No me preguntes por qué, pero hace poco terminé viendo, a destiempo si es que existe “un tiempo correcto” para ver las películas, el último opus de Luc Besson. Me siento un poco Peña con su clásico “Llego algo tarde…” en sus simpre hermosos posteos de Facebook, pero— “Vas a hablar de la de Besson” Qué carajo voy a hablar de la de Besson. “Bueno, pongamos claras las reglas de juego porque a mí la ansiedad no sé para cuánto me da” Es más un “esta cosa me llevó a esta otra cosa” “Okey, creo que lo puedo tolerar” La cosa empieza más o menos así: no sé si viste o no la de Besson— “Y dale con la de Besson” — no viene al caso, es un director al que no le sigo el rastro conscientemente hace ya un tiempo. No, no tiene que ver con ¿cancelación? ¿no cancelación? sino con su propia obra. Ese “cine anabólico” francés me torra un poco. Y aquí el primer mensaje que nos deberíamos llevar: puede que a vos no, y está perfecto. El punto es que vi Dogman (2023), una película que pasó por salas de nuestro país hace tiempo y que pretendió ser ¿la nueva Joker (2019)? sin demasiada suerte. El punto es que una parte de la trama (no el trauma del muchacho, que es el que homenajea a Deliverance de John Boorman en Get Out de Jordan Peele, perdón por la cinefilia, sino más bien su “superpoder”) me hizo acordar mucho a una película que si peinás canas probablemente recuerdes. Porque me hizo acordar a algo que ví, como no podía ser de otra manera, en Sábados de súper acción. Y acá vamos a tener que explicar un segundo para los más jóvenes, a pesar de que lo hicimos varias veces ya, porque es realmente importante. El cinéfilo de décadas atrás tenía Función privada, tenía El mundo del espectáculo, tenía Hollywood en castellano, tenía La película sorpresa y tenía Sábados de súper acción. Porque Canal 11, después del mediodía empezaba a pasar películas una atrás de la otra hasta que se hacía de noche, muchas veces enganchando con “la película buena” de las diez pe eme. Y caramba que había variedad en Sábados… Esa variedad que desde estos envíos cultivamos siempre, pero que en este caso era más una “anarquía de lo disponible”. Sin prisa pero sin pausa podía venir una de marcianos, seguida por un western, por una de artes marciales, una de asaltos a bancos o lo que fuera. Dependiendo de la época del año, el ciclo era un doble, un triple, un cuádruple programa o lo que fuera necesario para llenar la grilla en épocas de más o menos programación. Quizás lo más interesante de esa variedad casi esquizofrénica era que te cruzabas con obras maestras que después recordabas por lo que pasaba y no por lo que eran y con las que reencontrabas luego, quizás con una lectura o estudio más formal de cine, en los libros de historia. El cine por televisión era, sobre todo en épocas donde el videoclub o la tele por cable no había hecho todo el trabajo, en una piedra basal de la dieta de casi cualquier cinéfilo. Sábados de súper acción nos puso enfrente tanto obras maestras como películas realmente olvidables y nos hizo que las amáramos con igual intensidad. Quizás nunca en la historia de nuestra televisión (y me animaría a decir “de nuestra cartelera”, constantemente dictaminada por el poder dictatorial —o no tanto— de turno) se va vivido tanta libertad a la hora de ver películas. La historia de Sábados de súper acción debería ser nuestra historia como cinéfilos “más cuarenta” Lo bueno es que esa historia existe de la mano del querido Fernando Martín Peña (cuándo no) y del recordado Diego Curubeto en un libro hermoso (y agotado, esperemos que por poco tiempo) que se llama Cine de súper acción: Cine clásico y de culto en la TV argentina 1961-1993 que si lo llegás a ver en algún revoleo, agarralo y protegelo con tu vida. Pero no vine acá para hablar de la película que me hizo acordar ver la nueva de Besson. “Ya dale con Besson” Porque, okey, te lo tomo que no soy muy de leer críticas, pero este tipo de información funciona como un silbato de perro entre los que estuvimos en la de ver Sábados de súper acción de comienzo a fin y, a menos que se le haya pasado —cosa que no descarto— no escuché a nadie hablar del parecido notable entre esta Joker de la B y La banda de los perros asaltantes (The Doberman Gang, 1972) de Byron Chudnow. ![]() Quizás el nombre de Byron Chudnow no te suene tanto y ¿sabés qué? tiene absoluto sentido. Fue más productor que director, una suerte de jack of all trades que empezó su carrera con un proto mondo llamado África, el paraíso perdido (Kwaheri: Vanishing Africa, 1964) que intentaba hacer caja con todas esas italianas que mostraban costumbres extrañas alrededor del globo, de ahí saltó a la tele, donde dirigió alguna cosa y editó mucho más y un día tuvo una idea. O mejor dicho dos. Había dos tipos de películas que funcionaban muy bien a principios de los años setenta: las de asaltos a bancos y las de animales. ¿Por qué no juntarlas? ¿Qué podría salir mal? Por si nunca la viste: un veterano ladrón de bancos y un entrenador de perros ponen manos a la obra para lograr que una jauría de dobermans hagan el trabajo sucio y descartar “el error humano” Puede sonar descerebrada, probablemente lo sea pero, vista con ojos de adulto, te puede dar más de una sorpresa: tiene diez ideas por minuto, siendo muy cauto. La película por supuesto que no fue a cines con buenas alfombras. De hecho, buena parte de la distribución en cines la hizo Dimension Pictures Inc, más conocida con DPI que al comando de un bandido hermoso de nombre Lawrence Woolner, que terminó asociado después con— “Roger Corman” Con quién si no, la terminó estrenando en doble programa con The Twilight People (1972) una adaptación de HG Wells con Pam Grier, de lo mejorcito de la producción de Corman en Filipinas, dirigida por el talento local (de Filipinas) Eddie Romero. No te vayas a confundir DPI con Dimension Films, la subsede de Miramax para cosas que no estuvieran con el tema del prestigio de principios de los años noventa. Volvamos— La película fue, en términos de “la que pusieron la que se llevaron”, un éxito total, al punto que Chudnow encontró su llamado. Y si algo que nos gusta en estos envíos es ver a alguien que se apasiona tanto que hace una de más. Y Chudnow, quizás sea hora que te lo diga, hizo dos de más. Porque a La banda de los perros asaltantes, le siguió al año siguiente Vuelven los perros asaltantes (The Daring Dobermans, 1973) y The Amazing Dobermans (1976), todas bajo el lente de Chudnow. ¿No hacían falta tres? Quiénes somos nosotros para juzgar. Tres estos esfuerzos, Chudnow se alejó de la dirección y empezó a producir, volviendo a su primer amor, la televisión. Por aquello de que la historia es circular, cíclica o llena de casualidades hermosas. quizás sea pertinente aclarar que fue uno de los responsables de una serie que solo tuvo veintiún episodios y que fue a la programación de Canal 11 casi tan importante como lo fueron en otras épocas los Sábados de sper acción. Chudnow produjo Martillo Hammer. Si, ahora lo querés más. Pero volvemos un segundo antes de irnos— Si la queremos extremar, sin ninguna prueba y uniendo sólo por título, tuvieron que pasar tres años del estreno de la primera de la saga para que Sídney Lumet se animara (?) a estrenar Tarde de perro (Dog Day Afternoon, 1975), pero no sé si estamos listos para esa discusión. Una cosa sí es cierta: fue la primera película que tuvo la certificación de la American Humane Society rezando “Ningún animal fue lastimado durante la realización de esta película” algo que, quizás debamos hablarlo más en profundidad en otro momento, no fue lo más legislado a lo largo de la historia del cine. No, no, la cara larga no. Ahora está todo bien, pero andá a saber cuántos Chatranes hubo para que el del título, que creíste que era el mismo, pudiera vivir esa aventura que te emocionó tanto. Bueh, la empeoré. Te pido mil disculpas. |