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197 – Uno más para la colección de ídolos

Publicado el 26 de octubre de 2023

Me imagino, o por lo menos eso quisiera creer, que si venís leyendo esto desde por lo menos hace un tiempo, que hay varios personajes del mundo del exploitation que ya tendrás en tu más alta estima.

Corman, Castle, Franco por lo menos. Es lo mínimo que te pido. No te pido que revises sus filmografías si no querés, pero sí que hagas una media sonrisa cuando se los nombra.

Podríamos agregar a Arkoff y a Nicholson, claro y a una lista casi tan largas como las entregas de este pasquín y su hermano nuevo rico de los martes.

Pero estamos acá porque no puedo creer que llegamos hasta acá y no hablamos de: a) una película que se caía de madura por lo menos desde la entrega número cinco, b) de un género que amo con toda mi alma y del que me considero medianamente “experto”, si es el que el término vale para este tipo de cosas y c) de un personaje a todas luces hermoso que, si no conocías, espero que te lleves en tu corazón de acá en adelante.

“Como un tío que en Navidad…”

Bueno, claro. ¿No son todos así de fallidos nuestros ídolos? Quizás sea para otro día. Volviendo—

Mucho se discute, sobre todo desde un costado del arco político la vuelta a la en otra época llamada “familia nuclear”, la noción de “mamá y papá” y toda esa pavada —si se me permite la opinión— máxime viniendo de dos solteros sin hijos. El punto—

“El punto, justamente”

El punto es que ese martillar de la extrema derecha —acá sí parecería ser válido el tema— con “mamá y papá” me hizo acordar de una película, de un género y sonreír.

“Dame un dato, te lo pido por las nenas”

No pude no pensar en Mom and Dad.

“La de Nicolas Cage”

No, por eso no le puse el año, para que pises el palito. En Mom and Dad (1945) de William Beaudine.

Pero Beaudine en esto es quizás lo menos interesante y me lo voy a sacar de encima rápido.

En realidad Beaudine debería ser el tema de por lo menos cinco entregas, pero esta no será esa. Solo para que se comprenda: con una carrera de casi cincuenta años a lo que van desde los fines de los años diez hasta mediados de los años sesenta, este buen hombre dirigió lo que le pusieran adelante, demostrando que prolífico no necesariamente es algo bueno, sino algo de lo que se hace mucho en poco tiempo.

Porque, caramba que Beaudine hacía en poco tiempo. Sin ir más lejos, la película de la que voy a hablar en un ratito se filmó en solo ¡seis! días, un estándar para el exploitation de los años cuarenta, que consideraba “una superproducción” a cualquier cosa que demorara más de una semana en hacerse.

Y no, no estamos hablando hoy de “cine B” ni de estudios chiquitos que se podrían considerar los padres de lo que después fue el New Hollywood o el cine indie que fue hijo de ese hijo del medio: no. Estamos hablando de un nivel de explotación supremo, excelso, champagne, si lo querés ver.

Beaudine, para sacarlo del medio de una vez, pobrecito que en el fondo no hizo nada filmó al menos ¡cuatrocientas! películas a lo largo de su carrera, con highlights —sí, estoy siendo un poco hijo de puta llamándolos así— como haber filmado Billy the Kid vs. Dracula (1966) o Jesse James Meets Frankenstein’s Daughter (1966) en un mismo año.

Resulta difícil no amar a Beaudine pero, de nuevo: Beaudine es solo un mero “operador” en esta historia. Pero para llegar al maestro titiritero, primero deberíamos hablar de la película y a qué género pertenecía.

Mom and Dad era lo que se conocía en ese momento como una “película educativa” o “film de higiene”

Preparate, porque esto capaz que se pone un poco extraño.

“No sé como prepararme”

Imaginate que yo menos. Volviendo—

Los films de higiene o hygiene films eran una rama muy concreta —y efectiva a nivel taquilla— del cine de explotación de la época, que quizás convendría revisar para que se entienda:

Mientras el cine de Hollywood estaba bajo la férrea mano de Hays, su Código y la Motion Picture Producers and Distributors of America y todo eso hacía ya una punta de años. Nada que estuviera fuera del código “pasaba” —esas eran las calificaciones casi llegada la década de los sesenta— o “no pasaba”.

Pero de nuevo: acá no estamos hablando de cines con alfombra ni nada por el estilo. Acá estamos hablando de gente que ni anotaba la película a calificar para ahorrarse unos mangos y estrenaba en esos cines a los que quizás “la cosa del prestigio” y la ley, bueno, no les importaba tanto.

Este es el territorio de las “non rated”, que se veían en el peor cine que te puedas imaginar, por un público al que solo podríamos calificar de “ávido”

“Sos muy fino cuando querés”

Un señorito inglés. Pero no me distraigas—

Los hygiene films habían tenido su cuarto de hora de gloria después de la Primera Guerra mundial, con mucho soldado volviendo a casa quizás con alguna venérea medio rebelde y hablaban justamente de eso: con un tono educativo, tocaba temas que de otra manera no podría haber tocado: prostitución, control de la natlidad, hijos no legítimos y, sobre todas las cosas, salud sexual y enfermedades de transmisión por ídem via.

Los hygiene films estaban tan obsesionados con esto último que se conocían popularmente como clap operas, un término precioso que traducido se pierde un poco pero sería algo así como “óperas de la gonorrea”

“La verdad que no sé si estaba tan preparadx”

Te pido mil disculpas. ¿Sigo?

“Por favor”

Lo imaginé. Había un dato curioso de los hygiene films, y era que muchas veces eran para un lado del espectro espectadoril solamente: a muchas de estas funciones solo dejaban entrar a hombres.

Me imagino que el paralelo con cierto partido político lo venís haciendo desde el principio, pero por las dudas te lo refresco acá. Volvamos—

¿Por qué solo los hombres “se podían educar” sobre sexo y enfermedades de trasmisión sexual? Bueno, primero porque eran los años treinta y cuarenta y quizás la igualdad era incluso más complicada en esos tiempos, pero había un razón de mucho más peso: porque estas películas, y me imagino que ya te habrás dado cuenta pero nunca se sabe, no pretendían educar a nadie.

Los hygiene films, que en su mayoría eran producidos por los mismos exploitators de mínima monta que tema que había salido en los diarios tenían el póster al día siguiente y la película lista para el fin de la semana, estaba hechos para “mostrar algo”

Sí, el “¿se ve algo?” no nació con la censura y el destape argentino: viene desde siempre.

Estos hombres, autorizados por los exhibidores a ver estos films educativos, iban a los cines a ver situaciones ¿sexuales? —más de esto en un momento— con “la carpa” de estar yendo a “educarse”

¿De qué situaciones ¿sexuales? estamos hablando? Bueno, eso quizás sea un poco más complejo.

“La verdad que de verdad no sé si estaba tan preparadx”

Vas a tener que hacerte fuerte, chiquitx.

Quizás la mejor forma de explicar todo esto sea, justamente, hablando de Mom and Dad, quizás uno de los ejemplos más acabados del hygiene film.

La película cuenta la historia de una joven enamoradiza que cae bajo los efectos de seductores de un piloto que se va a la guerra. Antes de que se vaya —claro, si no no tendría sentido— acepta tener sexo con él.

De más está decir que él muere en la guerra, justo a tiempo para que ella empiece a darse cuenta de que su cuerpo empieza a cambiar.

No, no es una película de Cronenberg, es una película donde un público ávido de ver algo del cuerpo femenino pagaba una entrada para ver imágenes educativas que incluían un parto natural y uno por cesárea.

Voy a dejar esto acá para que lo medites un segundo.

Sí, en los años treinta y cuarenta, lo más cerca que estaba un espectador de ver una mujer desnuda era viendo imágenes de un parto.

Y acá también podríamos meter un chiste de política, pero no lo voy a hacer, porque este será un pasquín pero trata de ser muy fino (?)

Mom and Dad se filmó —como dije más arriba— en sesi días y con un presupuesto mínimo de menos de 70000 dólares. Recaudó cien veces eso.

¿Y quién sonrío cuando esto pasó? Bueno, el verdadero instigador de Mom and Dad y de tantas otras.

Hace su entrada Kroger Babb.

Bienvenido, perdón por tenerte esperando tanto tiempo.

Kroger Babb, quizás no te suene de nada pero ese problema se termina hoy mismo, había nacido Howard W. Babb en 1906 en Lees Creek, Ohio y desde su juventud estaba destinado al éxito: tuvo una mención en la columna sindicada Ripley’s Believe It or Not! por ser la persona que más partidos de fútbol había referado a su edad.

Su interés por el deporte lo llevó a escribir sobre el tema en algunos diarios apenas entrado en la adultez, pero su verdadera pasión estaba en las películas. Sobre todas las cosas, en como venderlas.

Esto lo llevó a aconsejar a dueños de cines para que hicieran sorteos y con eso llevar espectadores a sus salas, y trucos menos inocentes que fue aprendiendo con el tiempo.

Porque ni lerdo ni perezoso a principios de los años cuarenta, se unió a dos emprendedores —me parece que acá sí el término entra— que tenían una compañía llamada Cox and Underwood, que como su nombre lo indicaba, estaba regenteada por Howard Russell Cox y Howard Underwood.

Cox and Underwood tenían un negocio que les resultaba rentable: compraban películas imposibles de vender y le encontraban la vuelta, generalmente en el circuito de “película viajera” que iba a de pueblo en pueblo.

Las temáticas, casi siempre eran higiénicas y shockeantes.

Y ahí fue cuando a Babb se le ocurrió una idea que después iba a refritar en Mom and Dad: agregar escenas de un parto a una película llamada Dust to Dust (1938), también conocida como Child Bride —te estás haciendo una idea de la calaña del material—de Harry Revier, que no era otra cosa que una reversión de otra de similar temática llamada High School Girl (1934) de Crane Wilbur.

El punto es que Dust to Dust anduvo tan bien, que Cox y Underwood se retiraron del negocio con las ganancias y Babb quedó solo.

Se armó su propia compañía llamada Hygiene Productions y el resto fue historia.

Y por “historia” hablo de Mom and Dad.

Babb tenía una forma muy extraña de promocionar sus películas: llenaba los diarios locales de una anormal cantidad de publicidad, haciendo que la película que estaba por estrenar fuera “el tema de conversación” con un mantra muy interesante: “Menos el ganado, todos tienen que estar enterados”, y a esto le agregaba un truco: el advance man.

El advance man era una cosa hermosa: viajaba unos días antes al lugar donde fuera que se iba a estrenar la película —casi invariablemente, pueblos perdidos del interior yanqui— y empezaba a mandar cartas a los diarios locales quejándose de la inmoralidad de esa película que se estaba por estrenar.

Sí, es imposible no quererlo al hijo de mil putas.

Otras veces llevaba “expertos” que hablaban antes o después, a veces vendía libros sobre el tema que compraba al por mayor y vendía por la unidad, y un concepto maravilloso que se podría definir como el “anti boca en boca”: el “one time only

El “one time only” prometía cosas que no se podrían cumplir en esa época en el cine y lo hacía de una forma muy simple “Tal película se va a pasar en este pueblo, tal día a tal hora, one time only

La gente corría a ver algo que, por supuesto, no tenía nada de los prometido. Para cuando se había dado cuenta de la estafa, Babb ya estaba en el pueblo de al lado.

Mom and Dad es la tercera película en recaudación —calculado costo beneficio— de los años cuarenta y fue incorporada al National Film Registry de la Biblioteca del Congreso en 2005 para su conservación.

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