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190 – Un truco que fue demasiado lejos

Publicado el 7 de septiembre de 2023

A lxs que nos gusta el cine de género sabemos que hay determinados “inventos” que a veces se ponen de moda y terminan cansando.

En una historia del cine más convencional se hablaría de descubrimientos y movimientos y coso, pero todxs sabemos que cuando se trata de ese cine que es tan denostado por la inteligencia, nunca serán tratados más que como trucos de feria, esperando que la historia finalmente le de —casi como la iglesia “perdonando” a Galileo Galilei siglos después— la razón que siempre tuvo.

Pero nos vamos a detener en todas las veces que la inteligencia se equivocó, porque tendría que escribir doscientas entregas más —y ciento ochenta los martes— y me quedaría corto. Vamos a hablar de algo que empezó en el cine pretendidamente bueno y no tardó en correrse al otro con resultados diversos.

Sí, el bueno y el otro y el malo y el coso no existen, ya lo dijimos miles de veces. Volviendo—

La culpa de todo la tiene Orson Welles.

Bueno, no de todo todo, de esto que venimos a hablar, pero sonaba lindo. La cosa es más o menos así:

No sé habrás visto ·El ciudadano (Citizen Kane, 1941) —si no lo hiciste quizás sea momento de hacerlo, pero quién soy yo para andar dando consejos—, pero hay una transición de una escena a otra que cambió la historia del cine.

No, no hablo de la profundidad de campo, del montaje dramático, ni el wipe, por nombrar solo algunas. Hablo de la cacatúa.

“Momento, ¿qué?”

No el invento de la cacatúa como animal, eso fue la naturaleza. Hablo del plano de la cacatúa blanca —suponemos, es blanco y negro la película— que entra de golpe y funciona de transición hacia la escena siguiente.

Esa cacatúa, ese segundo en la historia del cine, inventó algo que íbamos a arrastrar a través de las décadas primero como una novedad maravillosa y después como una pesada herencia.

“No sé qué partido político poner”

El jumpscare. La cacatúa inventó el jumpscare.

“Entonces la culpa de todo la tiene la cacatúa”

Y Robert Wise, no le bajemos el precio a la leyenda. Si bien daría la sensación de que todas —y muy a pesar de los que se ponen del lado Kael en la guerra con Bogdanovich en el affaire Mankiewicz— las decisiones de El ciudadano pasaron por Welles, que era un loco manipulador, la influencia en el montaje de Wise en la historia del cine es incalculable.

Wise iba a desarrollar una carrera como un director fabuloso con películas como Amor sin barreras (West Side Story, 1961), La novicia rebelde (The Sopund of Music, 1965) o las más caras a nuestro afecto como El luchador (The Set-Up, 1949) o La casa embrujada (The Haunting, 1963), pero no es el día de hablar de él, porque—

Estábamos hablando de la cacatúa.

La cacatúa aparecía después de una escena muy calma, algo que se iba a convertir en un “manual” de cómo estos jumpscares iban a ser de ahí en adelante.

Al año siguiente, tenemos el colectivo de Tourneur, que no es “el Plusmar de Chejov” de Bañeros 4: Los Rompeolas (2014), por favor no confundir (?)

En La marca de la pantera (Cat People, 1942) filmada si leés los años de las películas al año siguiente un personaje está parado en la parada de colectivo y, luego de una cierta calma, el colectivo entra a cuadro de manera intempestiva, sobresaltado al espectador.

Sirve, como en el caso de El ciudadano, para agregar cierta tensión al relato. Construye. Guardá este concepto que va a venir después.

Hagamos un breve arqueo: una escena con mucha calma, un susto de golpe. Podríamos agregar, cierto espacio negativo en el plano, que se ocupa con esta presencia que aparece de golpe. Este espacio negativo —para explicarlo simple: el o los personajes parados a un costado del cuadro, con “todo este espacio” para ocupar en alguno de los lados— hace que junto con la calma el espectador crea que falta algo y cuando ese algo que falta aparece de golpe, bueno, se sobresalte.

Sigamos en la línea de tiempo hasta Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock. Arbogast sube la escalera, ¿una mujer? se le viene encima y lo apuñala. Misma fórmula, mismo resultado. Podríamos decir que el comienzo de la ducha de Marion Crane es similar, pero cómo escapar de la importancia cultural de una película de más de sesenta años, incluso no habiéndola visto nunca.

Pero avancemos un poco en el tiempo y hagamos una lista de cinco, no un top five, porque la pienso ordenar por fecha, de algunos grandes jumpscares de la historia del cine de género, tratando de spoilear lo menos posible, aunque ya dijimos que es medio una pavada eso:

Jason sale del agua al final de Martes 13 (Friday the 13th, 1980) de Jason Cunnigham.

La sangre de Palmer en El enigma de otro mundo (The Thing, 1982) de John Carpenter.

La calma del que se acerca al calendario en el comienzo de Día de los muertos (Day of the Dead, 1982) de George A. Romero.

La enfermera en la escena del pasillo en El exorcista III (The Exorcist III: 1990) de William Peter Blatty, quizás el mejor de la lista, lo cual me llevaría a defender la película, pero creo que ya lo hice alguna vez.

La víctima de la pereza en Pecados capitales (Se7en, 1995) de David Fincher.

Y me permito agregar a la lista, y quizás como uno de los mejor armados de todos los tiempos, el jumpscare de la iraní Under the Shadow (2016) que capaz no tenés tan mangiada como las anteriores y que te dejo que descubras solx.

Al final te llevaste una linda lista de películas para ver o rever, andá a saber. Pero agreguemos una cosa más: el problema.

¿Y cuál es el problema con los jumpscares? Bueno, como habrás visto en la lista que vino hasta acá, ninguno: están todos en películas muy nobles. Pero a los jumpscares, en un momento, los cargó el diablo (?)

Porque fueron demasiados y dejaron de ser, como venían siendo, una cosita, un detallito y pasaron a ser la sola razón de la existencia de muchas películas de género.

Basta con revisar la cartelera —sin deprimirse, eso es— y encontrar casi semanalmente alguna película de terror de esas que no nos gustan ni a los que las vemos todas cuyo único objetivo narrativo es coser como se puede una serie de “ah, era el viento” “ah, había un gato detrás de la cortina del baño” “ah, era la amiga que llegaba” o la que le quieras poner de ejemplo.

Esto hizo que el jumpscare se convirtiera con el correr de los años en un truco de feria, en una excusa barata y formulaica para hacer saltar a los espectadores sin mucho más que una receta de “pongo algo calmo, subo la música”.

Es por eso que desde acá, y también desde este otro podcast muchas veces hablamos de una distinción real y concreta del cine de género: las películas de angustia contra las películas de susto.

Esto, no es más que una traducción bien argenta del concepto angloparlante de dread vs scare, que también fue cargado por el diablo de los intelectuales con la creación del post horror y coso, pero de eso ya me quejé en otras ocasiones.

¿Esto quiere decir que si yo disfruto de un buen susto estoy dañando al…? No, claro que no. Cada uno se divierte como quiere, y está perfecto. Siempre y cuando uno sepa que ese paco que está fumando —bueno, quizás lo extremé un poco— a la larga hace daño.

Porque si vivimos en una época donde “las series son mejores que las películas” y lo que importa desde el final del episodio anterior hasta el comienzo del otro es “si se murió o no”, quizás debamos atribuírselo a la popularidad de ciertos trucos de feria que empezaron con una cacatúa y Orson Welles.

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