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180 – Capaz que esta no te la esperabas

Publicado el 29 de junio de 2023

La cita a Nevermind más arriba no es caprichosa, Tiene que ver con armar el mood de la historia que te voy a contar.

Si viviste la época, te acordarás del boom, si no, te lo cuento rápidamente.

Tengo recuerdos de ir al supermercado con mis padres y ver una puntera de góndola con cientos de ejemplares de Nevermind —de esos que todavía venían en longbox—, algo que solo se había visto algún tiempo antes con Sing the Blues, el disco de los Simpson.

Así de popular era Nevermind de Nirvana.

Pero no era lo único popular que andaba dando vueltas en ese momento. Había dos avances tecnológicos, uno que venía de hacía un tiempo y otro que estaba empezando a entrar con furia en los hogares que estaban modificando varias cosas más que un disco atronador y un poquito depresivo.

El que ya estaba era el videoclub y el que llegaba era el cable a nivel masivo.

Para 1991, lo recuerdo vívidamente, mi familia decidió tener cable. Mi padre se había resistido, colocado una antena en el techo y todas las cosas que te puedas imaginar y finalmente, fantasmas de la imagen y la imposibilidad ver “canal 2” mediante, la chance de ver ¡sesenta y pico de canales! se había revelando como muy seductora.

Si te ponías cable en aquel entonces, entre todos esos canales que terminabas teniendo estaba HBO, que era parte del paquete básico.

HBO por aquel entonces pasaba ciertas películas —muchas de reciente estreno en el mercado de video— a repetición. Una de esas películas era…

“Dale, gordo misterio, hablá de una vez.”

No, bancá: porque nombré al videoclub antes y es necesario aclarar las formas en las que podrías haber llegado, en el año de Nevermind, a ver esta película de la que vengo a hablarte hoy.

Porque, si visitabas un videoclub, por más chico que fuera, te ibas a encontrar con la caja de una película llena de estrellas en la sección de comedia.

Parecía una comedia, pero tenía elementos de terror, o por lo menos eso nos querían hacer creer.

Por si no lo adivinaste hasta ahora, la película es Nada más que problemas (Nothing But Trouble, 1991) el debut —y despedida— de Dan Aykroyd como guionista, actor y director.

Y así es como Nevermind de Nirvana conecta con la película del bebé gigante en el pueblo derruido y la mansión llena de trampas.

“Pero cómo puede ser que llegamos hasta acá.”

La mente, amigx. Ese misterio sin resolver (?)

La historia de Nada más que problemas es una de las más extrañas de la historia del cine. Porque todo salió bien y mal a la vez.

“No me quieras psicologiar, hablá claro.”

Ahí vamos.

Todo empieza con una amistad. La de Dan Aykroyd, actor y Robert K. Weiss, productor.

Aykroyd y Weiss habían trabajado juntos en Los hermanos caradura (The Blues Brothers, 1980) y en varias cosas más, todas muy exitosas.

Una noche, con Weiss que tenía una costilla rota, deciden ir al cine con la condición impuesta por el productor de que “No sea una comedia, porque si me río me duele.”

Se decidieron por ir a ver la película de terror que estaba en cartel en ese momento, que no era ni más ni menos que Hellraiser (1987) de Clive Barker.

La experiencia para Weiss fue poco menos que pesadillesca. El público de terror disfruta de la película gritando y muchas veces riendo. Salió más roto de lo que entró, pero lo que había vivido le hizo tener una conversación con Aykroyd en el camino de vuelta: “Hay que hacer más comedias con elementos de terror.”

Y acá viene la parte donde la cámara zoomea a la cara de Aykroyd mientras piensa y esa frase se repite fantasmagóricamente.

Con esa idea en mente, Aykroyd habló con su hermano, que le recordó un incidente que le había pasado muchos años antes, cuando todavía era parte de Saturday Night Live.

Por su fanatismo por los autos, Aykroyd estaba manejando a exceso de velocidad cerca de un pequeño pueblo en las afueras de Nueva York y fue llevado ante una jueza de paz de madrugada para comparecer y pagar una multa.

La idea de un pueblo que “se toma en serio los crímenes menores” había empezado.

Seis meses después y con ayuda autoral de su propio hermano, Aykroyd ya tenía una versión del guion que ocurría en la ficticia localidad de Valkenvania, donde un yuppie se pasaba del límite de velocidad y… bueno: una serie de excesos.

Si no viste la película, quizás te estés tomando a la ligera el “excesos” que puse acá arriba. Si la viste no. Pero más de eso en un momento.

Con lo que pensaba que era una obra maestra entre sus manos, Aykroyd empezó a tratar de buscarle un “novio” para que la dirigiera.

Al primero que fue a ver fue a John Hughes, que tardó un tiempo prudencial y educado en decirle que “no era para él” y que “solo dirigía su propio material.”

Más sincero y al hueso fue John Landis, su segunda opción, que directamente le dijo que no estaba interesado.

Los que no fueron tan picky fueron los ejecutivos de Warner a quienes, viendo que tenían a Aykroyd attacheado al proyecto, y con quien habían hecho pingües dividendos en experiencias anteriores, todo les parecía color de rosa.

Propusieron sumar a John Candy, que por aquel entonces también era una garantía de taquilla y Aykroyd aceptó encantado.

Aykroyd tenía una idea de hacer dos papeles: el del yuppie y el del juez. Esa idea duró poco, porque los del estudio propusieron a Chevy Chase para el primero de los papeles.

Aykroyd, Candy y Chase en la misma película. ¿Qué podía salir mal?

“Eso, ¿qué?”

No te pongas ansiosx, querés.

Porque llegó el momento donde los de Warner preguntaron “Bueno, ¿y quién dirige?”

Aykroyd, recordando que ya lo habían dejado con las flores en el altar dos veces, se apuró a decir “Yo.”

¿Y a que no sabés lo que pasó?

A nadie le pareció una mala idea.

No solo eso: pusieron un presupuesto de 40 millón dólar, que “a plata de hoy” serían algo así como 85.

Pero esperá que hay más, los de Warner dijeron “y por qué no la ponemos a Demi Moore”, que venía de hacer Ghost, la sombra del amor (Ghost, 1990), una de las películas de mayor recaudación de ese año.

Aykroyd, Candy, Chase y Moore en una misma película y 40 palos de la época medio para que Aykroyd hiciera lo que quisiera.

¿Vos ya estás viendo el tren viniendo de frente, no? Bueno, ellos no.

John Candy al leer el guion pidió si no podía hacer dos papeles, el del policía y el de Eldona. A Aykroyd le pareció una idea genial y eso le disparó una a él: además de hacer del juez, quería hacer de uno de los bebés gigantes.

Sí, dos papeles con por lo menos un par de horas de maquillaje y dirigir la película al mismo tiempo.

No, todavía no estaban viendo el tren viniendo de frente.

Pero bancá que sigue, porque hay un detallito del que todavía no hablamos.

El detallito tiene nombre y apellido: y si dijiste “Chevy Chase” te ganaste una fabulosa mampara para baño.

Chase no está entre los actores más queridos de su generación. Basta con ver el Roast que le hicieron hace algunos años para darse cuenta a los pocos minutos que lo que le están diciendo son cualquier cosa menos bromas amables.

Siendo el actor que por ese entonces más convocaba (y por ende, el que más cobraba), se la pasó maltratando a todos en el set y haciendo un trabajo prácticamente “a reglamento”.

Pero quizás sea el momento de entender cómo fue ese set. Porque ni Roma —y si es por eso, ni Sodoma y Gomorra— no se construyeron en un día, y Nada más que problemas tampoco.

Con los cuarenta palos en la bolsa, Aykroyd llamó a los mejores para que lo acompañen en la aventura, así es como la fotografía termina en manos de Dean Cundey, el df de El enigma de otro mundo (The Thing, 1982), Jurassic Park (1993) y un centenar de película más y la dirección de arte en las de William Sandell, el de Robocop (1987) y El vengador del futuro (Total Recall, 1990) para poner un poco las cosas en perspectiva.

Aykroyd, sin haber dirigido ni una obra de teatro para un acto escolar, decidió “descansar” en el equipo técnico, dándoles carta blanca para que hicieran lo que quisieran.

Y caramba que hicieron lo que quisieron.

Muchas veces hablé de que una película es una sumatoria del trabajo de muchas personas que, como si fueran parte de una orquesta, tienen que tocar su parte sin estridencias, de modo que ese todo que están tocando sea algo con cohesión.

Bueno, no pasó en Nada más que problemas, una pieza de música de cámara donde todos tenían los instrumentos, citando a Spinal Tap, “en once.”

Si lo tuviera que poner en términos bien mundanos, podríamos decir que el equipo técnico, envalentonado por un Aykroyd que decía a todo que sí, era como esos nenes que corren por los restaurantes sin control de sus padres.

Para cuando Aykroyd se dio cuenta que estaba en un problema, la película ya estaba prácticamente filmada.

Pasados de presupuesto en cinco millón dólar, entregaron el “corte del director” a los ejecutivos de Warner a los que les pareció un horror y pidieron cortes, sobre todo en la violencia tratando de llegar a una calificación “solo apta para mayores de 13 años” y salvar la ropa.

Nada más que problemas era, de todas maneras, solo uno de sus problemas ese año: también le habían dado luz verde a La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities, 1990) dirigida por Brian De Palma en, quizás, su última película más o menos grande para un estudio. Pero no nos desviemos. Todavía.

Los cambios que pidió el estudio se pidieron y esa comedia negra hiperviolenta terminó siendo un enorme meh con algunos de los mejores elementos escenográficos y efectos prácticos que se hayan visto en la historia del cine.

Para el momento del estreno para los que habían trabajado, ni Aykroyd ni los actores fueron. Solo los del equipo técnico, que estaban fascinados con lo “en once” que estaban sus instrumentos.

Tuvo un estreno amplio, a la altura de una película con semejante elenco: fue a 1600 pantallas y recaudó poco más que cuatro millón dólar el primer fin de semana.

Pero esperá que hay un consuelo: La hoguera de las vanidades, con un presupuesto similar, recaudó más o menos lo mismo.

Aykroyd jamás volvió a dirigir y quizás hoy lo tengas más como “el loco que habla de OVNIS” que como el increíble actor de comedia que alguna vez fue.

No muchos años después, aparecieron los test screenings y los focus groups y los finales cambiados porque los fans dijeron no sé qué no sé dónde.

Quizás sea el momento de revalorizar a Nada más que problemas y entenderla como lo que fue y sigue siendo: un exceso que pasa una sola vez en la vida.

Fah, no se puede creer: treinta años de Nevermind (?)

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