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181 – Los pornocrímenes

Publicado el 6 de julio de 2023

Antes que nada, valga el homenaje al cine de nacho Vigalondo a quien le chorié un poco el título de una de sus primeras películas, aunque esto nada tiene que ver con su obra, sino es más bien el tipo de apropiación que haría el porno con un título que “le suena” como pasó en otros tiempos con Ico, el caballito caliente o Analien, el octavo al hilo.

“Esto empezó a todo motor”

Ser del MorVIP tiene sus privilegios.

Volviendo: En la intro hablé de una de las mejores películas de los años noventa. Esa película, y creo que lo dije como doscientas veces ya, es Juegos de placer (Boogie Nights, 1997) de Paul Thomas Anderson.

“La verdad que en esta te doy la derecha”

Y como no soy Iúdica, voy a seguir adelante sin rematarlo.

Si la viste —y si no, corré a verla hermanx, no sé qué tengo que hacer para convencerte— sabrás que esa historia de un muchacho tímido del interior que descubre que tiene un gran gran gran don está basada muy libremente en la vida real de otro muchacho no tan tímido pero si del interior y con un gran gran gran don: el actor porno John C. Holmes.

Claro que medio que dejamos un poco de lado las dimensiones y otro poco el camino del héroe: el personaje de Dirk Diggler poco y nada tiene que ver con el de Holmes en la vida real. Porque Holmes, amigxs, era de las peores personas que han pisado el mundo del espectáculo.

Pero eso, claro, viene de un laaaargo y accidentado origin story.

“Vamos a hacer un poco de historia hasta con este”

¿Podés creer?

John Curtis Estes nació en un pueblito perdido de Ohio a mediados de la década del cuarenta. Era el menor de cuatro hermanos y rápidamente cambió su apellido de su por el del ¿nuevo? marido de su esposa, otro alcohólico violento.

Bueno, la cosa es un poco más compleja, porque los tres hijos anteriores de la madre de Holmes eran de Holmes y Holmes, John Curtis probablemente también. Estes fue una pareja que ella tuvo mientras se divorciaba y volvía a casa con Holmes (padre) —por lo menos— cuatro veces.

Pero, puede ser que no sea tan así, porque cuando tuvo que sacar su pasaporte para viajar a mediados de los años ochenta, su certificado decía Estes. Bueno, qué decirte.

Las historias de estrellas en la zona de Los Ángeles (sean estas en Hollywood o en valle de San Fernando, donde se solían —y aún suelen— filmarse las películas porno) no distan mucho.

La madre finalmente se separó de Estes, de Holmes y de toda la chusma y se casó con el que parecía ser un buen hombre, de apellido Bowman. Decidió jugarse unas fichas al amor y tener un hijo con él, tras cuyo nacimiento Bowman le informó a la madre que no quería saber nada con “esos bastardos que trajiste”

Así fue cómo todos “los que sobraban” se fueron de casa y Holmes se enroló en el ejército, sirviendo tres años en Alemania antes de ser dado de baja sin honores.

A su regreso tuvo una serie de empleos variopintos, como operador de grúa, vendedor puerta a puerta y hasta conductor de ambulancia, lugar donde conoció el amor de la mano de una trabajadora de la salud y se casó.

Mientras vivía esta vida de ambulanciero y arrumacos con la enfermera empezó a frecuentar un garito en las afueras de Los Ángeles donde jugaba al poker por dinero.

Un día, mientras orinaba en un mingitorio, alguien le dio una tarjeta diciéndole que era fotógrafo y que podía transformarlo en una estrella.

Era casi finales de los años sesenta, y las películas stag se vendían más que los dólares blue en locales “de antigüedades” en la calle Florida. Interesado por la propuesta, fue a ver qué podía surgir.

Se sacó unas fotos como modelo para adultos, pero la cosa quedó más o menos ahí.

(No, no te estoy diciendo que vayas a buscar una foto de John C. Holmes en bolas, si viste Juegos de placer capaz que entendés para donde va la cosa. Si, bueno, la cosa. Sí, bueno, es dificilísimo escribir este envío.)

El punto es que Holmes empezó a resultarle interesante toda la jodita esta de lo erótico y se apareció en el set de filmación de una de estas películas para adultos y se ofreció como parte del equipo técnico. Cuando el director le dijo que tenía todos los puestos cubiertos, decidió bajarse los pantalones.

El director, cuenta la leyenda, se puso a escribir el guión en una servilleta y empezaron a filmar esa misma tarde la que sería la primera película de muchas de Johnny Wadd, una suerte de detective privado que iba a resultar el personaje más famoso de la carrera de Holmes.

Hasta acá, Juegos de placer. Peeero, si viste la película de Anderson sabrás que después de la fama de Dirk Diggler empezaron los excesos.

Y a Holmes le gustaba más la cocaína que mirar el TC el domingo a la mañana y dicen que mirar el TC le en-can-ta-ba (?)

Y acá es cuando empezamos a unir A con B y no vamos a tardar en darnos cuenta de que un hábito de ¡mil quinientos dólares diarios! en cocaína y una carrera donde una determinada parte de tu cuerpo tiene que funcionar cuando se prende la cámara, bueno, capaz que no eran del todo compatibles.

Y vos dirás: “Bueno, acá se rescata y…” No. La verdad que no. Acá es justamente cuando la historia de Holmes se vuelve casi, casi una película de terror.

Porque no contento con no poder trabajar, empezó a robarse cosas de casas de amigos, valijas del aeropuerto, a prostituir a su esposa de ese momento —la enfermera ya lo había dejado, claro— para que le diera el dinero para pagar sus consumos y varias delicias más.

Claro que hasta acá vos podrás decir: “Bueno, cosas de adictos” y si me pongo muy pero muy flexible te podría llegar a dar la derecha, pero no llegamos al punto todavía.

“Pero por favor, estamos acá hace media hora”

Acá estamos, tranquilx, te va a dar algo.

Entre los muchos personajes de la noche que Holmes frecuentaba estaba uno que merecería una entrega aparte, si no fuera porque no se dedicaba a nada que tuviera que ver con el cine: su nombre era Eddie Nash.

Eddie Nash, que en realidad había nacido Adel Gharib Nasrallah en Palestina era, detalle más detalle menos, la personificación del sueño americano: había empezado con un puesto de panchos en los años cincuenta y terminó teniendo una incontable cantidad de clubes nocturnos.

Claro que Nash no solo vivía de la noche: también lo hacía de su nafta súper, que para mediados de los años setenta, era la cocaína.

La cruza de ambos vectores hacían que Nash fuera alguien muy bien conectado y que conociera a gran parte del mundo del entretenimiento para adultos.

Sí, y perdón por volver con Juegos de placer nuevamente: el personaje de Alfred Molina era Eddie Nash.

Para cuando Nash conoció a Holmes, éste ya estaba exiliado del mundo del porno y había empezado a vender cocaína para sostener su propio consumo como parte de la llamada pandilla de Wonderland, en referencia a la calle angelina donde solían llevar adelante sus transacciones comerciales.

Nash creía que había encontrado un amigo en Holmes, y los Wonderlanders veían en Nash a una víctima potencial.

Ayudados por “el pie en la puerta” que podía resultarles Holmes, lo mandaron a que lo visite para comprar una suma alta de cocaína y que dejara la puerta de atrás de su casa sin trabar.

Claro que Holmes se quedó seis horas tomando con Nash y volvió. Eso sí, no se había olvidado de destrabar la puerta.

El resto del grupo fue a la casa del entrepreneur y lo robaron, amenazando con matarlo varias veces, pero yéndose sin hacerlo.

Nash no era idiota, pero aunque así lo hubiera sido, no había que hacer más que una suma de una cifra para saber que Holmes había tenido algo que ver.

Así fue como urdió su venganza, que se terminó conociendo como los asesinatos de Wonderland, cuando dos días después cuatro miembros de la pandilla fueron asesinados a golpes en su departamento en una escena del crimen que diarios de la época describieron como “nunca vistas desde el Clan Manson”

Las investigaciones llevaron rápidamente a dos personas: Nash y Holmes, que se la pasaron declarando e incluso fueron presos un tiempo, pero a los que nunca se pudo culpar por falta de pruebas concretas.

Recién al final de su vida, Nash admitió que mandó a su gente “a recuperar sus pertenencias” esa noche a Wonderland, nunca confesó haber ordenado los asesinatos. La única forma de resolver el caso murió con él en 2014.

Pero hagamos un flashback y volvamos un momento a Holmes, que después de salir de gayola todavía tenía algunos ases bajo la manga.

Y vos dirás “Bueno, después de la cárcel empezó una nueva vida y…” Bueno, no.

Holmes había contraído VIH durante alguno de los rodajes o, quién sabe, de su vida disipada y su nombre estaba tachado en todas las listas de los sets en California.

Sin dudarlo ni un segundo, y sin decir una palabra de su condición, viajó a italia a mediados de los años ochenta a filmar películas como si nada hubiera pasado con resultados devastadores en sus compañeras de elenco.

John C. Holmes murió como producto de las complicaciones de su enfermedad en marzo de 1988.

Juegos de placer es una versión bastante libre —y cariñosa— de su vida, hay un documental menos amable que se llama Wadd: The Life & Times of John C. Holmes (1999) de Wesley Emerson pero, si lo que te interesa es el crimen que nadie pudo resolver, hay una película con aspecto de telefilm que se llama Wonderland (2003) de James Cox con ¡Val Kilmer! haciendo de Holmes. No digas que no te avisé.

Muy a pesar de todo este dechado de virtudes que fue en vida, Holmes también era un defensor de la ecología, militando muchas veces las causas de Greenpeace. ¿Sabés quién más apoyaba las causas de Greenpeace?

“Ah, lo quisiste terminar con los tapones de punta”

Informado, ¿por?

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