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195 – Viernes negro, por Fer Mugica

Publicado el 27 de febrero de 2024

Una de las cosas que más me gusta de escribir estos textos es poder elegir cualquier tema que se me ocurra. No hay agenda de estrenos que seguir y el editor parece confiar en mi criterio (eso, o no le importa, pero pensemos bien). O sea, cada mes puedo escribir sobre lo que se me ocurra y no me cuesta nada elegir el tema, porque siempre estoy pensando en algo que tiene que ver con el cine.

Por supuesto, siempre me pregunto cómo lo recibirás vos, del otro lado. Mis preocupaciones cinematográficas no necesariamente tienen que coincidir con las tuyas; pero eso puede ser muy bueno, una forma de despertarte la curiosidad sobre algo en lo que no habías pensado, o leído, o, sobre todo, visto.

Con eso en mente, me di cuenta de que la mayoría de mis envíos (me gusta la palabra, como si fuera una corresponsal desde algún lugar exótico) son sobre el cine del pasado. A fin de año escribí sobre dos de mis películas preferidas de 2023, pero fue algo atípico. Casi siempre, el personaje o película elegidos tienen unos cincuenta años (cuando no más).

Esto pasa porque es parte de mi búsqueda personal como “persona en situación de escribir sobre cine”. Creo que en el pasado cinematográfico hay un universo gigante que aún no conozco y que quiero explorar. Y me pasa algo que no termino de entender si es un problema mío o del cine: me interesan más las películas del pasado que las actuales (con excepciones, claro).

Nada más lejano de mis intenciones que sostener una posición ridícula contra lo nuevo. Veo muchas películas actuales que valen la pena, pero por alguna razón me tira escribir sobre el pasado; en especial, si es sobre una película o un personaje que me parece que merece una revisión.

“¿A mí que me importan tus problemas?”, debes estar pensando o gritándole a la pantalla en donde estás leyendo esto. Eso, si aun no dejaste de leer. No te preocupes, solo quería compartir esta inquietud con vos y usarla de introducción al tema de hoy, una película que se estrenó hace pocos meses.

Viernes negro (Thanksgiving, 2023), de Eli Roth, es una de las películas que más me divirtieron en el año que pasó. No la mejor, sino la experiencia más divertida en la sala. La forma en la que disfruté la película de Roth no es la admiración inmediata que me provocaron Los delincuentes (2023, de Rodrigo Moreno) o Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon, 2023, de Martin Scorsese). Tampoco esa forma extraña de disfrutar sufriendo, que tanto nos gusta a los aficionados del terror, y que cumplió a la perfección Cuando acecha la maldad (2023, de Demián Rugna). Con Viernes negro me reí y me gustaron sus truquitos. Cuando salí de la función, me quedé pensando en lo difícil que es lograr ese tipo de levedad tan efectiva.

La comedia de terror, subgénero en el que podemos ubicar a Viernes negro, es un desafío para los guionistas y directores. El equilibrio de los elementos tiene que ser justo. Un poco más de risa y ya no funciona el terror; un poco más de miedo y ya no hay comedia.

El terror y la comedia son parecidos, en cuanto a que apuntan a una reacción visceral por parte del espectador. De hecho, reírse en una situación que nos provoca miedo o incomodidad es bastante común. En este terreno compartido se apoya la comedia de terror, con su búsqueda de provocar ambas sensaciones, que no es lo mismo que el humor involuntario que puede surgir de una restricción presupuestaria o limitaciones actorales, ni el efecto del inefable camp (del que ya hablaré).

Tal vez uno de los mejores ejemplos del subgénero, y uno de mis preferidos, es El hombre lobo americano (An American Werewolf in London, 1981), escrita y dirigida por John Landis. En el film, dos mochileros norteamericanos que recorren la campiña inglesa son atacados por una criatura desconocida, durante la noche; uno de ellos muere y el otro se transforma en el hombre-lobo del título. La premisa podría ser la de una película de terror o una comedia.

El hombre lobo americano es ambas cosas a la vez, hasta que se convierte en una tragedia. Landis, apoyado en el impecable trabajo interpretativo de los actores (David Naughton y Griffin Dunne), consigue que el humor sea efectivo, mientras las transformaciones y actos de violencia del “lobo” tienen un gran impacto (más si consideramos el nivel alto de los efectos visuales para la época, en especial, el diseño de maquillaje a cargo de Rick Baker).

La tragedia se va construyendo en torno al conflicto del protagonista con su recién adquirido apetito por atacar a otras personas. Su naturaleza es una amenaza para todos los que lo rodean y su fuerza es imparable. El final trágico resulta inevitable.

Aunque se encuentre en una situación fantástica, el protagonista del film de Landis despierta empatía por lo que le sucede, que puede traducirse de modo metafórico a una lucha que enfrenta cualquier ser humano. El poder del terror como metáfora está explotado como sucede en los mejores ejemplos del género, sin sacrificar el valor de entretenimiento.

“Landis introdujo una transformación de vanguardia, que nunca había sido vista antes. Otra gran cosa que introdujo fue esta extraña combinación de terror y humor. Y el humor la hizo increíblemente humana… si te fijas en lo que vino en los siguientes veinte años, no hubo realmente nada igual”, dijo Wes Craven, sobre El hombre lobo americano.

No hubo nada igual hasta que él mismo se ocupó de revolucionar el género, combinando el terror y el humor, en una forma digna de la posmodernidad. Luego del experimento en terror “meta” de La nueva pesadilla (Wes Craven’s New Nightmare, 1994), el director hizo Scream. Vigila quién llama (Scream, 1996). Escrita por Kevin Williamson (el creador de Dawson’s Creek, por si te interesa), se trata de una película que camina la delgada línea entre la comedia de terror y la parodia, sin caerse en ninguno de los dos lados.

Para simplificarlo: las escenas de terror de Scream son dignas de un slasher puro, mientras que el humor surge de la autoconciencia de los personajes y también está expresada en la puesta en escena. El espectador sabe lo que sucede en este subgénero, cuáles son los personajes típicos y los clichés. La película le dice a ese público “yo sé que vos sabes, vamos a divertirnos con eso y de esa forma voy a sorprenderte”.

El grado de dificultad de lograr eso es enorme, pero Craven y Williamson lo consiguen. Antes de Scream, el slasher estaba medio muerto, abandonado como una reliquia demasiado utilizada en la década anterior. Scream lo revitalizó, pero también puso en un problema a los guionistas y directores que decidieran encarar el subgénero a partir de entonces. Al llegar a un punto tan alto de definición y autoconciencia, ¿hacia dónde ir?

Tras el éxito del film de Craven, aparecieron varias películas que copian la fórmula más básica marketinera, pero nada de la gracia, porque no les da para ponerse a jugar con las expectativas del público y la autoconciencia, como es el caso de Sé lo que hicieron el verano pasado (I Know What You Did Last Summer, 1997), dirigida por Jim Gillespie y escrita por el propio Williamson.

Pocos años después, los hermanos Wayans fueron por el lado de la parodia total con Scary Movie (2000) y sus secuelas. No te voy a decir que no me reí de nada, no sería honesta, pero está muy lejos de ser una genialidad. Tiene un problema de entrada con respecto a Scream, el de parodiar a una película que, de un modo muy inteligente, ya se reía de sí misma.

Otro problema es que su humor se basa en una mera repetición ridiculizada de aspectos de Scream y otras películas de terror. Es decir, señala algo como ridículo o gracioso, en vez de construir gags ingeniosos sobre esa base, como hicieron los ZAZ en sus mejores films o como lo hizo Mel Brooks en esa joya de la parodia del cine de terror clásico que es El joven Frankenstein (Young Frankenstein, 1974).

Pero dejemos a la parodia de lado, porque Viernes negro no lo es, aunque el origen de la película de Roth es un chiste, literalmente. El director había filmado el trailer de una película imaginaria para acompañar al doble programa Grindhouse, formado por A prueba de muerte (Death Proof, 2007), de Quentin Tarantino, y Planet Terror (2007), dirigida por Robert Rodriguez. En pocos minutos, planteaba un slasher, con estética de producción barata de los años ochenta, que gira en torno al día de Acción de Gracias, con muertes diseñadas para seguir las tradiciones de esa fiesta norteamericana.

En realidad, Roth tenía la idea de hacer un slasher con esta fiesta desde que era chico:

“Cuando teníamos 11 y 12 años y vivíamos en Massachusetts, mi co-guionista, Jeff Rendell, y yo, veíamos todas las películas slasher, en particular lo que estaban dedicados a festividades. Silent Night, Deadly Night fue una de esas experiencias en el cine trascendentales para nosotros. Y el día de Acción de Gracias es un evento importantísimo en Massachusetts, y cada año nos preguntábamos ‘¿por qué no hay una película de terror de Acción de Gracias?’. Así que cuando Quentin y Robert vinieron con la oportunidad para hacer un trailer, fue pura felicidad. Hicimos varios ‘asesinatos’ rídiculos y tontos, lo más desmesurado posible. En el contexto de Grindhouse funcionaban bien, pero sentía que no podés estirar eso a 90 minutos. Cuando vi Mute Witness y Scream en los noventa, dije, ‘Este es el tipo de película slasher que quiero hacer’. Así que la intención siempre fue hacer una película de verdad, aunque una un poco ridícula. Pero no podíamos encontrar la trama hasta que empezamos a ver esos videos virales de las estampidas del Viernes Negro y pensamos que ese podía ser el incidente disparador. Es la perversión de una fiesta en la que nos sentamos todos a la mesa y actuamos agradecidos, y después salimos y nos matamos entre nosotros por unas wafleras. Ese es terreno fértil para una película de terror porque puede convertirse en una verdadera fábula con moraleja y le da al asesino un motivo para hacer una matanza, y a la película una razón para existir”.

El razonamiento de Roth está plasmado en la película, en la que los distintos elementos que él y Rendell quisieron combinar. En principio, retoma con éxito el tipo de slasher de festividad, que estuvo de moda entre fines de los años setenta y ochenta. Hubo de Navidad, como la citada Silent Night, Deadly Night, de Charles E. Sellier Jr. y La residencia macabra (Black Christmas, 1974), dirigida por Bob Clark; del día de San Valentín, como Aniversario de sangre (My Bloody Valentine, 1981), de Bob Mihalka; y, por supuesto, la obra maestra Noche de brujas (Halloween, 1978), de John Carpenter (aunque no sea una fiesta, también podemos incluir a Martes 13, claro), entre muchas otras.

El punto que subraya Roth sobre encontrarle un sentido a utilizar la fiesta como escenario para el terror resulta crucial para que el homenaje a este tipo de películas tenga un sentido. Varias de esas películas tuvieron remakes en el siglo XXI, así que no desaparecieron del todo, y aunque pueden ser divertidas, Viernes negro tiene una vuelta de tuerca más.

La estampida del Black Friday, de donde sale el acertado título local, le da ese sentido que buscaba Roth. En términos de la trama, es lo que lleva al asesino a cometer estos crímenes como venganza, un año después de la muerte de alguien cercano en esa situación. Es un muy buen punto de partida y mejor aún porque le agrega ese comentario social / fábula moral que buscaba Roth. La puesta en escena de la estampida es desesperante y ridícula, una secuencia tratada con el cuidado que merece como una de las piezas centrales del relato.

Por otra parte, la autoconciencia sobre los clichés de los slasher de fiestas son el motor y la excusa para llevar todo al ridículo. Las escenas de asesinatos, algunas sacadas aquel trailer que dio origen a la película, combinan humor negrísimo con crueldad; son graciosas y espantosas, acorde a la propuesta del film. No asustan, pero sí impactan, incomodan, asquean. Lo cual es más que suficiente para una película que se mueve en este terreno.

Con el suspenso de la película, su costado de thriller, pasa algo interesante. Funciona en cada escena, como un elemento de tensión. Pero Roth y Rendell hacen algo ingenioso con el aspecto de whodunit. No te muestran al asesino desde el principio. En teoría, mantienen el misterio hasta el final. Pero el asesino es el que pensas que es. Y no lo digo en un sentido “yo me di cuenta enseguida de que Bruce Willis estaba muerto”, sino en que la película lo revela con su forma de presentar a ese personaje, con un guiño constante para el espectador de terror. X es quien está matando a todos porque es lo más obvio, porque así funcionan estos films. De nuevo, la película lo sabe, el público también, y ahí está lo divertido.

Lo que separa a Viernes negro de la parodia, aun con ese nivel de autoconciencia, es que funciona como slasher. La creatividad y violencia de los asesinatos demuestran que Roth se toma en serio al género que está homenajeando y revitalizando, al mismo tiempo. En ese sentido, se acerca a Scream. Vigila quien llama, mucho más de lo que lo hace otro estreno del año pasado, Scream VI (2023, de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett), que no está mal, pero es una muestra de que la franquicia no encuentra un territorio nuevo que explorar (algo muy difícil, por cierto).

Más atractivas son las propuestas de otras películas contemporáneas, que incluyen humor y juegan con clichés del terror, sabiendo que su público los conoce de memoria, como M3gan (2022), de Gerard Johnstone; o Maligno (Malignant, 2021), de James Wan. El coqueteo con el camp de estas películas las separa de Viernes negro, pero todas parecen compartir una intención por parte de sus directores y guionistas de encontrar un nuevo lenguaje para el género. Una forma de hablarle a los espectadores de hoy, con su atención dividida entre muchas formas de entretenimiento y relatos varios; además de una sensibilidad cascoteada por una exposición diaria a imágenes de violencia real.

No cumplí con explicar un poco más sobre el camp en el cine de terror, pero mejor así. Queda para el día en que finalmente escriba sobre Campamento de terror (Sleepaway Camp, 1983), de Robert Hiltzik, un slasher que me resulta fascinante por su sentido del humor ¿involuntario?, y porque tiene uno de los finales más extraños y shockeantes de la historia del cine.

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