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194 – Un clásico de un género ¿muerto?

Publicado el 20 de febrero de 2024

Vos viste cómo son estas cosas. Lo que un día damos por sentado, como algo que no va a desaparecer nunca, se convierte en un bien escaso al poco tiempo.

“Se viene un chiste de política”

Podría, pero a esta altura la política se hace los chistes sola.

Pero hagamos un viaje en el tiempo.

“Ay, qué creativo”

Cerrá los ojos—

“No voy a poder seguir leyendo”

Es cierto, bueno, hacé de cuenta, no sé, y ponete en algún lugar de finales de los años noventa y principios de los dos mil, sobre todo un 2001, 2002.

“Y no viene un chiste de política”

Será posible. No. Fueron años de—

“Grandes estrenos, ya los estuviste cubriendo”

Todo cierto. Y de algo más. De algo que ya no hay.

“Películas con polisílabos en los títulos”

También. Pero algo más.

“Protagónicos de Devon Sawa”

Te fuiste al pasto. Comedias románticas.

“Ah, era un poco más fácil”

Pero claro que sí. No sé si “más fácil” pero definitivamente más ubicuo.

Solo nombrando clásicos podríamos decir: Cuatro bodas y un funeral (Four Weddings and a Funeral, 1994), Notting Hill (1999), Cuando Harry conoció a Sally… (When Harry Met Sally…, 1989), Sintonía de amor (Sleepless in Seattle, 1993), Tienes un email (You’ve Got Mail, 1998), La boda de mi mejor amigo (My Best Friend’s Wedding, 1997) y las que vinieron después como La propuesta (The Proposal, 2009), Una suegra de cuidado (Monster-in-Law, 2005), El descanso (The Holiday, 2006) o Cómo perder a un hombre en 10 días (How to Lose a Guy in 10 Days, 2003): los ochenta, noventa y dos mil estuvieron tapizados de comedias románticas.

Comedias que casi siempre respondían a una misma estructura de un Hollywood algo clásico—

Porque, obviamente, no era un fenómeno que hubiera empezado en esta época sino décadas atrás, pero que definitivamente se agudizó durante estos veinte años que estoy citando acá arriba

— que no era otra que: dos opuestos se atraían, se enamoraban, se desilusionaban, separaban, odiaban y volvían a juntarse para el final.

Sí, la estoy hacienda más fácil de lo que es, pero generalmente la estructura de una rom com (esssa, mirá como tira términos) es más parecida a un capítulo de La ley y el orden que a un guion de Nolan (por suerte).

Bueno, hasta ahí la parte buena. La buena época. El momento donde Nora Ephron recordaría siempre como “la época de la guita.”

N de R: No, no hay pruebas de que la buena de Nora pensara eso, pero es lindo imaginárselo.

Ahora vamos con la parte mala—

¿Por qué se terminaron? Bueno, podríamos dar una respuesta bien simple: las comedias románticas empezaron a desaparecer al mismo tiempo que empezaron a desaparecer las llamadas “películas de presupuesto medio”

“Era obvio”
No tanto, porque, a pesar de no costar tanto, las comedias románticas recuperaban su dinero y ganaban. No ganaban tanto.

Si tomamos el final de la década del dos mil como el comienzo del declive de todo (cine de presupuesto medio y comedias románticas), nos vamos a dar cuenta de que algo más estaba asomando en el horizonte. Te voy a dejar que lo digas vos.

“Las películas de superhéroes”

Como negocio redondo, claro. Películas de superhéroes hubo siempre. El problema no son las armas, el problema son los boludos (?)

No, mentira, el problema también son las armas, pero queda bien. Volvamos—

Para finales de los dos mil los directivos de los estudios se dieron cuenta que estaba bueno ganar con un billete de lotería, pero que mejor era sacarse el gordo con el cartón entero.

Empezaron a poner obscenas cantidades de dinero (que los que tenemos cierta edad recordamos que empezaron en unos cien millones del dólares y terminaron trescientos, cuatrocientos) en una sola película que le devolviera más de mil en muy, pero muy poco tiempo.

No hace falta decir cuántas películas de presupuesto medio se pagan con trescientos millones de dólares, pero entre unas diez y quince, ni que lo que recaudan es lo mismo, pero es más fácil ponerla toda en una, porque ya lo dijimos cientos de veces, y no te quiero cansar.

Las comedias románticas, entonces, se terminaron (sí, sé que sigue habiendo comedias románticas, pero en las cantidades que había antes, como puse más arriba) porque en su “línea de producción” decidieron fabricar otra cosa.

¿Fue eso solo o pasó algo más?

Porque acá es donde podríamos jugar la carta progresista y decir: “las comedias románticas se terminaron porque eran machistas” y quizás tendríamos algo de razón.

Porque, claro, hay muchos ejemplos en los que lo son (o fueron), pero quizás tantos otros en los que no.

Lo que sí era cierto es que arrastraban tres valores “hollywoodenses” principales que le cavaron su propia fosa:

El primero, la idea de dos personas absolutamente hegemónicas que se conocen y eventualmente terminan produciendo bebés igual de hermosos suena más a un plan de Mengele que a una película para ver en una cita, pero siempre había más.

Seguido por el segundo: la idea de la chica que espera “a su príncipe azul” es otra que quizás no haya resistido al paso del tiempo.

Y no te vayas a olvidar del tercero: la noción de que muchas veces sean vehículos más bien “escapistas” tampoco ha sido de ayuda en un mundo cada vez más “urgente” en términos de realidad, pero sobre todo (estamos hablando de Hollywood) de redes sociales y la mirada de los otros.

Si usamos la razón anterior para entender por qué se terminaron, quizás encontremos en esta carta la explicación que dieron los que, en realidad, solo se querían ganar el gordo de navidad cada vez.

“En los tiempos que corren, mejor…” No, Raúl, querías ganar más guita con una sola película de uno con calzas. No hay en vos un gramo de justicia social.

Pero así fue como nos creímos, muchas veces, la idea de que habían desaparecido por eso. Quizás no haya falta armar esta regla nemotécnica, pero hagámosla y dejémosla para el futuro: si una razón es la justicia social y la otra es la guita, es obvio que es la guita.

Viste, te vas con algo.

Pero no hagamos de esto un velorio, hablemos de una de hace tanto que ni había discusiones sobre si se debía o no hacer tal o cual cosa en una película.

Una de 1960, de la cual no entiendo qué hice que no hablé hasta ahora.

Quizás una de las ¿comedias dramáticas? ¿comedias románticas? más grandes de todos los tiempos, porque viste que te dije que la cosa no había empezado a finales de los años ochenta.

Sí, más vale que hablo de Piso de soltero (The Apartment) de Billy Wilder.

Quizás la mejor forma de entender por qué Piso de soltero terminó siendo es entender de dónde venía Billy Wilder justo antes.

Porque, caray que venía de un lugar bueno.

Para el momento donde Wilder decide hacer la película que nos convoca, WIlder acababa de estrenar Una Eva y dos Adanes (Some Like it Hot, 1959) y solo sabía que quería volver a trabajar con Jack Lemmon.

Tenía la idea de hacer algo basado en Lo que no fue (Brief Encounter, 1949) de David Lean, pero sobre todo escrita por Noel Cöward, desde hacía un tiempo pero había un problema con retratar el adulterio en una película: estaba el Código Hays.

Claro que para principios de los sesenta la cosa ya estaba con más olor a cajón que a fruta y varias cosas podían “pasar” con un poco de muñeca.

Y acá es cuando podríamos decir que Piso se soltero, además de una comedia romántica basal es el comienzo de eso que después llamamos el New Hollywood, pero no lo vamos a hacer porque no hay gente tan joven en pantalla ni nadie se muere de manera muy sangrienta.

La película, por si nunca la viste ni corriste a verla cuando la nombré más arriba cuenta la historia de un empleado raso de una empresa con miles de empleados como él—

No seré yo quien arme este doble programa deforme, pero los interiores de la oficina obligan a nombrar a Playtime (1967) de Jacques Tati y quizás ver una detrás de otra, pero quién soy yo para andar diciéndote lo que tenés que hacer.

— que a los fines de escalar en el mundo laboral le presta su departamento a sus jefes para que cometan tropelías extramatrimoniales.

Todo cambia cuando conoce a una chica, amante de su jefe a quien, de buenas a primeras, termina salvándole la vida.

Y acá es cuando la que que pàrecía iba a ser una de cosas: un drama de “todo por el ascenso” en la línea de La mentira maldita (Sweet Smell of Success, 1957) de Alexander Mackendrick o una comedia de enredos de las que había miles en esa época, se convierte en algo más: en un drama romántico.

Porque en esa estructura de melodrama que era tan común por esos días, Wilder logra hace algo más: hacerlo más crudo. Tocar temas como la salud mental o lo trágico de la idea romántica y varias cosas más llegando a una conclusión bastante maravillosa: que nada es perfecto y que todo está perfecto más o menos como es.

Sí, puede sonar a la anti comedia romántica de la que hablamos antes, y lo es. Y ese es su valor más genial y la razón por la que estemos hablando de la obra de Billy Wilder casi setenta años después.

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