre; que hizo cosas extrañisimas como la miniserie Sybil (1976) sobre una mujer con 13 personalidades o Distrito Apache, el Bronx (Fort Apache, the Bronx, 1981); aún así encontró una especial cualidad para narrar historias de toma de rehenes. Dead Silence no es Con la vida en un hilo, pero sí es un pequeño thriller terriblemente violento, considerándola una película para televisión que, sin embargo, tuvo un paso curioso por el Festival de Cannes, porque se proyectó allí varios meses después de su emisión por la señal de cable. En el medio se gestaron otros pequeños éxitos televisivos como Si estas paredes hablaran (If These Walls Could Talk), una película episódica de tres segmentos sobre el aborto, uno de ellos dirigidos por Cher, que fue parte del elenco junto a Sissy Spacek y Demi Moore. Aquí pudo verse en video, como así también Subway Stories (1997) otra narración variopinta, en esta oportunidad con historias circunscriptas en el subte de Nueva York. Un gran drama de mafia, específico de una arista como es el mundo de los soplones de la mafia, es Protejan al testigo (Witness Protection, 1999) con Tom Sizemore en la piel de un mafioso marginado por la “institución” y con un peligro latente de ser asesinado. Su única opción es convertirse en “testigo protegido”, sin evitar las consecuencias de abandonar su estilo de vida. La película se plantea como un ¿qué hubiera pasado si Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) hubiese tenido un acto más con Henry Hill viviendo en la pobreza como relata al final? Lo más interesante de la pequeña producción está en la implosión que genera para el ex mafioso ingresar en ese programa del FBI, en su propia familia que paulatinamente lo empieza a culpar de todos los males. El camino de prestigio llegó en los dos mil, precisamente con la obtención de la Palma de Oro en Cannes por Elephant (2003) de Gus Van Sant, cuya distribución fue primero en salas de cine. También con apuestas como Las mujeres reales tienen curvas (Real Women Have Curves, 2002) y María llena eres de gracia (María Full of Grace, 2004), una coproducción con Colombia y también de estreno en cines. Ambas compradas una vez terminadas, es decir solo tuvo injerencia en el lanzamiento. Lo mismo sucede con La niña santa (2004) de Lucrecia Martel que, depende la copia, puede aparecer el logo de Fine Line Pictures, una subsidiaria de New Line Cinema que tuvo lugar desde 1991 hasta 2005, como una especie de Sony Pictures Classics para Columbia, compañías pensadas para lanzamientos de películas internacionales o de circuitos festivaleros. Entre las últimas gemas encontramos la genial 7 Days in Hell (2015), un mediometraje construido con el mecanismo de un falso documental deportivo, es por eso que aparece el logo de HBO Sports y algunas imágenes de archivo de la BBC. De los delirios más retorcidos que van a encontrar en la plataforma Max, si es que no lo sacaron para poner más capítulos de la Dra. Sandra Lee. La variedad rebalsa en la lista de películas producidas por HBO en sus poco más de cuarenta años de historia. El presente no augura una prolongación de estas ideas en HBO, se mantiene el espacio para las series, documentales y algunos productos puntuales con el espíritu de la calidad, que supo construir durante muchas décadas, no puede decirse lo mismo de las pequeñas producciones de películas, solo hubo un amague con las últimas dos de Steven Soderbergh: Ni un paso en falso (No Sudden Moves, 2020) y Kimi (2022). Al menos en Max pueden encontrarse muchas de las películas mencionadas en este newsletter, no hay excusas para decir: “no hay nada acá, es todo DC y Harry Potter, me voy a ver unos capítulos de ‘Kilos mortales’, mejor”. Busquen y encontrarán. |