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158 – Cinefilia y cine argentino, por José Tripodero

Publicado el 26 de enero de 2023

Aquí alguna vez se habló de cinefilia en términos superadores de “me sé la filmografía entera de Pier Paolo Pasolini”, es decir: que la instancia de muchas películas vistas es solo una parte. La cuestión es qué se hace con aquello que se vio: ahí entra a jugar la dialéctica que permite conectar, trazar paralelos, encontrar similitudes, disidencias y hasta hallar algo de oro donde antes solo había barro.

El párrafo anterior es una introducción para focalizar la atención en la cinefilia y el cine argentino. La preocupación por lo local —que a veces acude al llamado en este espacio— radica en la obligación de atender las problemáticas y situaciones de una fracción de la cultura que nutre al país en el que vivimos. Desde la crítica y el periodismo cultural estamos obligados a hacer algo más que subir un posteo celebratorio por una nominación al Oscar de una película argentina. Así como desde este lado del mostrador la formación es pobre, en gran parte de los y las participantes en los medios, también se sufre la precarización, la cual, por supuesto no es una justificación para hechos aberrantes como poner en un titular de que Pablo Trapero dirigió Argentina, 1985 (2022). Ahora bien, ¿qué sucede con los y las directoras? Dejemos esa pregunta suspendida y hablemos primero de una película, la cual juro que tendrá una conexión con todo lo anterior.

Rebobinemos

Como hijo de la generación VHS, aprendí la palabra “rebobinar” antes que cualquier otra. Hoy tiene un uso más simbólico que preciso, ya que no hay bobinas para sustituir ni un carrete para desenrollar y enrollar en otro. A pesar de eso, lo digital sigue flotando  en un limbo y son varios los aspectos en lo que sucede esto. Desde el más macro, la posibilidad de acceder a casi todos los títulos produce un efecto abrumador, porque el exceso, al parecer, nos deja vacíos. Luego, el glosario es un híbrido entre las prácticas de lo analógico y lo digital, que se presenta avezado, pero al mismo tiempo se muestra inestable por un avance casi constante.

En la accesibilidad podemos determinar que el efecto de la inmediatez eclipsa cualquier posibilidad de revisión, y aquí tenemos un obstáculo para ejercitar la cinefilia. Si una película de 2015 es percibida como vieja, cuando en realidad estamos hablando de un objeto cultural que no alcanzó la década, nos deja en un estado de indefensión. Tal mirada no reviste solo a un tipo de público, también a la crítica, que aviva esta toxicidad.

Entonces, “rebobinemos” por favor. Para cuando estés leyendo esta entrega, la película El método Tangalanga (2022) de Mateo Bendesky cumplirá una semana en cartel, con la expectativa de renovación en la cantidad de salas (por qué no pensar en pantallas adicionales también, pero quizás peco de ambicioso). Quienes la hayan visto notarán que es bien genérica; desde la estructura narrativa, las situaciones presentadas, los tonos en los diálogos y hasta en la duración que toda comedia debería tener. Antes de esta película, Bendesky hizo Los miembros de la familia (2019, que puede verse gratis en Cine.ar), otra comedia, aunque ubicada en las antípodas de su nueva película.

La premisa es muy simple; Gilda y Lucas son dos hermanos que viajan a la Costa Atlántica para tirar las cenizas de su madre recién fallecida. Por diferentes obstáculos que se le presentan, están obligados a quedarse en la casa de su difunta madre más tiempo del que pensaban contra la voluntad de regresar lo antes posible. Tal escenario los obliga a reconstruir un vínculo que está desgastado, y la película se convierte en una historia de hermanos que vivirán un período de transformación individual para poder reencontrarse.

Bendesky es un artesano del humor, los momentos más hilarantes están en la oscuridad y en el ingenio dentro de una producción austera. La escena de la mano, la genial representación en el cyber, la aparición estelar de un personaje de la política con un cameo algo narcótico y una destreza del director para el encuadre hacen de Los miembros de la familia una joya algo oculta, que pasó con más efervescencia en los festivales que en la cartelera comercial.

Ahora, si ubicamos en orden cronológico las dos películas se puede afirmar que El método Tangalanga no existiría —al menos de la forma que tiene— sin Los miembros de la familia. Más allá de las diferencias, hay una tonificación de Bendesky que le permite llegar a una película de una escala mayor en nivel de producción, y también de cantidad y volumen de personajes. Mientras en su segunda película son casi dos únicos personajes, en la nueva hay un protagonista bien definido y muchos otros que ayudan a llevar adelante la trama, más un antagonista y otros que son parte de una maquinaria narrativa.

¿Es importante ver Los miembros de la familia antes que El método Tangalanga o al revés? Todas las opciones son válidas, porque si hay un beneficio para ejercer la cinefilia es que existe un nivel de laxitud sin mediciones. La ansiedad, otro de los males actuales, también hace mella en la manera de ver películas. Porque no hay un único camino para llegar a ellas. Si existiera una sola Historia del cine no conoceríamos un montón de fenómenos o, incluso, movimientos que son tan importantes como aquellos que siempre figuran dentro del canon.

Bendesky, el cinéfilo   

Hay que desmalezar dentro del ancho arco que existe de medios de comunicación para encontrar entrevistas e información. Cuando se estrena una película afloran las “publinotas” y apenas unas grageas dentro de espacios que se ocupan de otras cosas, como los noticieros. Por supuesto, no espero una nota de treinta minutos a Mateo Bendesky en la TV pública, porque no soy el que quiere que le pasen V8 en la Bresh. Por eso es que los podcasts y medios alternativos pueden ocuparse de cubrir esa demanda, la cual es menos urgente. Todo esto para decir que detrás de la obra hay, en Bendesky, un director de cine que ve películas. Parece una obviedad, pero lejos está de serlo.

Basta con ir a la Encuesta de Cine Argentino para encontrarse con ciertos directores que, ante el pedido de armar una lista de 10 (¡DIEZ! ¡DI-EZ!) películas tan solo pudieron mencionar la miseria de cuatro títulos. Este ejemplo ilustra algo que no es una situación aislada, en el cine argentino particularmente merodea por los aires el concepto del “yo, artista”. Para explicarlo mejor; muchos directores y directoras no creen que existe una Historia del cine (la disciplina, el lenguaje, la práctica que eligieron para contar historias, nada menos) que deban leer, estudiar o mínimamente saber que existe. Nadie exige que sean Quentin Tarantino, pero sí que vean películas. Hay algo vergonzante en escribir esto, y en esa necedad o soberbia puede identificarse los problemas de ciertas producciones que tienen un aire de grandeza, la cual existe en un mundo de fantasías.

De vuelta a Bendensy, en el programa radial Clase V que conduce Vicky Duclós Sibuet, con motivo del estreno de El doctor Tangalanga la entrevista al realizador giró hacia territorios cinéfilos. El director empezó a nombrar películas de Robert Eggers, Speak no Evil (2022) y otras que lejos, en apariencia, están de su propia obra. Puede parecer extraño que alguien, que hasta el momento solo dirigió comedias, mencione películas de terror. Nada raro hay allí, en primer lugar, porque hay una hermandad entre ambos géneros; tanto la comedia como el terror sufren la marginación de la industria, la crítica (por supuesto) y hasta de un público, que por supuesto podría ser una consecuencia de lo anterior. Luego, existe una posibilidad de catarsis más sutil y permeable de un subtexto, tanto en la comedia como en el terror a diferencia de otros géneros, donde se bordea el subrayado.

¿Hará Bendesky una película de terror? Quién sabe: solo él probablemente. Sin embargo, en ese germen de cinefilia descansa un nutriente saludable para su obra futura. Lucrecia Martel declaró, en más de una oportunidad, también su afición por las películas de terror y si bien nunca hasta el momento dirigió una, hay momentos y climas del género en, por ejemplo, La niña santa (2004) o en La mujer sin cabeza (2008). Entre sus películas favoritas está Carnaval de las almas (Carnival of Souls, 1962), como pudo verse en esa visita a la sede de Criterion, por lo que no es descabellado pensar que, mínimamente, esa única película de Herk Harvey resultó ser una inspiración para los momentos terroríficos de su obra.

¿Escuelas de cine o escuelas de autores?

Quien haya puesto un pie en una escuela de cine, no importa cual, sabe que la noción del autor/a se convierte en una piedra basal. Como en casi todo, el balance entre polos es importante. Allí hay un desfasaje en la formación de guionistas y directores, especialmente, primero porque para ciertos docentes no parece existir diferencia. En otras cinematografías el guionista y el director pueden ser la misma persona, sí, pero como un hecho ocasional y no como un deber de cumplir ambas funciones. “El guion no me lo toca nadie” es una frase que se escucha a menudo en aulas donde alumnos y alumnas preparan algún ejercicio, o incluso un corto con aires de profesionalismo. El fruto que cae del árbol es el de un director que puede escribir, de igual manera y con la misma calidad. ¿Es por ello que no tenemos un mercado de guionistas? Puede ser, lo cierto es que una de las consecuencias de un egresado de una escuela de cine no solo sale a la vida profesional con aires de poder absoluto, sino también con el chip de mirar únicamente para adelante, sin importar la historia de la disciplina a la que se dedica.

Así como el balance es un concepto que hay que sostener en muchos órdenes de la vida, también es necesario saber que no existe un único culpable de todos los males. Las películas que nos gustan no brotan por obra y gracia del espíritu santo, ni tampoco los problemas. Por tal motivo es que esta entrega no pretende nublar un panorama, más bien busca reflexionar en la deconstrucción de lo vemos y en como aparece. Desde nuestro espacio podemos disfrutar con responsabilidad, sabiendo que la cinefilia bien entendida nos permite sofisticar y mejorar la calidad de lo que vemos. Y nos involucra a todos: espectadores, críticos, directores, etcétera.

José Tripodero es divulgador, becario, investigador y docente. Es de esos que escriben de películas con el marco teórico con el que hay que escribir y una de las pocas voces de la razón que quedan dentro del panorama de crítica local. Si me apretás un poco, es de los dos o tres que leo con ganas.

Actualmente escribe en A sala llena, conduce Cine Continuado y Sucesos Argentinos junto a Vicky Duclós Sibuet, además de preparar un esperadísimo documental sobre las aventuras de Roger Corman en suelo argentino.

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