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 195 – La diferencia que hace una eme

Publicado el 12 de octubre de 2023

Y aún una vez más: “no tengo la menor idea de si tendrás la edad para recordar…” la época del cable en la Argentina —ni si estás leyendo esto desde ese país, se me hace que mayormente si o que tenés algún tipo de vínculo, pero bueh—, pero si lo hacés sabrás que durante los años noventa, entre las muchas cosas que se importaron, lo hicieron algunos containers de anteojos 3D.

“Estoy empezando a perderme”

Y lo bien que hacés. De ese cargamento —imaginario, me gusta la idea de unos containers llenos de anteojos 3D, probablemente hayan sido algunas cajas y ya, pero dejame soñar— comieron principalmente dos cadenas de televisión: el 13 (primero, claro) y el cable más profundo.

Porque, si sos de los que tienen mi edad, sabrás que a principios de la década el diario venía con unos anteojos de regalo —el diario siendo del mismo dueño que el canal y todo eso— para que pudieras disfrutar de algo realmente revolucionario para la época: la televisión en tres dimensiones.

“La televisión en tres dimensiones” eran unos segmentos de pocos minutos que habían comprado de paisajes y recorridas por ciudades que, con los anteojos puestos —los que eran gris claro / gris oscuro, es decir “los del 3D para adentro”— te dejaban verlas con cierta “profundidad” y nunca, y cuando digo nunca es nunca con nada saliendo de la pantalla.

Me gustaría creer que me acuerdo de todo, pero quizás pifie, pero es mi newsletter y lloro si quiero (?): estos videos turísticos se veían en las idas y vueltas de tanda del magazine 360: todo para ver. Si me estoy equivocando, primero te pido mildis y después mandame un mail y contame dónde era.

“Por dios a dónde verga estás yendo”

Dame dos minutos más. Hasta ahí parte de la historia. Algunos años después, y con otra gráfica en el cartón, los anteojos 3D volvieron a asomar algunos años después. Cuántos sería una imprecisión, pero supongamos que en 1996 o 1997 o por ahí. Estos anteojos no eran para ver paisajes europeos en un magazine del 13, estos anteojos tenían otros fines.

Tenían el logo de una señal de cable que de solo nombrarla hacés sonreír a propios y ajenos: The Film Zone.

Y acá empieza un complot. Porque los anteojos de The Film Zone no venían en la revista del cable. Te decían que los tenías que pasar a buscar por las oficinas de tu cableoperador.

Nuevo mensaje a la población: si alguien conoce —o si es el mismo, sin equis acá, ya veremos por qué— a quien los haya ido a buscar, por favor mandame mail y todo eso que dije hace tres o cuatro párrafos.

Porque quizás hoy, en tiempos más deconstruidos el goce privado no sea algo punible como lo era en esa época, pero visto con el lente de mediados / fines de los noventa, era muy de pajero ir a buscar los anteojos de The Film Zone.

“¿Y por qué?”

Qué bueno que lo preguntás. Porque era para ver “la carne y las papas”, eso de lo que respiraba y vivía de Film Zone después del horario de protección al menor, donde se podían ver películas softcore (por cierto muy anatómicamente incorrectas, con mujeres restregándose sobre los ombligos de los hombres durante el coito y otras delicias) de las cuales se destacaba la saga de Emmanuelle.

“Pero también estaban las de Justine”

Te agarré. Claro que también estaban “las de Justine”, que tuvieron su correlato fílmico en el cine europeo de los años setenta con el querido Jess Franco, pero eso será para otro momento. Hoy nos tenemos que concentrar con la otra saga.

Las de la saga de Emmanuelle —notar, dos emes, esto va a ser importante en un rato— estaban actuadas —siendo muy benevolentes con este término, claro— por Krista Allen, una mujer a la que poca gente a histo vestida y en una sala de cine.

No es que haya nada malo con eso, eh.

Y estaban basadas —como dice la pibada ahora (?)— en una novela que empezó un incendio forestal veinte años antes y que para cuando lo hizo ya tenía como quince años de escrita: Emmanuelle, de Emmanuelle Arsan.

Arsan se llamaba en realidad Marayat Bibidh Rollet-Andriane, había nacido en Bangkok, Tailandia y a las 16 años se había casado con un diplomático francés a principios de los cincuenta.

Bueno, era otra época.

Su primera novela, la que nombré ahí arriba, fue un éxito de ventas y, cuando las condiciones estuvieron dadas, fue adaptada al cine, dirigida por Just Jaeckin y protagonizada por Syvia Kristel.

Y caramba que Emmanuelle (1974) fue un quilombo bárbaro. A diferencia de otras películas que hacían lo imposible porque no se las calificara como X, la francesa esta dio la vuelta al mundo haciendo una campaña de la calificación que había recibido.

La película era “escandalosa” para la época, contaba la historia de la mujer de un diplomático que viajaba a Bangkok y viajaba de Sodoma a Gomorra, parando en todos los pueblos.

¿Fue un éxito? ¿Y a vos qué te parece, hermanx? Tanto que al año siguiente se estrenó Emmanuelle 2 (Emmanuelle: L’antivierge, 1975) y al siguiente Nea, cartas a Emmanuelle (Néa, 1976) que ya ni tenía a Kristel, que volvió al año siguiente para Adiós Emmanuelle (Goodbye Emmanuelle, 1977) y esperó un poco y se quedó para Emmanuelle 4 (Emmanuelle IV. 1984) pero ya Emmanuelle 5 (Emmanuelle V, 1987) dirigida por ese auteur de los que nos gusta el eurotrash como es Walerian Borowczyk quizás le pareció demasiado. Emmanuelle 6 (1988) ya le pereció demasiado, incluso a Borowczyk y la saga clásica —amo poder escribir esto en estos términos— se terminó ahí.

En 1989 hubo una versión de videojuego para PC que entiendo que no ,me creas, así que te voy a dejar la tapa acá abajo—

Dejame acá abajo si esto se fue oficialmente al carajo. Volviendo—

Para finales de la década todo había muerto. Entonces—

¿Qué era eso que veía tu primo en el cable que le gustaba tanto que fue a buscar los anteojos a su cableoperador? Bueno, lo que hoy se llamaría un reboot.

Porque unos productores franceses de películas para televisión con poco presupuesto pero muchas ganas de progresar compraron los derechos de la novela de Arsan y entre 1993 y 1994 filmaron ()o grabaron, quién sabe) la friolera de ¡catorce! películas que terminaron en el cable y, como gancho de venta, estaban grabadas en el 3D ese de 360: todo para ver.

Hasta acá todo normal.

“Vodecí”

Bueno, cine.

Lo que venía a contar era otra cosa.

“Jesús llevame pronto”

Porque mientras en Francia pasaba el éxito de la saga de Emmanuelle —notar nuevamente, con dos emes—, en Italia andaban con ganas de ganar guita también.

Bienvenidx a la historia de la saga de Emanuelle. Sí, con una sola eme.

Y acá deberíamos concentrarnos un segundo con el orgullo catastral, o casi. La cosa es más o menos así.

Una de las entrevistas para mi documental fue al querido Pascual Condito, que nos dejó hace poco y nos dio más alegrías que otra cosa. Durante la entrevista, Pascual se empezó a acordar de como, bajo gobiernos dictatoriales, “hizo la plata” —un término muy hermoso de la distribución local que hablaba de recuperar con ganancia— con películas que tenían títulos parecidos a los de las películas que estaban prohibidas. A esto Pascual no llamaba hermosamente “trampa mentirosa”, cito textual:

“Trampa mentirosa era mentir a la gente. Por ejemplo: yo sabía que estaba prohibida Emmanuelle, la de Sylvia Krystel y de pronto poner en el aviso Emanuelle grande y chiquito Esclava de la corrupción. Y era la negra Laura Gemser que había hecho la Emanuelle negra”

Porque, acá la historia para que no se repita: los argentinos no vimos la Emmanuelle de Jaeckin hasta después de la vuelta de democracia.

¿Y cómo es la historia de la Emanuelle con una sola eme?

“Eso, cómo”

Gracias por preguntar. Acá viene:

Había una vez un señor que se llamaba Albert Thomas. En los títulos de las películas, en realidad. Se llamaba Bitto Albertini: Adalberto “Bitto” Albertini y era más tano que el cornicione.

Había trabajado mucho como director de fotografía de varios proyectos exploitation de los más variados géneros y al tiempo se pasó a dirigir, porque por qué no.

Su momento de gloria llegó en 1975 donde se le ocurrió contar la historia de una fotoperiodista de color que viajaba a Nairobi y tenía un despartar de identidad y sexo y todo eso.

Una idea original, claro. Porque Emanuelle no era del año anterior ni había generado ningún tipo de revuelo. Y mirá lo que fue la casualidad, que Albertini decidió llamar Emanuelle a su protagonista. Emanuelle, con una sola eme, según dijo en alguna entrevista “para que no se la confundieran con la otra”

Sí, es una historia hermosa.

Emanuelle con una sola eme era Laura Gemser que Albertini juraba haber descubierto en un rodaje en África, pero no hay que ser un agente de la CIA para descubrir que poco antes había aparecido en Emmanuelle 2. Sí, la con dos emes.

Así fue como en ese mismo año estrenó Emanuelle nera (1975) y al año siguiente Emanuelle nera n° 2 (1976) que ya ni viajaron ni pusieron a Gemser en el protagónico.

Albertini decidió bajarse y quedó el productor, ni lerdo ni perezoso volvió a llamar a Gemser y a ¡Joe D’Amato! y ese mismo año filmaron Emanuelle in Bangkok (Emanuelle nera – Orient Reportage, 1976), al siguiente Emanuelle in America (1977), Emanuelle Around the World (1977) y Emanuelle negra y los últimos caníbales (Emanuelle e gli Ultimi Cannibali, 1977) que tiene título local porque ¡se estrenó en nuestras tierras! y recién al año siguiente Emanuelle negra y la trata de blancas (Emanuelle and the White Slave Trade, 1978) otro título local irresistible.

Para comienzos de los años ochenta y cuando todxs hubiéramos pensado que la cosa no daba para más hizo su entrada Bruno Mattei (sí, el que terminó de dirigir Zombie 3 (1988) de Fulci) agarró la papa caliente y llevó a Gemser a una cárcel de mujeres —el género que funcionaba en ese momento— con Violenza in un carcere femminile (1982) y Women’s Prison Massacre (Blade Violent – I violenti, 1983).

Pero la cosa no termina ahí porque varias películas en las que aparecía Gemser —generalmente eróticas, claro— se vendieron por el mundo como de la saga de Emanuelle con una sola sola eme sin serlo. Quizás como una suerte de “ladrón que le roba a ladrón” que en este caso tendría siglos enteros de perdón.

Pero hay un dato de paladar negro en todo esto: la saga de Emanuelle negra tenía unas bandas sonoras increíbles. Porque estaban compuestas por Nico Fidenco, un top five seguro de los que amamos el library music italiano.

¿No me creés? Bueno, decime vos.

Porque quizás no debas —o sí, nidea— correr a ver las películas de Jaeckin, Borowczyk, Albertini ni D’Amato, que están todas en un HD precioso por ahí, pero sí a escuchar los discos de Fidenco y mejorar tu semana ostensiblemente.

Porque viste como es el mantra de Míralos Morir: “Algo se tiene que llevar”

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