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189 – ¿Cómo puede haber pasado esto?

Publicado el 31 de agosto de 2023

Sí, nos encontramos haciendo esta pregunta más veces que las que hubiésemos querido. Es frente a casi cualquier cosa, pero acá no estamos para hablar de “la realidad” —si es que eso existe como algo inexpugnable— sino de películas.

Sí, en este rubro también es un cuestionamiento que retumba todo el tiempo. Todo el tiempo.

Claro que tampoco estamos acá para hablar del estado de la cartelera actual, sino de cómo algunas anomalías llegaban —o no, bueno, claro— a la del pasado.

“Vas a tener que hacer un poquito de historia”

Bueno, pero solo un poquito. Es más un recuerdo que otra cosa. Vayamos a mediados de los años noventa, a una oficina chiquita en el centro porteño.

La de la revista La Cosa, donde sentamos las férreas bases de cómo nos gustaba hablar de películas. Por ejemplo, nunca decir que una película es “buena” o “mala”.

Y quizás te suena de acá también, o la forma de citar a una película con Título de estreno local (Título original, año) y alguna que otra cosa más, pero eso no es lo importante.

Lo importante de esto es que muchas veces había formas de hacerte entender que una película capaz no era la nueva El ciudadano (Citizen Kane, 1943), y era infiriendo ciertas cosas: un rodaje accidentado, productores italianos o quizás una línea argumental cercana a “una rubia tetona corre de un hombre vestido de gorila”

Al mismo tiempo —o casi, año más año menos— una película estaba haciendo todo esto junto, destruyendo una carrera y sepultando un género o dos.

“Eso es mucho”

Demasiado. Pero cuando sepas los pormenores, quizás termines diciendo “Y, la verdad que es lógico” pero nunca, nunca respondiendo a la pregunta “¿Como puede haber pasado esto?”

Bienvenidx a la historia de Theodore Rex (1995) de Jonathan R. Betuel.

Sí, acá falté a mi palabra y no usé el título de estreno local, porque no lo tuvo. Tampoco pude rastrear el de VHS, porque el catálogo online de Blockbuster —que fuera el santo grial de estos títulos durante mucho tiempo— está caído hace unos años y la verdad la verdad, tampoco le quise romper las bolas a Cristian de RaroVHS.

La historia, sin el título en video, se puede contar igual. Y eso, justamente, es lo que pienso hacer ya mismo.

Primero, quizás, en una de esas, deberíamos hablar de un género que ya, para el momento en el que se filmó esta película, estaba muriendo. El buddy cop.

Yo estoy casi casi convencido que ya hablamos de esto, pero por las dudas, una refrescadita:

Dos policías diametralmente opuestos —generalmente, uno que sigue el reglamento al pie de la letra y otro que tiene “sus métodos”— deberán salvar sus diferencias personales y salir adelante del conflicto externo que se les presenta para así resolver el interno con el que vienen. Básicamente una comedia romántica con señores armados.

Para mediados de los noventa, el buddy cop estaba con más olor a cajón que a fruta.

Sí, obvio que después volvió y volverá porque idea inoxidable, pero igualmente: para mediados de los noventa estaba casi muerto.

A eso agreguémosle otro boom más reciente: los dinosaurios. La influencia de Jurassic Park (1993) de Spielberg era un sol imposible de tapar con la mano. Los dinosaurios estaban en todos lados: series de televisión para chicos, producciones algo apuradas directo a video del siempre querido Roger Corman y casi casi donde miraras.

El problema —bueno, o la historia entretenida, estamos acá casi treinta años después recordando esto— fue cuando a alguien se le ocurrió mezclar las dos cosas.

El proceso creativo te lo debo, pero debe ser fascinante que a alguien se le cruce por la cabeza “Voy a agarrar este género que viene de capa caída y le voy a meter este nuevo”

O no.

Entra a escena un señor de nombre Richard Gilbert Abramson, que sizás no te suene de nada, pero que para el momento había producido la serie de tele de Pee-Wee Herman y hasta su película: La gran aventura de Pee-Wee (Pee-wee’s Big Adventure, 1985) dirigida por Tim Burton.

Sí, claro que Pee-Wee se había metido en un par de problemas porque le gustaba mucho ir a cines porno para el momento donde Abramson tuvo esta idea, pero no nos vamos a hacer kink shaming ni meternos con su memoria ahora que nos dejó.

Abramson supuestamente había logrado un acuerdo de palabra con Whoopie Goldberg en 1991.

Este dato no es menor, porque si bien Goldberg era una estrella hecha y derecha en ese momento, había pifiado mucho con los proyectos que había elegido.

Para decirlo de una forma más simple: por un El color púrpura (The Color Purple, 1985) de Spielberg había hecho tres Sálvese quien pueda (Jumping Jack Flash, 1986) que sí, será de Penny Marshall, pero igualmente.

Y en ese año en el que le dijo que sí a Abramson todavía no había estrenado la película que le iba a devolver la fama mundial: Cambio de hábito (Sister Act, 1992) de Emile Ardolino.

Pero esperá que hay más, porque hace su entrada el que consiguió la plata. ya teníamos al cerebro creativo del proyecto Abramson, pero nos faltaba el italiano: Stefano Ferrari.

Nadie podía saber muy bien de dónde sacaba la guita, pero se podía inferir que viniendo de una familia que se dedicaba muy exitosamente a la fabricación de medicamentos —bueno, o eso declaró en su momento—, la caja podía estar por ahí.

Stefano, que no quería participar del el negocio familiar, se había mudado a Los Ángeles para “pegarla” —con la billetera de su padre, esto es— en el mundo del espectáculo.

No tardó en encontrar a uno que le comiera la billetera, y el resto es historia.

Para cuando Theodore Rex ya era algo que estaba “por hacerse” Goldberg ya había protagonizado no uno sino dos éxitos: Cambio de hábito 2 (Sister Act 2: Back in the Habit, 1993) de Bill Duke ya había volado —menos, pero volado igual— las taquillas. Tanto era esto así, que se planeaba que terminara en trilogía, algo que en los noventa era casi tan común como escuchar a esas bandas que estaban tristes y sonaban todas igual.

Sí, la tercera tiene fecha de estreno el año que viene, pero quizás tardó tanto por esto que vengo contando.

Goldberg se quiso bajar del proyecto, pero Abramson, que le ponía un supositorio a una liebre, la obligó a quedarse.

Armado de un mensaje de contestador automático donde la propia Goldberg le decía que ardía en deseos de hacer la película, le inició acciones legales por veinte millones de dólares en caso de bajarse.

Seamos buenos también: veinte palos en una película que terminó costando poco más de treinta quizás es un poco mucho, pero la verdad que nunca pisé la Universidad de Derecho, volvamos—

Viste cómo son los actores: antes de devolver la guita son capaces de actuar en una película con un dinosaurio de tamaño humano que habla.

Ah, qué distraído, habíamos llegado hasta acá y no hicimos sinopsis. En este caso vale la pena:

En un futuro distópico, una mujer policía debe trabajar con un dinosaurio de tamaño humano para investigar quién extinguió a los demás. Junto deberán parar a un científico loco que promete acabar con el mundo.

Si sos malx, pensarás: “Eso se le ocurre a mi sobrino que tiene ocho y lo descarta”. Si vas por una un poco más positiva, seguramente te juegues con un: “Bueno, como comedia…” y ahí, justamente ahí está la trampa: Theodore Rex pretendía ser una película seria.

Te dejo que lo medites un instante.

O dos.

Te imaginarás que con una idea tan genial hubo idas y venidas: testimonios de los que se animaron a recordar la aventura hablan de un guión que se iba reescribiendo en rodaje mientras veían que la cosa no cerraba, con el director diciéndole a los actores antes de la toma lo que “tenían que decir.”

A esto sumémosle que Whoopi no estaba con el mejor ánimo: se dice que llamaba “motherfucker” al director, a los productores y hasta a los encargados de los animatronics.

¿Dije animatronics? Bueno, no funcionaban todo el tiempo.

Y podría seguir, pero—

Acá vendría la parte de “la crítica la destrozó, el público no acompañó” pero no, es peor: acá viene la parte donde Theodore Rex bate un récord: el de ser la película más cara de la historia (33.5 millones de dólares) en ir directo a video. A VHS, debería decir por la época.

En una de las pocas notas que dio, su director y guionista Jonathan R. Betuel —que no volvió a dirigir una película en su vida— declaro: “No me acuerdo mucho. Tengo poca memoria para las cosas tristes.”

De más está aclarar que la carrera de Goldberg se complicó un poco después del traspié y la tercera Cambio de hábito fue posible más por el fan service y el FOMO de esa década que los que la añoran no vivieron que por otra cosa.

Qué lindo que es el cine, ¿viste?

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