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197 – Comienzo de fiesta, por José Tripodero

Publicado el 12 de marzo de 2024

Los comienzos y los finales de ciertos períodos de la Historia del cine pueden ser nebulosos en su precisión temporal, mucho más lo es si se trata de pensarlo desde una película definitiva con el objetivo de marcar una iniciación o una conclusión. El New Hollywood, ese rayo que cayó en la botella, duró una buena cantidad de años como para al día de hoy todavía poder descubrir arco iris ocultos. No les vengo a proponer un mapa para encontrar algo de esto, pero sí poder reflexionar a partir de una comedia una posible bisagra entre unos modos de producción y estéticos moribundos y una frescura generacional como los albores de un momento creativo y descontrolado. Hoy es el turno de La fiesta inolvidable (The Party, 1968) de Blake Edwards o “El guateque” en España, para los amantes de los títulos deformes.



Para 1968, Blake Edwards ya se encontraba en la más alta consideración de la industria, por haber mostrado ductilidad tanto para la comedia como para el drama más oscarizable. Además, ayudó a construir dos marcas, a partir de una sola película: La pantera rosa (The Pink Panther, 1963). De allí nacieron las aventuras del inspector Clouseau con sus diferentes secuelas y el dibujo animado de la secuencia de títulos que se convirtió en una serie animada.

Más allá de las cualidades de Edwards para la comedia es justo mencionar al productor Walter Mirisch: al pasar puede decirse que los sobrevivió a todos porque vivió lo mismo que un Magiclick. Mirisch era un entusiasta de la teoría de la ingeniería aeronáutica, casi como consuelo por haber sufrido la baja del ejército por un problema del corazón, y por ello se la pasaba escribiendo manuales de bombarderos. Su primer trabajo en el mundo del espectáculo fue de portero en un teatro durante un verano, al mismo tiempo estudiaba administración de empresas en la Universidad de Wisconsin (su alma mater), institución que muchos años más tarde le editó sus memorias I Thought We Were Making Movies, Not History, un libro maravilloso para explorar de primera mano la producción de películas, escrito por un hombre que hizo de todo, hasta incluso convertirse en presidente de la Academia. Sí, la del Oscar.

Por la década de 1950, la labor del productor recién iniciado en el rubro era supervisar varios proyectos al mismo tiempo, y eso fue lo primero que hizo el querido Mirisch. En 1957 fundó su famosa productora con la que hizo casi setenta películas para United Artists, entre ellas Piso de soltero (The Apartment, 1960), Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 1960) y también, sin acreditar, gemas como La invasión de los usurpadores de cuerpos (Invasion of Body Snatchers, 1956), El gran escape (The Great Escape, 1963) o Mr. Majestyk (1974) con el mejor actor de todos los tiempos: Charles Bronson.

Un hombre como Mirisch, quién fue parte del llamado Cine Clásico y dejó un último crédito en 2016, es un gran ejemplo para reflexionar sobre la complejidad de las variables incluidas en el llamado New Hollywood. Mencionaba a la forma de producir que seguían como a un manual los estudios, en un sentido estrictamente industrial las películas mantenían un mandato apostado en un público fiel, aunque al mismo tiempo se sentía agotado por ciertas fórmulas. Es así que Cleopatra (1963) está señalada como la culpable del fin del Hollywood clásico y obsceno a la vez por las puestas imponentes sobre historias bíblicas, el género peplum y grandes épicas del Oeste, las cuales ya no interpelaban a las nuevas generaciones preocupadas por los jopos, las camperas de cuero y el nacimiento del rock and roll. La lectura desde el futuro de una crisis siempre es serena y analítica, aun así, el desplazamiento no resulta tan lineal como “dejemos de hacer películas de hombres a caballo y empecemos a hacer de hombres en descapotables”.

Si bien Cleopatra no es La puerta del cielo (Heaven’s Gate, 1980), hay algo de injusticia al acusársela del final de un período que ya estaba en la senda del perecimiento. La película con Elizabeth Taylor es un verdadero valle del egocentrismo y de lo hipérbole en términos retóricos como en el uso del color y de los decorados, pero la gran falencia está en el acartonamiento narrativo ultra conservador con un único apoyo en la popularidad de la protagonista y un posible interés existente en la figura mítica del personaje retratado. La fiesta inolvidable se estrenó cinco años después de la catástrofe de Cleopatra, y casi sin saberlo tuvo mucha más responsabilidad en lo que llegó un par de años más tarde.

El comienzo de La fiesta inolvidable presenta una filmación fallida de una escena de acción para una película al mejor estilo Gunga Din (1939), que en resumidas cuentas es “aventuras y peripecias en la India del siglo diecinueve”. Por una serie de torpezas, el actor Hrundi V. Bakshi (Peter Sellers) detona un explosivo sin querer y provoca una pérdida millonaria para la producción, y por ello es despedido al instante, pero en vez de ser puesto en la lista negra de Hollywood es incluido, por error, en una fiesta del dueño del estudio. Lo que sigue a continuación es la anarquía iniciada en modo acústico y que, poco a poco, se transforma en el caos mejor filmado de la historia del cine.

Cuenta Blake Edwards que el guión tenía apenas cincuenta y seis páginas, si tomáramos la consideración de las escuelas de cine que estiman que una hoja es equivalente a un minuto de pantalla, lo que nos dejaría es un mediometraje. Si vieron la película sabrán que la última media hora es algo casi imposible de describir en acciones sobre un papel. La biblia de Bakshi, como personaje, nos dice que es atolondrado, curioso y de buen corazón. Entre las tres cualidades se forma un batido justo para la catástrofe de lo que en un principio era una reunión entre personajes de la alta alcurnia de Hollywood compuestos por el anfitrión dueño de un estudio, su mujer, unos políticos, un actor de películas de vaqueros, un productor de dudosa moralidad, una joven aspirante a actriz y una serie de otros deambulantes entre cócteles y tentempiés.

La casa juega un rol fundamental —por tratarse de la casi única locación— ya que es un vistazo al futuro desde la perspectiva de esa época, es decir como se imaginaba la tecnología al servicio de la comodidad hogareña. Unos años antes la serie animada Los supersónicos de Hanna y Barbera ya había trazado esa mirada positiva acerca de las bondades científicas puestas en favor de una cotidianeidad, y no es azaroso lo de “una” porque la representación estaba signada para una clase social determinada. El acceso a los artilugios era limitado, por lo tanto, resulta particularmente interesante el punto de vista ubicado en Bakshi porque realza ese espíritu entrometido con cada cruce que tiene con un aparato, una consola o un sistema de audio y todo lo que sea característico de ese mundo futurista del cual le es ajeno en su totalidad.

Nuestro querido “extranjero” tiene su primer inconveniente con uno de sus zapatos, el cual puede pensarse como una síntesis de todo lo sucedido durante la noche; cada problema es solucionado con un problema mayor. La lógica de la bola de nieve funciona siempre en la comedia, bajo la estructura del encadenamiento que en sucesión también propone una narración. Al mismo tiempo se presenta a un personaje secundario maravilloso, el del camarero torpe (Steve Franken) quien toma más que cualquier invitado y, de la misma manera que Bakshi, se construye de a poco su inercia para la calamidad con cada situación.

No habría película si el polizón de la fiesta fuese tímido, en su primer andar (solucionado el episodio del zapato) se cruza con una estrella de películas del Oeste: “Wyoming Bill” Kelso (Denny Miller). Su personaje está configurado sobre el estereotipo del héroe americano de los westerns, con la altura de John Wayne y el carisma de James Stewart. Bakshi se maravilla al descubrir que está frente a uno de sus ídolos y Kelso no tarda en inflar su ego ante un fan, pero el chiste de este cruce se da cuando el primero le dice que es indio, a lo que el vaquero le apunta con sus dedos al son del diálogo: “Got you covered, injun!”. El término “injun” es para los nativos americanos lo que “nigger” es para los afrodescendientes en Estados Unidos, porque es una mala pronunciación de “indian” por parte de los primeros colonos ingleses, y que con el tiempo se convirtió en una manera ofensiva. En el intercambio, Bakshi lo toma como una broma y casi como un regalo por parte de Kelso y tal acción se reproduce más de una vez durante la película, con ligeras variaciones y alguna que otra resignificación, también.

No hay dudas de que hoy La fiesta inolvidable tendría la etiqueta de “acá hay apropiación cultural” como si fuera la de “parental advisory”, si nos quedáramos en esa simplificación nos perderíamos una obra maestra, y además de la posibilidad de pensar la contextualización de una época, en especial la de 1968 en Hollywood a las puertas de un cambio radical. El limitado espectro de representación de las minorías es a la fecha todavía un problema, también lo es la manera de querer abordarlo; en el afán de las buenas intenciones se destruyen edificios con estructura sólida. La carrera de Peter Sellers, hoy sin la posibilidad de representar personajes de otras culturas, se hubiera ceñido a una restricción insólita.

Dentro del pequeño argumento, hay lugar para un costado romántico entre el protagonista y una chica francesa, Michele (Claudine Longet), invitada como la acompañante del productor de la película fallida del inicio. La atracción se da casi por una situación matemática, ambos son los “extranjeros” de la fiesta no en un concepto de nacionalidades sino en que no pertenecen a ese micro mundo reunido allí. Michele es despreciada cuando se reúsa a tener sexo con el inescrupuloso productor, quien le dice lo mismo que le habían dicho a Bakshi: “no vas a volver a trabajar nunca en esta ciudad”. Tal miedo, siempre infundido por los captadores de poder, era de los peores sufridos por los actores y directores ya que engrosar una lista negra era quedarse afuera de la industria, literalmente. Cuando a Bakshi le dicen: “Voy a asegurarme de que no trabaje nunca más en una película”, él responde con la siguiente pregunta: “¿Eso incluye televisión?”. No hay un temor en él por perderse la posibilidad de ser parte de Hollywood, claro es un personaje desbordante de inocencia, pero tampoco Michele parece inmutarse ante la amenaza de quedarse sin trabajo.

La fiesta inolvidable es una clase para entender cómo funciona la lógica de la comedia física, basta solo ver la escena del teléfono y del piso deslizante con el dueño de casa. También hay chistes de baño y papel higiénico, de “perdidos en la traducción” y algo de absurdo. El desconcierto de la última media hora ilustra a la perfección como se filma y se piensa un caos, primero por la disposición de las acciones las cuales suceden en diferentes planos de la imagen; mientras algo está pasando en el medio, por detrás en un ángulo sucede otra cosa o de la forma en la que extras se transforman en personajes porque están haciendo algo. Todas las películas basadas en una fiesta salida de control tienen su germen en esta, desde Despedida de soltero (Bachelor Party, 1984) pasando por ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009) hasta Proyecto X (Project X, 2014). Solo una nota al pie, qué excelente nombre el de Rick Gassko, probablemente el mejor personaje de la carrera de Tom Hanks. Antes de su aventura en el prestigio, seguro.

¿Qué desata el descontrol absoluto de lo que era una fiesta de la clase alta de Hollywood? Los hippies. Se hace presente la hija de la familia junto a un montón de amigos y… un elefante (de verdad, sí) todo pintarrajeado con lemas y consignas actuales de ese momento. Bakshi hace valer su cultura y pide que lo laven, eso desata el desconcierto con un festival desbordante de espuma que envuelve a los invitados, todo bajo una música gogo diegética que no para de sonar, obra del enorme Henry Mancini. El entrecruce del hipismo y el Hollywood clásico, como puede entenderse esta irrupción de los jóvenes a la fiesta de los adultos, es el sumario de lo sucedido con el nacimiento del nuevo fenómeno de jóvenes directores, productores y actores ávidos de nuevas historias y maneras de pensar el cine, influenciados por los extranjeros precisamente.

La fiesta del bienestar económico europeo, la libertad sexual y el revisionismo histórico del lenguaje cinematográfico fueron las cualidades más notorias de un movimiento cinematográfico como la Nouvelle Vague, del cual se empaparon estos nuevos hijos de las escuelas de cine, los espacios de pensamiento crítico y la cultura de los 60. Es por ello que La fiesta inolvidable es la cara más festiva, en comparación con Busco mí destino (Easy Rider, 1968), para pensar el fin y comienzo de época para la nueva década en Hollywood.

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