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177 – Un poco de cine sueco

Publicado el 8 de junio de 2023

Sí, quizás el título desoriente un poco. Porque si decimos “cine sueco” casi automáticamente la mente nos lleva a pensar en dos o tres nombres, pero en uno muy específico Ingmar Bergman.

Supongo que es una cosa mundial, pero viniendo de Argentina aún más, porque claro: nosotros “inventamos” a Bergman.

“Cómo cómo cómo”

En realidad no, ni en pedo, ni de casualidad. Pero nos gusta pensar que sí.

Hay algo de todo eso que tiene un viso de realidad, y es que durante ese momento de cierta ebullición cultural universitaria de los años sesenta, en la ciudad de Buenos Aires, buena parte de la llamada “inteligencia” —porque siempre hubo una— jugaba a ser europea por un rato. Esto incluía ir a ver las películas de esos países en los que, creían, vivían.

El golpe de Onganía de 1966 se llevó puesta toda esa fantasía, pero hasta unos minutos antes de que fuera depuesto Illia, los cines de la calle Corrientes —especialmente el Lorraine, pero también el Losuar, Lorena y Loire, en el demonizado circuito de “los cines de la L”— pasaban cine de los países europeos más recónditos con gran éxito.

No hacían más que —en muchos casos— reestrenar películas que no habían andado del todo bien en su carrera comercial y que, a la luz de este nuevo interés sobre analizado, universitario y —si sis quiere, usando bien el término— snob se habían convertido en un éxito con colas para entrar a casi todas las funciones.

Las películas de Bergman, pero especialmente Un verano con Mónica (Sommaren med Monika, 1953) eran una de las atracciones principales y, si bien en otros países del mundo —además de festivales internaciones— se habían hecho eco del cine del sueco, quizás ese nivel de “popularidad” no era tan visto.

Así que sí, “inventamos” a Bergman.

“Pero no venís a hablar de Bergman”

No, claro que no: pero me tenía que sacar eso de la garganta.

“Sos muy valiente”

Gracias, lo sé. Hoy vengo a hablar de cine sueco pero—

“Pero no de ese cine sueco”

Bueno, claro, pero voy a tener que hablar un poco, como para que se entienda.

“Estoy”

Gracias. Quizás deberíamos empezar —con el orgullo catastral ya dejado de lado— hablando de cómo ese cine fue conquistando al mundo.

“Estoy”

Gracias nuevamente. Si bien había habido pioneros y experimentalistas desde los comienzos del cine, el cine sueco comienza con la fundación de una empresa de producción de películas en 1907. La compañía se llamó Svensk Biographteatern y en 1919 se pasó a llamar Svensk Filmindustri y, si bien puede sonar raro si lo comparamos con otras historias del cine, la productora tuvo el monopolio de la realización fílmica en el país nórdico por varias décadas.

Tantas, que las películas de Bergman son de Svensk Filmindustri, pero nos adelantemos, porque todavía estamos en el cine mudo.

Acá aparecen los primeros nombres que quizás recordemos como el de Charles Magnusson, que propuso algo que se le iba a reconocer como un mérito a los italianos varias décadas después: filmar en locación.

Magnusson estaba convencido de que usar los escenarios naturales suecos les agradaba “valor” a las películas que ellos podían producir sin un costo mayor.

Sí, el concepto de production value pero mucho mucho antes.

Magnusson no estaba solo en la jodita, junto a él había nombres como Victor Sjostrom y Mauritz Stiller, pioneros del cine mudo en la zona.

Claro que llegó la Primera Guerra y Sjostrom y Stiller se fueron a Estados Unidos —hasta en eso se los ve pioneros— y la cosa medio que se apagó hasta la posguerra o, bueno, no tanto. Hasta la Segunda Guerra.

Porque acá es cuando la neutralidad de Suecia durante este período tan agitado de las décadas del treinta y cuarenta le jugó a favor: siguieron haciendo películas a pesar de todo y lograron poner al país —finalmente— en el escenario mundial.

Esto fue con el regreso de Sjostrom desde Estados Unidos que, con ideas “de allá” toma el control de Svensk Filmindustri y se da cuenta que el camino es por el lado de la cosa experimental.

“Y ahí nació el prestigio”

Casi casi que sí, porque el cine sueco se da cuenta que la cosa no es para afuera sino para adentro.

“No entendí”

Que la psique era más importante que la acción, si se quiere, para los fines que estaban persiguiendo. Ahí es cuando se filma una película fundamental que es Un solo verano de felicidad (Hon dansade en sommar, 1951) de Arne Mattsson.

“Y ahí nació el prestigio”

Ahí sí, segurísimo.

A Mattsson le siguió Bergman al poco tiempo y una loca generación de los años sesenta que —como pasa siempre en todas las historias del cine del mundo— se reveló contra los ideales de los anteriores y querían hacer algo “más nouvelle vague” y bueno, aparecieron cosas bastante increíbles como el cine de Vilgot Sjoman con Soy curiosa: amarillo (Jag är nyfiken – En film i gult, 1967) y Soy curiosa: azul (Jag är nyfiken – En film i blått, 1968).

Con períodos de mayor a menor éxito —sobre todo en festivales y otros lugares que se dedicaban y dedican a “tirar postas”— el cine sueco se mantuvo a fuerza de películas de Bergman y alguna que otra chispa por ahí. Hasta 1982, donde Bergman se retira del cine para pasar a hacer televisión.

Sí, podemos hablar de esto mil años, será en otro momento.

Porque acá acá es cuando sucede algo extraño si comparamos la historia de cine sueco con el de otras partes del mundo, porque toman la posta las mujeres. Y aparecen nombres como Suzanne Osten o Agneta Fagerstrom-Olsson que, si bien venían filmando desde los años setenta, se pusieron medio a la cabeza post Bergman, cuestionando temas de raza, religión y, sobre todo, género.

Pero no nos desviemos, que lo que venimos a contar es un poco antes de que Bergman se retirara, incluso.

Porque hay algo que no dije y que es importante: del mismo modo que Suecia fue neutral durante la Segunda Guerra, tenía una política bastante laxa con respecto a ciertos temas, siendo uno de ellos la sexualidad.

No es misterio que para cuando Estados Unidos se debatía sobre si porno sí o porno no, Suecia ya tenía armada una industria de cine condicionado y varios perks más.

¿A dónde quiero ir con esto?

“Eso”

Bueno, ahí viene: porque así como tenía una industria que descollaba en festivales y salas de arte y ensayo de todo el mundo, los suecos tenían una industria exploitation que no tenía nada que envidiarle a cualquier otro país de Europa de ese momento.

“¿Más que los tanos?”

No, bueno, paremos un poco. No más. Nunca más que los tanos, pero “nada que envidiarle” sería una linda explicación.

La película nació por la ambición de un hombre llamado Bo Arne Vibenius que solo quería hacer “la película más comercial de todos los tiempos” y, si leíste más de un par de estos envíos, sabrás que eso siempre termina con una linda historia.

La motivación de Vibenius era bien terrenal: venía de perder mucha guita con proyectos fílmicos anteriores y con esta se tenía que volver a “parar”.

La película era, claro, Thriller: A Cruel Picture (Thriller – En grym film, 1973), también conocida como They Call Her One Eye (¿top 5 de mejores títulos exploitation de la historia?), The Swedish Vice-Girl y el nada deconstruido Hooker’s Revenge.

Para lxs que mueren si no hay sinopsis: una chica es secuestrada por una red de trata, pierde un ojo en medio de una situación horrible —más—, busca venganza con armas y karate.

No es menor señalar que todo esto le pasa a Christina Lindberg, quizás la chica de acción y venganza más fundacional de todos los tiempos. Sí, ya existía la damisela en apuros del Hollywood clásico, pero Lindberg es otra liga.

Lindberg estuvo, hace algunos años, presentando la película en el último Bafici pre pandemia, si la memoria no me falla.

Lindberg contó que tenía un seguro de vida enorme sacado a su nombre, porque las balas que tiraba eran de verdad y muchas de las escenas tremendamente riesgosas que tiene la película fueron hechas por ella misma.

Un riesgo que quizás no quiso tomar Vibenius, que produjo y dirigió, pero hizo esto último con el alias de Alex Fridolinski.

Para el momento del estreno, y como pasó hasta con películas locales para su venta en el exterior —el caso de Juegos de verano (1969) de Juan Antonio Serna con Linda Peretz y el recientemente desencarnado Alberto Mazzini y que casualmente es la traducción de Juventud divino tesoro (Sommarlek, 1951) de Bergman para su estreno en algunos países, qué linda que es la cinefilia— Vibenius le metió escenas porno que nada tenían que ver con la película para ver si le podía meter un poco más de tuco a las ventas.

Las escenas, claro, no eran con los actores sino con un dúo muy curioso llamado “Romeo y Julieta” que recorrían el país en una van dando shows porno por los pueblos, por extraño que eso suene.

Lo cierto es que todo este sueño de libertad iba a llegar a su fin cuando la película fue presentada a calificar: empezó durando 107 minutos y terminó en 82 con todos los cortes que se le pidieron para su estreno comercial.

Pero esto no detuvo a Vibenius, el hombre que quería soñar (?): la vendió como la primera película prohibida en la historia de Suecia, algo que tampoco era muy cierto porque había un caso en la década del 10, pero quién estaba contándole las costillas, ¿no?

Las versiones internacionales variaron en su duración, dependiendo de qué tan férreas hayan sido las leyes de los países en los que la película se dignó a estrenarse.

Vibenius iba a seguir dándonos alegrías, porque para el momento de la edición íntegra de la película en DVD a cargo de Synapse Films, metió abogados para evitar que la película salga a la luz. No tuvo suerte. Thriller: A Cruel Picture se puede ver en toda su duración ¿y gloria? desde la edición en DVD hace muchos, pero muchos años.

“¿Y por qué es tan importante?”

¿Además de entretenida, decís? Bueno, porque sin Thriller: A Cruel Picture buena parte del cine de venganza que conocemos hoy en día no existiría. De hecho, películas como I Spit on Your Grave (1978) son posteriores. Sí, Pánico a medianoche (Last House on the Left, 1972) es de un año antes, pero estando tan cerca y siendo la película de Craven una con una distribución tan errática, quizás sea una de esas serendipias tipo Russ Meyer y Armando Bó más que una influencia real.

Dos cosas son claras. Uno: sin el personaje de Chisrtina Lindberg, probablemente el de Elle Driver en Kill Bill: La venganza Vol 1 (Kill Bill – Vol 1, 2003) no hubiera tenido esa fisonomía. Y dos: Thriller: A Cruel Picture es una película que, una vez que la viste, difícilmente puedas desver.

Todo esto y mucho más está contado en el delicioso Swedish Sensationsfilms: A Clandestine History of Sex, Thrillers, and Kicker Cinema de Daniel Ekeroth, publicado por los genios de Bazillion Points, una editorial a la que se le podría comprar ciegamente todo lo que saca, por si andás con ganas de seguir leyendo.

Pero no estoy acá para recomendarte libros, sí para cerrar este envío que se hizo eterno.

Así que, resumiendo: Bergman y Onganía, el cine europeo de países “no hegemónicos”, Suecia y su permisividad, cine de venganza y Bafici. ¿Viste qué difícil que es el exploitation a veces? Contáselo a tus amigxs la próxima vez que te quieran explicar lo que se estrenó en Un Certain Regard este año.

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