Antes de empezar, hagamos un disclaimer: odio a Disney. No por razones estéticas, ni ideológicas: lo mío es bien personal.
Quizás si escuchaste mis podcasts, o me escuchaste hablar en general, ya escuchaste esta historia. Pero, como sabemos, en el podcast y el en newsletter el público se renueva (?) va de nuevo: odio a Disney por un tema personal.
Cuando tenía cinco años fui con mi padre a ver un continuado de dibujitos animados al cine Fantasy, una suerte de esqueje que tenía el cine Los Ángeles en el barrio de Belgrano, en la esquina de Olleros y Cabildo. Hoy en el lugar hay una estación de servicio.
Pero no estoy acá para hablar de cambios edilicios, pero no descarto que algún día suceda. Estoy acá para hablar de un trauma de la infancia (?)
En el medio de la función, a mi padre le agarró un infarto. Por suerte, lo asistió gente de la sala y yo recordé el número de teléfono de mi casa.
Si dejamos de lado que mi padre, un fumador de tres atados diarios en aquel entonces vivió un tiempo largo con un holter colocado y era como vivir con El hombre nuclear, la cosa salió relativamente bien, pero—
¿Cómo no iba a culpar a Disney de semejante cosa?
Sí, obvio que seguí yendo al cine Los Ángeles el resto de mi niñez y fui a ver mil veces La noche de las narices frías (One Hundred and One Dalmatians, 1961) o Cupido motorizado enamorado (Herbie Goes to Monte Carlo, 1977), pero con la llegada de cierta adultez (bah, no creo que haya llegado nunca, pero pongámoslo para explicarlo mejor) empecé a intelectualizar esa casualidad, y me di cuenta que la culpa no era del pucho, sino de Walt.
¿Maniqueo? Puede ser.
¿Lo creo? Casi que sí, pero digamos sí a los fines de que esta entrega funciona.
Con los años, y viendo cómo un porcentaje alto “del cine” hoy está en manos del estudio del ratoncito, y que muchas de esas películas que tapan las arterias de la distribución son por culpa de ellos, imaginate si no me voy a agarrar de la teoría con más fuerza.
Con la llegada de esa adultez, también entendí que el producto era formulaico, que siempre contaba un camino del héroe con una tragedia en el primer acto y varias cosas más que un día analizaremos en una entrega más narrativa que esta, que va a ser de complot.
Porque, alrededor de Walt Disney se han tejido todo tipo de leyendas urbanas (muchas fácilmente desmontables y otras que no tanto), y siempre es divertido hablar de conspiraciones.
Sí, va a ser una edición así, escrita en un feriado y con ganas de meterme en rabbit holes que no siempre conducen a algún lado.
De Disney se dijo que: estaba congelado, era machista, racista, buchón del FBI y un poquito nazi.
Vamos a tratar de ver qué hay de cierto y qué no en esos rumores, y a divertirnos un poco, claro.
Si sos de las personas que sacraliza su figura, quizás esta no sea la edición para vos, pero bueno. Tampoco te va a doler enterarte de dos o tres cosas.
Porque Walt, el señor con el bigote sospechosamente finito que tantas alegrías le dio a los niños, era bastante menos amable de lo que se puede esperar de una película como El sueño de Walt (Saving Mr Banks, 2013), donde para dejarlo bien parado hasta tuvieron que poner a Tom Hanks —el Simón el agradable más grande de la era moderna— para morigerar un poco las cosas.
Vamos en orden, sacándonos de encima la principal y menos probable: Walt Disney —o su cabeza, depende del rumor que te haya llegado— no está congelado criogénicamente esperando que la ciencia avance lo suficiente como para volverlo a la vida.
Muy a pesar de los chistes que aparecen en Family Guy, o de los rumores que Beto Casella quiso implantar con Guillermo Francella metiéndose en el pasillo equivocado de Disneyworld, descubriendo un secreto y luego siendo amenazado por un Mickey maltrecho de un tren de la alegría ya vuelto al país, Walt Disney murió el 15 de diciembre de 1966 y sus restos fueron cremados.
Sí, alto bummer. Ya sé.
Existe un rumor extra a esta leyenda y es que la realización de la película Frozen, una aventura congelada (Frozen, 2013) estuvo motivada justamente por ella. Con el advenimiento de internet, y los análisis de búsquedas minuciosos sobre determinados temas, no pocos fueron los que se animaron a decir que la película había llevado ese título para que cuando alguien quisiera investigar sobre el rumor de criogenización, sus resultados fueran tapados por la maquinaria de prensa de una película exitosa. Si no me creés, tratá de buscar “Disney frozen” en Google y después contame.
¿Creíble? Cero. ¿Maravillosa como para contar? Claro que sí.
Sacada la principal del medio, vamos con las jugosas, porque este Intrusos no se construyó en un día (?)
“El viejo Walt era machista”
Bueno, acá podemos hablar con un par de documentos en la mano, y con varios rumores también Empecemos por estos.
Se dice que varios colaboradores cercanos solían bromear con que a Walt “no le gustan ni los gatos ni las mujeres” y ya sabemos cómo son lxs que no le gustan los gatos, personas casi tan poco confiables como lxs que no les gusta el mate.
Hasta bien, pero bien entrados los años cuarenta, no contrataban mujeres “para tareas creativas”, como bien atestigua esta carta de rechazo con papel hermosamente membretado de 1938:

Por si estás rengx de inglés, va una traducción sí nomás:
“Querida señorita Ford:
Su carta ha sido recibida por el departamento de entintado y pintura recientemente.
Las mujeres no hacen ninguno de los trabajos creativos en lo que concierne a la preparación de los dibujos animados para la pantalla, ese trabajo es realizado enteramente por hombres. Es por esta razón que las chicas no son consideradas para la escuela de entrenamiento.
El único trabajo abierto para mujeres es el de calcar los personajes sobre acetatos con tinta y rellenar esos calcados del lado reverso con instrucciones.”
Y después le dicen lo que tiene que hacer si quiere hacer ese trabajo “de mujeres” de todas maneras.
Sí, podemos decir “eran los años cuarenta”, de acuerdo. No quiero spoilearte, pero Walt no miraba con malos ojos a ciertas mujeres realizadoras. Pero eso, claro, en un ratito. Sigamos.
“El viejo Walt era racista”
Bueno, acá la cosa es un poco más brava.
(Como si lo anterior no lo hubiera sido, claro)
Empecemos por los rumores, como siempre: son muchos los colaboradores de la época que decían que se refería a los enanitos de Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarves, 1937), como “los siete negritos”, usando por supuesto la n-word, que no es Netflix, por su justo andás despistadx.
Podríamos seguir con hechos concretos, como decir que los cuervos de Dumbo (1941) eran bastante estereotípicamente afroamericanos, un término al que Walt no llegó, porque le gustaba usar otro, como dije en el párrafo anterior.

Sunflower, la centaura de color Fantasía (1940) que servía a la centauras rubias quizás tampoco es precisamente una oda la libertades. Ojo, la sacaron de la edición para video hogareño ¡en 1991!
Y la que nunca más apareció fue La canción del sur (Song of the South, 1946) ese extraño musical donde se sobre estereotipa a cualquiera que no sea blanco y que, por un tema de control de daños, no vas a encontrar en el catálogo de Disney+ ni en ningún catálogo de ellos.
Adicionalmente, se dice que Walt no era el más abierto a contratar gente de color (o de etnias que no fueran la suya) para tranajar en su compañía.
Sí, podemos decir “eran los años cuarenta”, de acuerdo. Sigamos.
“El viejo Walt era buchón del FBI”
Bueno, y acá la cosa se pone un poquito más espesa.
(Como si lo anterior no lo hubiera sido, claro)
Según el muy escandaloso Walt Disney: Hollywood’s Dark Prince, publicado por Marc Eliot en 1993, Walt informó al FBI de “actividades subversivas” dentro de la compañía durante más de 25 años.
La compañía hizo todo lo posible por desacreditar al libro, pero fue el propio New York Times el que dijo que los hechos expuestos en él eran mayormente ciertos.
Supongamos, igual, que el libro de Eliot está a la altura de Polvo de estrellas de Jorge Rial: hay otras cosas que, capaz, fueron públicas y se salen del control de daño de la compañía.
Como que Walt ayudó a fundar la Motion Picture Alliance for the Preservation of the American Ideals (algo así como la “Alianza de productores cinematográficos para la preservación de los ideales americanos”) en 1944.
(Sí, “preservar” e “ideales” en la misma frase medio que sabemos para dónde va.)
La MPAPAI (o MPA para acortarla) era un conglomerado de productores muy preocupados por la ola de degradación que estaba viviendo Hollywood en ese momento. Y por ola de degradación decimos: los comunistas y los judíos, pero no lo decimos tan abiertamente.
O sí.
Porque Walt no tuvo mayor conflicto en ir a dar todo santo y seña que se supiera frente a la House Un-American Activities Commitee durante la era del Macartismo.
Y acá hay que hacer un paréntesis, y explicar que, al igual que a cualquier votante de Espert, lo que más le jodía a Disney eran los sindicatos y pagar impuestos. Logró, a lo largo de toda su vida y luego de su muerte incluso, que los empleados de sus estudios y parques no estuvieran sindicalizados y que cumplieran con una serie de reglas cuasi de la Wehrmacht, pero eso viene justo ahora.
Sí, podemos decir “eran los años cuarenta y cincuenta”, de acuerdo. Sigamos.
“El viejo Walt era un poquito nazi”
Bueno, y acá la cosa se pone un poquito más espesa.
(Como si lo anterior no lo hubiera sido, claro)
Empecemos con los rumores: para un poco antes de la Segunda Guerra Mundial, el partido nazi era un partido como cualquier otro y tenía reuniones en varias partes del globo para los que estuvieran interesados en entender lo que querían hacer.
Entre esas partes del globo estaba la ciudad de Los Ángeles. Y son muchos los testimonios que dicen haberse cruzado varias veces con el tío Walt y su abogado Gunther Lessing en esas reuniones informativas.
“Bueno, pero es antes de la guerra, no tenía forma de saber que…”
Bueno. Esperá.
Para cuando estalló la Guerra, las intenciones de los nazis empezaron a estar un poquito más claras y ese señor tan eléctrico con el bigotito en una de esas no era tan copado.
“Bueno, pero las noticias en esa época…”
Bueno. Esperá.
Un mes después de La noche de los cristales rotos, una directora alemana viajó a Estados Unidos para promocionar su última película. Se llamaba Leni Riefenstahl, y era la única que quiso agarrar el fierro caliente de ser “la directora del nazismo.”
(Esto es para otra edición, pero eran muchos los alemanes —y europeos en general— que ya habían huído de la zona de conflicto y ahora estaban trabajando como directores en Hollywood: Ernst Lubitsch, Josef von Sternberg, Billy Wilder, Fritz Lang, siendo este último el que le dijo que no al führer y tuvo que escapar lo más rápido posible.)
Riefenstahl estaba promocionando Olympia (1938), que junto a su film anterior El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1935) hacían un esfuerzo sobrehumano por mostrarnos, de manera documental, las infinitas bondades de Hitler.
Hollywood, una ciudad con más judíos por metro cuadrado que el barrio de Once en la ciudad de Buenos Aires, le cerró las puertas en la cara.
Bueno, no todos.
Porque el tío Walt no solo la recibió, sino que también le hizo personalmente un tour por los estudios:

“Bueno, pero…”
Bueno pero nada.
Hay una teoría que dice que lo que Disney quería con esta movida era permitir que las películas norteamericanas (prohibidas por el régimen nazi, como la Coca Cola, por eso apareció la Fanta) pudieran volver a ser exportadas a Alemania, y que el timing capaz no lo ayudó.
No: no podemos decir “eran los años cuarenta”.
La pregunta que se dispara de todo esto es: ¿deberíamos cancelar a Disney por todo esto?
La respuesta es simple y una sola: no.
Principalmente porque no creo en las cancelaciones, de hecho considero que al ritmo que vamos todos vamos a estar cancelados por algo, haciendo que la cancelación —la verdadera, la que realmente vale— pierda valor en esa bolsa de gatos, y porque, como ya dije mil veces acá y en otros lados, ver con ojos de hoy a cosas de ayer puede ser entretenido, pero muchas veces es no entender lo que pasaba alrededor.
Dicho todo esto: lo de Leni Riefenstahl es bastante difícil de justificar, sobre todo en ese slot de la agenda que cito más arriba.
Así, que: machista, racista y buchón, bueh era otra época (?). Nazi: hablémoslo con más tiempo.
No por nada le hicieron afeitar el bigote a Leonardo Greco para El mundo de Disney.
Bueno, era eso. Te dejo con la niñez arruinada.