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169 – ¿Y estos kaijus?

Publicado el 13 de abril de 2023

Capaz que el chiste del título no se entendió, así que hago lo peor que se puede hacer con chiste que ya de movida es malo: explicarlo. Era una interpretación libre del meme de Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name, 2017) donde Timoté Chamamé se acerca al ¡caníbal! ¡asesino serial! ¡vendedor de tiempos compartidos! Armie Hammer y—

Bueno, eso. Perdón por tan poco.

“Horrible, pero te podés redimir”

Tengo esa esperanza. La historia de esta semana viene por este lado: muchas veces hablamos de kaijus, de kaiju eigas y demás derivados en estos envíos.

“Películas de monstruos japoneses”

Tu lo has dicho. Pero siempre hablamos de lo esperable: mucho de Toho, un poco —quizás debamos saldar esta deuda— de Daiei y quizás demasiado de Pulgasari, el Godzilla norcoreano, pero nunca nos metimos en aguas internacionales tan profundas como hoy.

Porque, vamos a decirlo, de los kaijus que nos convocan hoy casi nadie habla.

¿Será por vergüenza? ¿Son estos kaijus ese tío que en Navidad se pone a hablar mal de las minorías? ¿Esa abuela que al cuarto vino empieza a hablar bien de Mussolini? Bueno, no precisamente, pero hicieron algo que no hicieron todos los otros y quizás ahí sellaron su certificado de muerte: se atrevieron a ser menos serios que los otros.

Sí, acá podríamos desacralizar el tono poniendo voy de Andy Chango y diciendo “Estás hablando de películas de monstruos gigantes, Lucho” y tendríamos razón, pero muchas veces “los pequeños temas” —esto es, todo aquello que se opone a “los grandes” e impuestos por la “sociedad pensante”— finalmente terminan sin ser explorados como se debería.

“Mi voto hoy”

Falta para las PASO, pero gracias. Decía: estos kaijus son un “pequeño tema” dentro del enorme abanico del kaiju eiga y, como encima vienen de un estudio de larguísima data que se aventuró unas pocas veces viendo que había viento de cola, quedaron medio corridos de la historia oficial.

Y, como quizás vos no seguís estos envíos desde el principio, voy a copypegar acá abajo una cosa que ya dije en ocasión de hablar del “Godzilla italiano” —que no era taaan así— y que explica el género más o menos rápido:

“Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, Japón estaba poco más que en ruinas. Las intervenciones nucleares de los Estados Unidos los habían dejado sin ciudades enteras y con una paranoia feroz.

Existía en la cultura una idea que iba a quedar ahí para siempre: «¿Cuáles son los verdaderos efectos de estas bombas? ¿Qué nos puede pasar?»

Con el empuje de esas paranoias que se podrían considerar «esperables» fue que la ciencia ficción japonesa tuvo su cuarto de hora de gloria. Tomando estos miedos como «nafta súper» de sus ideas, lograron crecer a límites insospechados.

Notá que el «crecer» no es caprichoso. Gran parte de lo que se fantaseaba tenía que ver justamente con eso: la noción de la mutación, el gigantismo y el crecimiento a tamaños monstruosos para bien o para mal.

Casi un Gulliver pero desde el punto de vista de los pequeños, el scifi nipón habló de esos crecimientos exponenciales empezando con Godzilla y siguiendo con sus múltiples héroes: Ultraman, Ultra-7, Astroboy, etcétera.

Godzilla dio lugar a los kaiju eigas, o «películas de monstruos gigantes» que llegan incluso hasta nuestros días, en sus versiones de país de origen y reversiones yanquis, con el reinado de dos criaturas principales y antagónicas: Godzilla, como producto principal de los estudios Toho (quizás el «Boca» de todo esto) y Gamera, la tortuga gigante, como representante del «River» en esta dualidad de equipos, de los estudios Daiei.”

Eso sería todo a grandes rasgos.

“Vago, planero”

No, justamente, porque lo hice ahí fue la historía oficial. Sin nombrar nunca a los Gappa ni a Nikkatsu.

“A quiénes”

Bueno, abróchate ese cinturón. Empecemos por Nikkatsu, que de por sí tiene una historia hermosa.

Nikkatsu, o la Nikkatsu Corporation, es un holding de medios que tiene ya ciento diez años de historia, dedicándose a la producción de películas y programas para televisión que sucede es, además, la más vieja del país.

“Ciento diez años”

Le ganó al Magiclick.

A diferencia de otro gigante como podría ser Toho, a quien le podríamos señalar más fácilmente a qué se dedica, poniendo en dedo en dos o tres géneros bien marcados, Nikkatsu hizo de todo, y cuando digo de todo es de todo.

“Es de los que nos gustan a nosotros”

¿Los estás llamando oportunistas? Bueno, puede ser. Quizás debamos ser un poco más cautxs y llamarlos populares, sin que esto sea peyorativo, porque escribiendo de cine hay que aclararlo porque está lleno de boludos. Decía—

Nikkatsu iba para donde soplaba el viento, teniendo una muy buena lectura del pulso popular. Quizás lo más representativo de su producción se haya dado durante los años setenta y ochenta, donde produjeron a destajo miles de pinku eigas —traducido rápido, pero quizás haya que meternos a fondo en otro momento “cine rosa”— que no eran otra cosa que películas eróticas extrañísimas que resultaron muy populares.

¿Querés una lista? Claro que querés una lista: Night of the Felines (Mesunekotachi no yoru, 1972) de Nobotu Tanaka, Lovers Are Wet (Koibito-tachi wa nureta, 1973) de Tatsumi Kumashiro, Black Rose Ascension (Kurobara shôten, 1975) también de Kumashiro o Assault! Jack the Ripper (Bôkô Kirisaki Jakku, 1976) de Yasuharu Hasebe, por tirarte unos títulos y hacerte feliz (?)

¿Estás contentx? Igualmente, seguramente hablemos de la películas rosas y azules y todo el entuerto japonés con lo erótico otro día porque es un tema hermoso. Si no estás para prender el Emule y buscarlas, hacete el favor de por lo menos googlear los afiches. El punto, igual era—

“El punto, por el amor de Jehová”

Que Nikkatsu, con la billetera gorda, vio lo que los demás estaban haciendo mientras ellos estaban haciendo pinku eigas y dijo “Eso yo también lo puedo hacer” y ahí, justamente ahí, fue cuando aparecieron menos de media docena de ideas de monstruos.

¿Querés la lista? Claro que querés la lista: Gigant, Arkitius, Momonra, Reigon y, por supuesto los Gappa.

¿Por qué recordamos a los Gappa? Bueno, porque de todas ideas fueron los únicos que llegaron a un a película. Una película que se llamó Gappa: The Triphibian Monster (Daikyojū Gappa, 1967), estaba dirigida por Hiroshi Noguchi y que casi casi casi que funde al estudio que para ese momento tenía como cincuenta años de los ciento diez que te dije antes.

Noguchi, quizás no haga falta aclararlo, venía de la cantera de directores de pinku eigas de Nikkatsu y poco o nada tenía que ver con el mundo de los kaijus. De hecho, en su filmografía de más de cincuenta películas, la única de características más o menos parecidas es esta.

Pero y acá viene el pero más grande, los efectos visuales —por cierto fantásticos, incluso comparados con los de Toho— no eran de otro que Akira Watanabe, ex empleado del gigante del kaiju y responsable de la creación de los monstruos y efectos visuales de películas como Godzilla (1954), Rodan (1956), Varan (1958), Mothra (1961), Ghidorah, the Three-Headed Monster (1964) y decenas más.

Así que nos apresuremos a sacar conclusiones, y contemos un poco más, porque Gappa: The Triphibian Monster tenía a los Gappa de protagonistas.

Estos son los Gappa, por si justo nunca te lo habías cruzado. Porque son dos. Un matrimonio, como si dijeras “vienen los Pérez a cenar”, pero para entender esta historia de amor, nos vamos a tener que meter en la película.

Gappa: The Triphibian Monster, rodada y estrenada en 1967, ya para cuando Toho había cosechado kaiju eigas como para hacer dulce contaba una historia que no era que “ya la habíamos visto”, directamente estaba choreada de la línea argumental de Mothra vs. Godzilla (Mosura tai Gojira, 1962) que por si justo te la pasaste solo viendo películas de Apichatpong Weerasethakul —si, también copipegué— te la refresco: unos periodistas llegan a una isla donde apareció una extraña criatura, se la llevan al un zoológico y después mamá y papá Gappa van y rompen todo buscando a la bendi.

Sí, un poquito parecida a la de Honda. También a Gorgo (1961) de Eugène Lourié, pero quiénes somos nosotras para juzgar.

El público le dio la espalda al proyecto que, a pesar de no tener ni mejor ni peor tokusatsu —”efectos visuales prácticos” o “señores vestidos de monstruos pisando maquetas”, igualmente qué culto Calo (?)— que cualquier de Toho, la película incurría en un error garrafal: no tomarse nada muy en serio.

Y eso fue casi tan garrafal como reírse de la propia historia de los japoneses. No nos olvidemos nunca que esos monstruos gigantes existían —y se habían convertido en algo popular, pero sobre todo idiosincrásico— gracias a la historia nuclear de no hacía tanto tiempo. Que los kaijus fueran medio “los más locos del mundo” un poco hacía ruido.

Pero no estamos acá para hacer análisis sociológicos —bueno, o sí, nidea—, quizás sea interesante que, si sos de lxs que anduvieron dándole a los kaijus como rengo a la muleta y no llegaste hasta esta, le des una oportunidad, porque Gappa: The Triphibian Monster es una ventana a un mundo que podría haber sido, si el público no hubiera dicho que no, y convertido el Boca River de Toho y Daiei en un campeonato con más equipos.

No sé, Madiyú.

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