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194 – Extraterrestres comunistas de verdad

Publicado el 5 de octubre de 2023

Hace unas semanas, en un envío muy de izquierda muy politizado (?) hablamos de cómo la ciencia ficción —y en especial las películas de invasiones alienígenas — funcionaron como un house organ del comité de actividades antiamericanas, entrando “por izquierda” —si es que vale la analogía justo de este lado con esto— para meter la idea de una otredad que viene a quedarse con tu mente.

Y nos reímos, claro. Porque vista con el diario de un par de lunes después la idea medio que era un poco obvia.

Y no nos reñimos, claro. Porque visto con el diario del lunes pasado, capaz que la idea pregnó incluso en gente que no vio ni una pleícula en blanco y negro.

Pero no estoy acá para hablar de temas coyunturales. O sí. No sé. Nidea. Estoy acá para contar un cuento muy simpático.

Porque en el medio de toda esa guerra de ideologías, en medio de las audiencias para ver si equis o y griega eran o no comunistas, en el medio de equis e y griega quedándose sin laburo por las dudas de que lo fueran, había alguien que vio el filo, sonrío y se dispuso a hacer guita con poca inversión.

“Esas son las historias que nos gustan”

A quién no. El cine es más de los buscas que de los autores. Solo hay que avisarle a “la inteligencia”

Pero bueno, en el caso de hoy, calificar de busca a una de las personas que más influencia tuvo —tiene y tendrá— en la historia del cine desde que empezó a atrabajar en la industria capaz es bajarle —mucho— el precio.

Porque como hablábamos el otro día en este podcast, pero en su versión para la secta —fino como mete los chivos, eh, muy meritorio— la influencia de este hombre desde que empezó a trabajar en cine es, como mínimo, total. Querer tapar lo que hizo, o minimizarlo sería como poner una mano contra el sol y pretender no salir quemadx.

¿Estoy hablando de Roger Corman? Por supuesto que estoy hablando de Roger Corman.

“Me dejás mucho más tranquilx”

De quién si no. Y como ya hablamos muchas veces, siendo imposible hacer “una serie de posteos sobre Corman” y dejarlo tranquilo, vamos a tener que hacer muchos, a medida que vayan surgiendo los temas.

Porque Corman, aunque no lo creas, es bastante cercano a infinito.

Y el tema que nos ocupa hoy —y quizás una muestra de lo infinito que es— es casi un pasamanos en su historia de distribuidor, que derivó en un negocio muy colorido y en el comienzo de la carrera —accidental o no— de uno de los grandes nombres del New Hollywood.

“La vendiste bien”

Él también. Mucho mejor que yo. Pero empecemos por ponernos en tiempo y espacio.

Corría el año 1961 o 62, viste cómo son las cosas con estos revoleos. El Comité de Actividades Antiestadounidenses —del cual ya hablamos largo varias veces— estaba empezando a perder poder.

Esa larga lista de películas de “extraterrestres comunistas” ya había quedado en el olvido de los espectadores —de hecho uno de los clavos en en ataúd del movimiento fue la maravillosa Not of this World (1958) del propio Corman— pero el género de viajes al espacio —en vistas del nuevo escenario que había tomado guerra fría, la carrera espacial— parecía tener cierto vuelo en la taquilla.

Y ahí, justamente ahí, fue cuando Corman sumó dos más dos, sonrió y se le iluminó el diente de oro.

Se dio cuenta que podía comprar películas de cine soviético por muy poca plata, agregarle un par de escenas con actores yanquis y hacerla pasar por “americana”. O casi.

Lo cierto es que el cine soviético de ese momento, con una Unión Soviética —y varios de los países del otro lado de la cortina de hierro— con poderío económico y dispuestos a mostrar al mundo “todo lo bueno que hacían” estaba en un gran momento.

Ya lejos estaban los tiempos del efecto Kuleshov o de la teoría del montaje. Las películas soviéticas de esos tiempos eran superproducciones inentendibles de escala que, por cierto, podían comprarse por bastante poca plata.

Porque antes de que Corman mandara el giro postal para que le manden las latas, vamos a tener que hablar de otro tema.

“Ufa”

Pero es interesante.

“Bueno”

Y es la influencia del cine soviético —más específicamente de su ciencia ficción— en lo que iba a ser el cine “de occidente” posterior. Y para eso vamos a tener que—

“Hacer un poco de historia”

Sí, pero más que nada hablar de un señor: Pavel Klushantsev.

“Mucho gusto”

Sí, puede que su nombre no te suene de nada, más si lo comparamos con los Eisensteins y Pudovkins del mundo, pero el bueno de Klushantsev hizo tantas cosas que bien vendría ponerse al día con su obra.

La cosa era más o menos así:

Klushantsev nació en San Petesburgo en 1910. Y, en sus propias palabras terminó en “la Escuela de Cinematografía, porque era más fácil que entrar a ingeniería”

Este concepto lo iba a seguir a lo largo de su vida, porque la Escuela de Cinematografía soviética distaba bastante de lo que podríamos entender como una “escuela de cine” de hoy o ayer: entendían en cine como un proceso casi industrial y sus egresados estaban tan capacitados para operar una cámara como para inventar o construir una nueva.

Así fue como Klushantsev, que le pareció “muy enfermo para luchar” al ejército rojo, terminó trabajando de camarógrafo de noticiero durante la segunda guerra mundial. Documentó, casi pagando con su vida los novecientos días del sitio de lo que en ese momento era Leningrado.

Ya salido de la guerra Klushantsev empezó a hacer documentales y luego películas. Diría “la más famosa fue…” pero no quiero aseverar nada, quizás lo más justo sea decir “las que nos ocupan hoy son…” dos—

Una que hablaba de la vida de los cosmonautas que se llamó internacionalmente The Road to the Stars (Doroga k zvezdam, 1957). Una película importante para el sci-fi soviético porque se estrenó el mismo año donde la por entonces potencia espacial había lanzado el Sputnik-1. Basta con ver cinco minutos de la película para empezar a señalar como Di Caprio a la tele en el meme, pero no nos adelantemos.

Y otra, la que le siguió: El planeta de las tormentas (Planeta bur, 1961) donde también exploró el espacio, pero con más “peligros” dignos de una película de aventuras. Quizás sea importante mencionar que el estreno de esta película de Klushantsev coincidió con el primer viaje espacial de Yuri Gagarin. Quizás sea importante. Solo quizás. Pero no estoy aca para desviarme, así que—

Esta última fue comprada por Roger Corman, como parte de un paquete por el que seguramente pagó poquísima plata, porque podremos decirle miles de cosas hermosas, pero era bastante agarrado con la guita.

Claro que Klushantsev no era el único haciendo películas del espacio en la Unión Soviética. De hecho, los rusos tienen una historia larguísima con el género, que si te interesa dejame acá abajo (?) y la exploramos— que había empezado con Aelita: reina de Marte (Aelita, 1924) de Yakov Protazanov, pero nos desviemos, porque hoy estamos hablando de lo que pasó cuarenta años después.

Las otras películas que compró fueron Nebo zovyot (1959) de Mikhail Karyukov y Aleksandr Kozyr, una película donde dos países se pelean por ver quién llega antes a Marte y Mechte navstrechu (1963) de Mikhail Karyukov y Otar Koberidze.

Sí, tres películas. Guardate ese dato, porque te va a venir bien en un ratito. Porque compró tres, pero lo que hizo después, bueno, justamente viene ahora:

Apurado por estrenarlas, se dio cuenta que, si bien las películas eran espectaculares desde lo visual tenían dos problemas, uno coyuntural y otro histórico. El primero era que “no tenían valores americanos” algo que se podía entender de una película venía de una Unión Soviética. El otro, que se arrastra hasta nuestros días y que nos ha permeado en los últimos tiempos incluso a nosotros: los yanquis no iban a ir a ver una película con subtítulos.

Puso manos a la obra y se puso a buscar entre los estudiantes de cine de ese momento alguien con hambre de películas y ganas de trabajar por dos mangos. Su nombre era Francis Ford Coppola.

Sí, ese mismo Coppola, que no era ni el Coppola de Demencia 13 (Dementia 13, 163) aún. Le faltaba poco, pero ni ese era. Y según recordó Coppola en una entrevista, la cosa fue más o menos así:

“Conseguí trabajo con Roger Corman. El trabajo consistía en escribir los diálogos en inglés para una película de ciencia ficción rusa. Le dije que yo no hablaba ruso y me dijo que no le importaba si entendía lo que decían o no: quería que invente los diálogos”

Y así fue como Coppola agarró Nebo zovyot y se puso a inventarle una nueva línea argumental, agregando actores yanquis y escenas que filmaron rápidamente en un estudio alquilado en Hollywood. El resultado fue Battle Beyond the Sun (1962), estrenada con varios cambios, entre ellos la traducción de los nombres de actores rusos para que “nadie se de cuenta”: de hecho, uno de sus directores aparece como Thomas Colchart en los títulos y Coppola como productor asociado.

Con dos películas más esperando y muchas ganas de recuperar la que había puesto, Corman llamó a otro que todavía era crítico de cine y un poco guionista y le dio una nueva tarea: agarrar El planeta de las tormetas y convertirla en otra cosa. O cosas, debería decir, pero no nos adelantemos.

Primero llamó a Curtis Harrington, le dió el material y este le devolvió Voyage to the Prehistoric Planet (1965) con un tratamiento similar al que había tenido Coppola, incluso usando imágenes de Nebo zovyot y de Mechte navstrechu.

La película se estrenó y todos contentos. Pero Corman se dio cuenta de que le podía sacar más el jugo a la película de Klushantsev y, con el mismo material, llamó a otro que tenía ganas de entrar en el cine.

El nombre del joven sediento de cine era Peter Bogdanonich que, ni lerdo ni perezoso ideó, filmó y remontó lo necesario para que El planeta de las tormetas se convirtiera, además de en Voyage to the Prehistoric Planet. en Voyage to the Planet of Prehistoric Women (1968).

Sí, Corman hizo tres películas con dos. Pero esperá que hay más—

Porque sintió que no había usado lo suficiente a las tres películas y usó mucho material de Mechte navstrechu para otra película de Harrington: The Queen of Blood (1969).

Sí, Corman hizo cuatro películas con tres. Igualmente, es imposible establecer en cuántas otras habrá usado esta nave o aquel espacio.

Hasta acá la parte exploitation divertida, “Mirá qué loco este Roger” y todo el confetti de siempre. Bancá porque hay una cosita más, que capaz es la más importante.

Y ahora viene la parte donde decimos: mucha de la ciencia ficción que vino después —y por eso podríamos citar tanto a 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) de Stanley Kubrick como a La guerra de la galaxias (Star Wars, 1977) de George Lucas— fue gracias a que los rusos habían hecho estas películas.

Basta con ver cualquiera de ellas —incluso en las versiones que seguramente esos directores vieron: cortadas y remontadas por orden de Corman— para entender que muchas de las maravillas del séptimo arte ya habían estado ahí de antes y del otro lado del globo.

Y no, esto no es un “La guerra de las galaxias en La fortaleza escondida (Kakushi-toride no san-akunin, 1958) de Kurosawa”, donde sí, obvio, hay una línea narrativa tan parecida que asusta, es mucho más profundo porque es una influencia estética total. Basta con ver la ciencia ficción que se hacía antes y después de estas películas soviéticas y darse cuenta.

Y no, tampoco le estoy bajando el precio a Kubrick, pero bien podríamos entender al cine de Klushantsev y sus colegas como un “Martin Berry llama a su primo Chuck en Volver al futuro (Back to the future, 1985)” más que cualquier otra cosa.

Las originales soviéticas, las versiones de Corman o las que tengas ganas de ver están disponibles por ahí con la facilidad de quien tipea su título en un buscador. No sé qué estás esperando para mejorar ostensiblemente tu fin de semana.

Por favor, no es nada.

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