Bueno, acá estamos y con una entrega que tengo ganas de escribir desde que empecé con esto hace ya una punta de años.
El tema es que es un poco tramposa, o no sé: porque es más sobre un actor de televisión que de cine.
“Si ya hiciste la de Bob Crane que medio que lo mismo”
Es verdad, y esta también incluye a Disney. Y orgullo catastral.
“Estúpido y sensual orgullo catastral”
Sabía que podía contar con vos. Para la siguiente historia vamos a necesitar un actor que tuvo su cuarto de hora hace un tiempo, unos productores de televisión con muchas ganas de progresar, un circo y varias cosas más.
“Vas a hablar de Quico, hijo de puta”
No, no. Pero casi. La cosa es más o menos así.
Si yo te digo Guy Williams, dependiendo de la cantidad de canas que peines —y si peinás algo, claro, no te quiero discriminar— seguramente saltes y digas “¡El Zorro!” y tendrías razón. Claro que si incluso no peinás canas, gracias a las ya inexplicables repeticiones que suele tener cada tanto la serie en blanco y negro en nuestra televisión —un running gag de la tele hacer sonar la música del Zorro cuando un programa está en la cuerda floja— quizás también lo conozcas.
Y la relación de Williams con la Argentina no fue solo a base de repeticiones y cheques de Argentores que seguramente nunca llegaron a destino—
“Essssa Calo gordo denuncia”
— sino porque el propio Williams “se aquerenció” con nuestro país, al punto de que terminó dejando esta dimensión en un departamento del barrio de Recoleta en algún momento entre abril y mayo de 1989.
“¿Cómo no está la fecha?”
Bueno, ahí justamente está la gracia. Pero para saber por qué Williams terminó muriendo en Argentina, tenemos que entender quién fue, qué pasó en el medio y varias cosas más.
Armando Joseph Catalano había nacido en Nueva York en 1924. Hijo de un corredor de seguros que quería que su hijo siguiera sus pasos, el joven Armando no tardó en encontrar su pasión en la actuación.
Así fue como empezó en pequeñas obras de teatro de su ciudad sin mayor relevancia, hasta que un “buscador de talentos” lo encontró caminando por la Quinta Avenida.
Hizo trabajos de modelaje para avisos y publicidades y empezó a llamar la atención. Tanto que fue contratado por MGM como parte de esos elencos que se contrataban a finales de los cuarenta para “llenar papeles que fueran necesarios”
Nada fue del todo genial, y tuvo papelitos acá y allá y de ahí pasó, a principios de los años cincuenta a Universal con una suerte medio parecida.
Se lo puede ver, si se presta mucha pero mucha atención, en El día que paralizaron la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951) de Robert Wise, Masacre en el Alamo (The Man from the Alamo, 1953) de Budd Boetticher o incluso I Was a Teenage Werewolf (1957) de Gene Fowler Jr y ¡con Michael Landon!
Sí, algún día deberíamos hablar de ese Muchacho lobo con Charles Ingalls de protagonista, pero hoy estamos hablando de otro astro televisivo.
Williams, viendo que su carrera no iba para ningún lado, decidió ir a los estudios Disney a hacer un casting que, pensaba, iba a tener los mismos magros dividendos de todos los anteriores.
Los de Disney estaban buscando actores para una nueva serie de televisión de el Zorro, y que Williams haya tenido un entrenamiento —por más que fuera muy básico— en esgrima pesó. Tanto, que terminó de protagonista.
La serie fue un éxito entre 1957 y 1959, pero por problemas de negociación de contratos y cosas que pasan cuando aparece “la guita en serio”, finalmente terminó cancelada.
El pillo de Disney compiló capítulos e inventó una película El signo del Zorro (The Sign of Zorro, 1959) que tuvo un éxito marginal en Estados Unidos y total en el resto del mundo.
Quédate con eso último porque te va a venir bien.
Bajado del éxito, la carrera de Williams no siguió como él —o incluso cualquiera— hubiera esperado: los papeles que le ofrecían no lo satisfacían y terminó haciendo algunas pocas películas más: aún otra adaptación de Príncipe y mendigo (The Prince and the Pauper, 1962) de Don Chaffey, una sword and sandal Damon y Pitias ( Il tiranno di Siracusa, 1962) de Curtis Bernhardt y El capitán Simbad (Captain Sindbad, 1963) de Byron Haskin, quizás la mejor del lote.
Volvió a la televisión sin ganas pero por la plata como un Cartwright de poco peso en unos pocos episodios de Bonanza y puso a prueba su carisma contra el robot de Perdidos en el espacio de Irwin Allen casi a finales de los años sesenta.
Y ahí, justamente ahí, empezó la aventura. Williams invirtió su dinero en la bolsa y en una empresa que fabricaba pannetones con gran éxito, pero se ve que el bichito de la fama le picaba, porque cuando recibió una propuesta inverosímil la aceptó.
Hacen su entrada un productor de canal 13 de nombre Carlos Montero.
Montero, encargado de conseguir estrellas internacionales para el canal, viajó a Estados Unidos y tentó a Williams para venir al país a la luz del éxito que —todavía— era la serie en nuestras tierras.
Corría el año 1972 y a Williams no le pareció una mala idea. Cuando llegó a Ezeiza, una multitud lo esperaba haciendo la V de la victoria, gesto que Williams limitó encantado.
Poco sabía el actor que en ese mismo momento estaba llegando Cámpora de reunirse con Perón en España. Para los medios, una multitud es una multitud y fueron para adelante.
Tras su primera visita con éxito, Williams volvió una segunda con el actor que hacía del Sargento García, pero esa es para otro día, porque hasta tiene ribetes policiales.
Lo importante es saber que en la primera venida, Williams conoce a un joven campeón de esgrima llamado Fernando Lúpiz, que pasaría a ser su amigo y socio en lo que iba a venir.
Contratado por una cifra millonaria por un circo que hacía temporada en Mar del Plata, Willams y Lúpiz —como “el Zorro y el hijo”— hicieron temporada a mediados de los años setenta en la feliz con miles y miles de espectadores diarios.
Tal era el éxito que aparecieron unos que le ofrecieron producir una película del Zorro y filmarla en Salta. El por entonces Instituto de Cinematografía consideró de interés especial el proyecto y se dispuso a desembolsar trescientos mil dólares de la época.
Claro que Williams quería el control total y consideraba que necesitaba por lo menos dos millones. Se puso a buscar financiación y, ahí, justamente ahí—
Hace su entrada Palito Ortega, que le propone ayudarlo con el dinero sí y solo sí pone a Carlitos Balá en algún papel.
Williams, con un hubris actoral de la gran siete, lo manda a freír churros al ex gobernador de Tucumán y sigue con su proyecto solo.
Se separa de su mujer y comienza a salir con una joven actriz que conoció en el circo llamada Araceli Lizaso y decide mudarse a la Argentina poco antes de la guerra de Malvinas.
Según testimonios de la propia Lizaso hace no mucho tiempo, Guy estaba tan metido con el tema de la guerra que había tratado de mover influencias para que lo manden al frente de batalla. Cómo saber.
Lo que sí sabemos es que el show de “el Zorro y el hijo” siguió recorriendo el interior, ahora como número independiente del circo al que había pertenecido, y que la cosa, siendo muy pero muy amables, se fue por fade.
Y así fue como Guy Williams, algo olvidado por la fama que en algún momento había tenido, pasó los últimos años de su vida en Argentina, yendo muy cada tanto a la televisión a almorzar con Mirtha Legrand y sacándose fotos en restaurantes que frecuentaba la farándula.
Esto, hasta algún día entre finales de abril y principios de mayo de 1989.
Bueno, quizás haya que contar por qué no se sabe muy bien la fecha de muerte de Williams. Y quizás esto sea un poco truculento, pero—
Quizás el que mejor narró las picarescas del deceso de Williams haya sido el querido Diego Curubeto en su genial Babilonia gaucha: Hollywood en la Argentina, la Argentina en Hollywood hoy descatalogado injustamente.
Lo voy a citar textual porque no me considero capacitado para mejorarlo:
“El olor avanzaba por el pasillo del segundo piso del edificio del departamento ubicado en Ayacucho 1954. No era placentero. Cuando comenzó a volverse insoportable, una vecina constató que emanaba de la casa de aquel señor maduro de aspecto tan jovial y saludable a quien siempre se lo veía provisto de simpática compañía femenina.”
“Una vez dentro, se toparon con un cuadro pesadillesco. Sobre la cama del dormitorio yacía, semidesnudo, un cuerpo en avanzado estado de descomposición. Cuando un cadáver es expuesto durante días a la losa radiante, el resultado es indescriptible.”
Williams murió solo en su casa, se supuso en su momento —y nadie se preocupó mucho por averiguar lo contrario— o de un infarto o de un ataque de presión.
Encontraron su cuerpo varios días después, en el país al que se había mudado, según decía, porque “tenía muchos amigos.”
Sus restos fueron velados por mediación de Luppi en el panteón de la Asociación Argentina de Actores en la Chacarita y a su velorio fueron algunos actores conmovidos. Por pedido del actor en vida, sus restos fueron cremados y esperaron varios meses a que su hijo pasara a buscarlos. Tantos, que finalmente las cenizas fueron enviadas por correo. Si fueron esparcidas “por el mar y la montaña” como era el deseo de Williams, nadie tiene la menor idea.