Ante todo: no, no será esta una entrega donde hablemos de lo mal que estamos, solo comentando. Si, quizás lleguemos ahí, pero como consecuencia de un viaje un poco más largo.
Debería hacer un disclaimer como cada vez que hablo de esto: la crítica bien ejercida es una maravilla. Pero para ejercerla bien no basta con tener buen gusto, o ver muchas películas: hay que estudiar para ser crítico.
En los últimos tiempos, dominados por “vi bocha de pelis y esta garpa” —más de eso más tarde, por supuesto— es difícil que alguien se siente a leer crítica bien ejercida. Y esto es, también, porque es un asset más bien escaso.
“¿Y qué tiene que ver esto con lo otro?”—
— te preguntarás. Muy bien. Porque “la película reciente que capaz se nos escapó del radar” de este mes es El crítico (2022) de Javier Morales Pérez y Juan Zavala, un documental sobre el ¿histórico? ¿amado? ¿adiado? ¿repulsivo? crítico español Carlos Boyero.

Quizás lo primero sea contar quién era —bueno, o es— Carlos Boyero.
Boyero fue, durante muchos años, el rey de la crítica de cine en España. Decir que era un personaje temido sería, claramente, bajarle el precio.
Había empezado en los años setenta en una publicación muy popular entre los ávidos a ver películas —sobre todo después de la caída del franquismo— que era La guía del ocio, donde otros grandes nombres —entre ellos Fernando Trueba, cuando ejercía la crítica antes de empezar a dirigir, en una movida absolutamente Cahiers, si le querés agregar romanticismo— hacían lo suyo viendo y diciendo qué les parecía.
Claro que Boyero era un rara avis en ese grupo, porque su interés no era hacer películas —como pasó con gran parte de los que estaban en esas páginas con él— sino hablar de ellas. Comentarlas y, sobre todo, dar su opinión.
Una opinión que muchas veces —por no decir todas— era un tanto extrema y ponzoñosa.
¿Esto quiere decir que a Boyero no le gustaba ninguna película? No, por supuesto que no. Pero sí que era difícil que le gustaran muchas.
¿Es esto algo necesariamente malo? Bueno, de eso vamos a tener que hablar más largo.
Porque, como boceté antes, la crítica bien ejercida puede ser un complemento a la obra audiovisual que acabamos de ver. Una relectura, si se quiere —no una última escritura como quieren hacerla ver lxs que quieren que sea más de lo que es: eso es el montaje, muchachxs— de eso que vimos, nos emocionó y no sabemos qué hacer con todos esos feels.
Lo de Boyero, digamos todo, era distinto. Y quizás ahí radique el odio de los muchos que lo detestan y el aprecio de los pocos que lo quieren: instaló una noción perversa que se extendió a lo largo de los años y los continentes: la crítica del yo.
Y acá nos vamos a detener un momento más, porque primero no tenés la obligación de saber qué es “la crítica del yo” (lo acabo de inventar, pero me lo vas a entender en un momento) y es bueno que lo sepas para poder manejarte mejor en la vida (?)
“¿Para tanto?”
Por supuesto que no. Decía—
“La crítica del yo”, quizás practicada con cierta gracia por Boyero, fue la manzana podrida de una crítica que, hasta ese momento, tenías sus altibajos, pero trataba de hacer su trabajo lo mejor que podía.
A partir de que se empezó a ver cómo válido que el crítico —no la tarea crítica— estuviera por delante de la película, es que las cosas empezaron a ir barranca abajo.
Si bien en España el fenómeno empezó en los años ochenta, acá empezó a verse más a principios de los noventa con la aparición de “esa revista de crítica que no será nombrada”
O sí, pero bueno.
O no, no sé. Pero igual es medio obvio. Pista para los más jóvenes: la única revista de cine cuya enorme mayoría de la redacción se convirtió en tuiteros un poquito fascistas.
“La crítica del yo” era un ejercicio similar a un drama de nuestros días que es “la literatura del yo”. Te puede gustar, entiendo, ver cómo alguien quiere tomar el ascensor y estaba en otro piso como te pasa a vos todos los días, pero en este caso en una novela publicada, pero poco hace a la narrativa, por más linda que esté contada la peripecia. No es más que eso: una peripecia. Una versión literaria de esos que creen que esos videos familiares son tan importantes que hay que hacerles una película. Eso sería “el Bafici del yo”, pero no me quiero desviar. Bueh, ya lo hice. Igualmente—
“La crítica del yo” hizo que las generaciones posteriores hicieran un cierto culto de la personalidad, de enterarse si el crítico que había ido a cubrir Cannes se tenía que tomar un Dramamine porque sufría mucho los aviones o con quienes se había cruzado por la calle (nunca directores, siempre otros críticos como ellos) mucho más que de las películas que se habían pasado.
Boyero, es justo decirlo, lo hacía con gracia. Los que nos tocaron por padrón, bueno, basta con leerles el Twitter y exclamar “Yo dije que era un boludo en el 95”
Pero para qué colgarme esa cucarda si estoy hablando de otra cosa. Y no tanto.
La película, porque de eso estoy hablando en el fondo ¿o no? tiene un aire melancólico de “eso que se fue y no va a volver” que la hace una pieza extraña.
Por un lado es interesante la figura de Boyero (documentada en este caso yendo a cubrir “por última vez” el festival de San Sebastián) harto de todo y hasta de sí mismo, impertérrito ante los cambios culturales (quizás su visión de la mujer y el cine sea un poco incómoda de escuchar) y hasta tecnológicos (no usa celular y necesita que le impriman los horarios de las funciones), pero, si se quiere “muriendo en la suya”
Y por el otro están las nuevas generaciones, esas que no leyeron ni a Boyero, que hicieron del yo algo con incluso menos sustancia y ya ni la más mínima argumentación, que existen porque existió todo lo otro.
La película tiene testimonios que van desde la admiración hasta el comentario un poco socarrón pero entendidamente cómplice con el sujeto documental. El “coro” lo forman críticos de cine y directores como Fernando Trueba, Alex De la Iglesia y Nacho Vigalondo, por nombrar solo algunos.
Pero, al margen de lo que opinemos de la obra de Boyero, de su influencia, del bien o mal que le haya hecho a industria del cine, quizás lo más interesante que tiene el documental (que no es más que testimonio e insert, pero quién soy yo para señalar eso como algo malo) es dejar esta cápsula del tiempo del momento donde la crítica cinematográfica más o menos bien hecha (o hecha con rigor, al margen de que estemos de acuerdo con ella o no) es un bien tan escaso como otros oficios que fueron muriendo con el paso del tiempo.
A diferencia de, no sé, un deshollinador, la crítica podría seguir existiendo si los diarios no hubieran casi matado su ejercicio, si las revistas siguieran existiendo con la asiduidad que existían y si a alguien le interesara —quizás esto último siendo lo más crucial— seguir ejerciéndola.
En la película se habla de Boyero como un personaje de film noir. Quizás la metáfora le calce a la perfección. La gran pregunta sería ¿hay alguien ahí que quiera ser Philip Marlowe, o están todos en Tiktok?
Solo el tiempo lo dirá.