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178 – Una novedad y un enorme complot improbable

Publicado el 15 de junio de 2023

La historia de hoy es realmente improbable, es más bien una botella tirada al mar con la esperanza de que alguien la encuentre algún día.

“Por si se cae el avión”

Entre otras cosas, pero sí. Y para contarla, vamos a tener que meternos en una forma clásica de explotación fílmica, en cierto orgullo catastral y, finalmente, en un complot del que nadie tiene pruebas, pero tampoco dudas.

Pero como viste que me gusta mantener el suspenso, vamos a ir por partes, y empezar por el principio.

“A vos sí que te gusta hacerme sufrir”

Vamos con esa sublingual, que nos espera un camino lleno de emociones.

Un camino que, como no podía ser de otra manera, empieza con la historia de un señor que murió hace poco menos de tres años llamado John Carl Buechler, a quien llamaremos cariñosamente Juan Carlos.

Buechler, que quizás no te suene de nada, era encargado de maquillaje y efectos especiales y no tuvo precisamente un carretón. O sí, dependiendo de cómo pienses vos de determinado tipo de cine.

Ah, viste: te hice sentir mal. Soy bueno en eso. Volvamos—

Buechler, si solo vamos a nombrar los éxitos, fue un nombre fuerte en el mundo de los efectos especiales: fue el responsable de crear maquillajes, criaturas, animarlas y varias delicias más para buena parte del cine de horror más fantasioso de los años ochenta.

Entre las películas que cuenta en su extenso resumé hay títulos inolvidables como Re-Animator (1985) y Re-Sonator (From Beyond, 1986) de Stuart Gordon, y no tanto como Ghoulies (1984) de Luca Bercovici o Basuritas: la película (The Garbage Pail Kids Movie, 1987) de Rod Amateau.

Y, no es para menos el dato, inventó y dirigió la primera Troll (1986) además de séptima en la saga de Martes 13Martes 13 7a parte: la nueva sangre (Friday the 13th Part VII: The New Blood, 1988), entre varias otras que quizás mejor no recordar.

En el último tiempo, colaboró en los efectos de películas quizás más cercanas a nuestro amor como puede ser la primera Hatchet (2006).

Pero, como te podrás imaginar, nos vamos a tener que correr de la luz, e ir a principios de los años ochenta, donde Buechler era un joven lleno de ganas de trabajar y agarraba cualquier trabajo que se le ofrecía.

Tanto, que decidió irse hasta la otra punta del continente americano en busca de un trabajo con un empleador con el que muchos grandes nombres habían empezado carreras que luego fueron muy promisorias.

¿Hace falta que lo nombre? Bueno, Roger Corman. Ahí tenés.

Corman, para principios de los años ochenta, había trabado con su flamante productor Concord (la que había abierto después de irse de New World) un contrato con —atentos al orgullo catastral— Aries Cinematográfica, la responsable de enorme parte del cine de entretenimiento —y contadas y geniales veces no tanto— en nuestro país a cargo de Héctor Olivera.

No era la primera vez que Corman filmaba lejos de su casa para ahorrarse el mango: venía del “período filipino” donde el país, a cargo del dictador Ferdinand Marcos, veía con buenos ojos que los yanquis fueran a filmar porque “acá no pasaba nada”

Acá quizás haya que meter un poco de historia del cine, pero: es Corman el que convence, años antes, a Francis Ford Coppola de que le convenía ir a filmar Apocalipsis Now (Apocalypse Now, 1979) a Filipinas. Basta con ver el documental de su esposa Eleanor Coppola, Fax Bahr y George Hickenlooper Hearts of Darkness (1991) para ver lo bien que salió eso, pero quizás debamos ocuparnos otro día. El punto es que—

A diferencia de Filipinas, en Argentina había buenos técnicos y una dictadura que estaba dando las hurras, con una democracia con la que Alfonsín pretendía dar de comer, curar y educar.

Pero seguramente a Corman poco le importaban los componentes sociopolíticos de todo esto: él quería ahorrarse el mango. Había buenos escenarios naturales y —por entonces— buenos estudios de filmación. No tardaron el filmar contrato por cuatro películas que finalmente terminaron siendo nueve y se filmarían a lo largo y ancho del país y, sobre todo, en los Estudios Baires en zona norte de la provincia de Buenos Aires.

El resultado fueron nueve films a los largo de los años que resultaron más divertidos que buenos —pero como siempre: quiénes somos nosotros para juzgar— donde pueden verse muchos actores locales que sabían hablar en inglés haciendo papeles medianos y chicos y se pueden reconocer atracciones locales.

Los títulos, por si andás con ganas de investigar más fueron: El cazador de la muerte (Deathstalker, 1983) de James Sbardellati, The Warrior and the Sorceress (1984) de John C. Broderick, El mago del reino perdido (Wizards of the Lost Kingdom, 1985) de Héctor Olivera, Reina salvaje (Barbarian Queen, 1985), La muerte blanca (Cocaine Wars 1985) ambas de Héctor Olivera, Amazonas (Amazons, 1986) de Alejandro Sessa, El cazador de la muerte II (Deathstalker II, 1987) del inclasificable Jim Wynorski, y la seguidilla de títulos de Olivera como Matar es morir un poco (Two to Tango, 1989) y Negra medianoche (Play Murder for Me, 1990) con guión de José Pablo Feinmann.

Mírá lo que es el cine.

No vamos a profundizar sobre la comedia de enredos que fue el rodaje de estas películas en suelo argentino, porque mucho ha escrito el recordado Diego Curubeto en su Babilonia gaucha y el querido Adrían Fevrier —muy recomendable su newsletter Cinematófilos, dicho se sea de paso, te podés suscribir acá— que escribió un libro muy interesante llamado Hollywood en Don Torcuato – Las aventuras de Roger Corman y Héctor Olivera que hasta te podés descargar acá. Todo esto mientras esperamos que el INCAA se decida a hacer caminar la carpeta del querido José Tripodero, que ya tiene filmado un documental sobre el tema con todo hablando, pero bueh.

Y además de todo esto, porque lo que nos importa es otra cosa. Lo que nos importa es que para el momento donde Corman decide bajar a la Argentina un muy joven John Carl Buechler fue de la partida.

Y acá, justamente acá, es donde tenemos que hacer otro desvío.

“Será posible”

Pero te juro que ayuda a la narrativa.

Porque te nombré a Aries y, si bien merecen una entrega —o varias, para qué mentir— para ellos solos, habría que explicar dónde estaban parados en este momento de la historia.

Aries venía, después de los años de la dictadura, empezando a cambiar el perfil de su producto más exitoso: las películas de Olmedo y Porcel.

Los films anteriores del dúo se paseaban sobre una fina cornisa donde mostraban “lo máximo permitido” por las autoridades de la censura local, y llenaban los cines muchas veces más con la promesa de ver algo que después no se veía tanto que otra cosa.

Los vientos políticos estaban cambiando y la idea —ya algo remanida— de la commedia all’italiana adaptada al gusto local tenía más olor a cajón que a fruta.

El dúo sería siendo convocante y Aries tenía una idea para cambiar el curso de su nave insignia: que las películas de Jorge y Alberto fueran, a contramano de los tiempos, aptas para todo público.

Es ahí cuando los hermanos Sofovich —juntos y por separado— dejan un poco de ser los directores elegidos para estos proyectos y “nuestro Roger Corman” —con toda la distancia del caso, claro— Enrique Carreras agarra la posta.

El primer proyecto iba a ser una exploitation local de un título internacional que rompía absolutamente todo lo conocido anteriormente: E.T. El extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) de Steven Spielberg llamada, por si hiciera falta aclararlo, Los extraterrestres (1983).

Sí, Aries ya había coqueteado con la obra de Spielberg pero solo desde el título con Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo (1978) de Hugo Moser, pero acá iban a ir un poco más allá del juego de palabras.

Sí, la cinefilia es hermosa, ni lo digas.

Porque al igual que “la E.T. italiana” o “la E.T. turca” o hasta “la E.T. porno brasilera” Aries quería tener su propia E.T. y puso su mayor esfuerzo para que eso sucediera.

Nuestro E.T. iba a ser Monguito y de eso, justamente de eso, es que te vengo a hablar.

Porque detrás de Monguito hay una gran historia de dimes, diretes y conspiraciones.

¿Estás listx?

“Pero sí, carajo”

La cosa, como siempre, empieza con un tweet de hace un par de años:

La cosa me quedó en la cabeza, pero nunca la profundicé. Cuando la sed de conocimiento era tal que no podía conciliar el sueño (?) lo llamé a Axelito y le pregunté qué sabía.

Lo cierto es que ninguno de los dos sabía mucho, pero las fechas eran absolutamente coincidentes. Fuimos a revisar los títulos de Los extraterrestres y nos encontramos con esto:

Lo cual no ayudaría mucho a dilucidar nada. Una memoria un poco afilada (o una simple búsqueda en IMDb, si es por eso) nos iba a devolver un dato bien concreto: encargadas de maquillaje y peinado de la mayoría de las películas de Aries. Y, como te podrás imaginar, de matarle el brillo a Olmedo a construir a Monguito, bueno, hay un abismo de distancia.

O no, pero bueh, no me arruines la narrativa.

Las fechas coinciden: Buechler estaba en territorio argentino en el momento donde Aries lo tenía a) contratado y b) ya soñaba con llevar a Monguito a la pantalla.

¿Es nuestro E.T. producto de la mente que creó a Troll, a los Ghoulies y que hizo los efectos de Re-Animator y Re-Sonator?

Bueno, parece haber una clave más. Porque el muñeco de Monguito, si bien no está acreditado en títulos —un misterio a la altura de si Oscar Demelli era o no la Momia de Titanes en el Ring: se me acaba de caer la liberta de enrolamiento— tiene un “padre” de nombre Alejandro Chionetti.

Durante años se atribuyó a Chionetti la paternidad de la criatura, pero quizás, en términos de currícula educativa, estaba más cerca de ser un tutor o encargado.

La cosa es más o menos así, o por lo menos se supone.

“Muy poco serio esto”

Te vas con un misterio sin resolver que te va a dejar sin dormir, de qué hablás.

“Muy cierto también”

Volviendo—

La cosa es más o menos así, o por lo menos se supone:

Cuando Corman estaba, vía Concorde y Aries filmando en los estudios Baires una de las nueve películas que se filmaron en el país, más específicamente El cazador de la muerte, tenía de especialista de efectos especiales a John Carl Buechler.

Buechler, a su vez, tenía de asistente a Chionetti. Los encargados de la productora local contactaron a Buechler con el proyecto quien, a pesar de estar ocupado con la película de Corman, se puso a idear como sería “una especie de E.T.” con cierto appeal local.

Los bocetos de quien luego en rodaje sería bautizado como Monguito fueron hechos en un tiempo casi tan récord como el guión de la película.

Acá podríamos darle en beneficio de la duda a Buechler y preguntarnos si tan solo bosquejó en una servilleta y los de Aries le dijeron “Messivre” y salieron corriendo o si, efectivamente, eso que terminamos viendo en la gran pantalla fue su visión.

Por cuestiones de agenda, Buechler abandonó el país al terminar con los rodajes de Concorde y nunca más volvió, quizás por miedo, nidea.

La construcción del concepto de Buechler quedó en manos de Chionetti, que terminó dando dimensionalidad a la creación del yanqui.

¿Qué pruebas hay de todo esto? Bueno, ninguna. Pero si la gente anda creyendo que la Tierra es plana, la verdad que esto te lo podrías tomar como una verdad casi irrefutable.

Buechler dejó esta dimensión en marzo de 2019, quizás sin saber lo que había hecho. Diría impune, pero la verdad que hay crímenes más graves.

Nos vemos a la vuelta de mis (merecidas) vacaciones.

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