Si no me fallan las cuentas, aunque que me fallen suele ser regla y no excepción, esta es nuestra tercera navidad juntos.
“No te vayas a emocionar”
Nunca. Pero, a pesar de ser la tercera navidad, esta es la cuarta entrega (y acá sí me puede fallar la cuenta fuerte) con tema navideño.
En la primera de 2020 hablamos, por supuesto, de Duro de matar (Die Hard, 1988) de John McTiernan, en la del año pasado de El socio del silencio (The SIlent Partner, 1978) de Daryl Duke y en alguna entrega fuera de fecha (porque esto es así de volátil) de Sangriento Papá Noel (Silent Night, Deadly Night, 1984) de Charles E. Sellier Jr. y creería que hasta de su saga, pero no quiero ir por las ramas.
Es así que, siguiendo con la tradición autoimpuesta en Míralos Morir de hacer una entrega navideña anual sin hablar de Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, 1946) de Frank Capra, es que este año vamos a hablar de otra.
“Y dale con hacerse el raro. Siempre lo mismo.”
Una que empezó casi casi casi como una indie y terminó siendo casi casi casi un ícono pop.
“Nada rara entonces”
Tú lo has dicho. Y una que probablemente hayas visto miles de veces: o en el cine (como es mi caso), o en video, o en el cable, o en DVD o andá a saber cómo.
Una película que sacó a su director de un olvido medio extraño casi al comienzo de su carrera que, gracias a esta, iba a empezar a jugar en las grandes ligas nuevamente y escrita medio como para matar el tiempo por uno que ya estaba ahí arriba.
Hablo, por supuesto, de–
“Ay, dame el título de regalo de navidad aunque más no sea”
Mi pobre angelito (Home Alone, 1990) de Chris Columbus.

h, este Míralos Morir sí que no te lo esperabas.
Y este Míralos Morir existe porque, justamente, Mí pobre angelito es una obra maestra de la historia del cine y sucede que es también una película navideña.
“Sigo en shock”
Lo bien que hacés, porque la historia de Mi pobre angelito es, además, una bien bien luchona.
Decía: Mi pobre angelito (Home Alone, 1990) de Chris Columbus… ¿O debería decir de John Hughes?
Porque, como te imaginarás, la historia empieza mucho antes del éxito cinematográfico de 1990 que lanzó la carrera de su protagonista y director a un estrellato total.
La historia empieza, como sucede algunas veces, con un guionista muy, pero muy prolífico.
No sé si tendrás idea de quién es John Hughes, no porque seas brutx, sino porque en una de esas te interesaste por equis tipo de película y su cine te quedó de costado, pero podríamos llamarlo un personaje lo suficientemente ubicuo.
Sí, el John Hughes que escribió y dirigió Se busca novio (Sixteen Candles, 1984), Ciencia loca (Weird Science, 1985), Nosotros cinco (The Breakfast Club, 1985), Un experto en diversión (Ferris Bueller’s Day Off, 1986) y hasta Mejor solo que mal acompañado (Planes, Trains and Automobiles, 1987) de la que hablamos largo acá.
El John Hughes que seteó sin quererlo las reglas de la comedia estudiantil de los ochenta y le dio a muchxs desahuciadxs muchos más elementos para la vida que todas las letras de los Smiths y Morrissey juntos.
El cine de Hughes, y Mi pobre angelito no es la excepción, a pesar de que no esté dirigida por él, incluso teniendo sus huellas digitales por todos lados, es sobre lxs desahuciadxs, lxs desposeídxs, lxs outsiders, pero desde un lugar más celebratorio que el que podría tener La ley de la calle (Rumble Fish, 1983) de Francis Ford Coppola o Drogas, amor y muerte (Drugstore Cowboy, 1989) de Gus Van Sant, por tirar dos que nada que ver pero que sí a la vez.
Para cuando Hughes se decidió a escribir este guión (que se podría considerar “menor” en su carrera, con todas las comillas del mundo), ya tenía todas esas marcas que cito más arriba en el cinturón.
Y, a pesar de tenerlas, no lograba que nadie se interesara por su patito feo.
Hugues, que se sabe era una “máquina de escribir guiones” tuvo la idea mientras hacía una lista de cosas que se tenía que llevar a sus vacaciones, donde empezó a fantasear con qué pasaría si se olvidara a uno de sus hijos en casa.
Esa idea se convirtió rápidamente en un montón de hojas de notas y en guión en tiempo récord (se sabe que Hughes además de genial escribía muy rápido) y el proyecto, con él como guionista y no como director, llegó a Warner, que era donde Hughes estaba trabajando en ese momento.
Los del estudio, como pasa siempre en estas historias y si leés estos envíos bien podría completar la oración…
“No le veían la gracia”
Correcto… ¿Y qué mas?
“Y aceptaron hacerlo, pero por menos guita”
Muy bien, ya podés escribir uno de estos. Y la historia del cine también ya que estás.
Finalmente, después de muchas idas y vueltas, los de Warner dijeron “si, pero…” poniendo como condición que la jodita no costara más de diez millones de dólares que pueden sonar como “es mucha guita” pero no en los valores de una película de estas características y con esa espalda.
De ahí es cuando digo “casi como un indie” más arriba.
Pero Hughes no era ningún boludo y sabía que podía conseguir más plata de otro lado, sólo tenía que hacer que los de Warner pisaran el palito.
Sabiendo que no se iban a mover de esa cifra y un poco rompiendo una serie de leyes internas de los estudios, logró que una copia del guión “fuera a parar justo” a manos de los ejecutivos de Fox.
Los ejecutivos de Fox, que seguramente dejaron pasar otras cosas, no es que los de Warner solo eran boludos, a esta le vieron la gracia.
(Si me dejás especular, quizás solo por sacársela a los otros, andá a saber)
Hughes habló extraoficialmente con los de Fox y estos le aseguraron que le podía dar dieciocho millones para hacerla.
Nuevamente, poca guita para un proyecto así y con esta espalda.
Hughes solo tenía que esperar. Y re presupuestar. Y que los otros dijeran “Ah, no: qué barbaridad.”
Bueno, eso mismo hizo: mandó un nuevo presupuesto donde exigía a Waner un piso de catorce millones de dólares. Qué sí, qué no, que Warner se terminó bajando y Fox entrando como si nunca hubieran leído el guión antes ni hubieran sabido nada.
En palabras de Guido: “Está mal, pero no taaan mal.”
Conseguida la guita, se pusieron a buscar director, y Chris Columbus fue, increíblemente, la segunda opción.
Hughes quería a Patrick Read Johnson, que estaba muy ocupado dirigiendo la no tan genial y ¿robo descarado de S.O.S. hay un loco en el espacio (Spaceballs, 1987) de Mel Brooks? Invasores por error (Spaced Invaders, 1990) y después dirigiría ¡Cuidado! Bebé suelto (Baby’s Day Out, 1994) y recién cuando recibió la negativa pensó en Columbus.
Columbus, quizás no haga falta que lo diga, había tenido una carrera de guionista por derecho propio cuando inventó los Gremlins a principios de los ochenta y Spielberg le compró la idea, además de contratarlo para escribir esa, Los Goonies (The Goonies, 1985) y El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985).
De ahí se lanzó a la dirección con Una noche por la ciudad (Adventures in Babysitting, 1987) y ese tiro en el pie que fue su siguiente y más autoral sophomore film Heartbreak Hotel (1988) y estaba sufriendo a Chevy Chase en la preproducción de Vacaciones de invierno (National Lampoon’s Christmas Vacation, 1989) que también había escrito Hughes porque, ya lo dije antes y lo diré cuantas veces sea necesario, Hughes escribía mucho, muy bien y muy rápido.
Esto no hizo que Columbus, como dije hace dos párrafos, “guionista por derecho propio” no metiera mano al guión de Hughes agregándole, dicen los que leyeron las dos versiones, cierta “humanidad” a los personajes que en el original eran más alivios cómicos.
Lo que vino después es medio obvio: Macaulay Culkin, Joe Pesci, escenas icónicas y 477 millones de dólares de recaudación en el mundo, convirtiéndola en la comedia que más recaudó en la historia, entrando en el libro Guinness de los récords.
Si, los de Warner podrían haber puesto esos ocho palos.
No, no pasó.
Quizás lo mejor de Mi pobre angelito, fuera de lo inoxidable que es (el otro día en Frame Fatale hablábamos de cómo, cada vez que vemos Volver al futuro pensamos que no va a poder enchufar el alargue) y con la película de ¿Columbus? ¿Hughes? ¿los dos? pasa algo parecido: seguimos sintiendo el peligro como cuando la vimos en cines, en video, en cable, en DVD o en todas juntas por primera vez.
Hay un carácter emocional a las películas bien escritas y bien dirigidas que las hace inoxidables, que nos hacen pensar que Kevin está en peligro, independientemente de las veces que la hayamos visto.
A esto sería pertinente aclarar que trabaja sobre una premisa tan vieja como el cine, pero absolutamente efectiva: el deseo que se cumple y que, cuando lo hace, se convierte en una pesadilla. Una suerte de “cuento moral” que, cuando está bien disfrazado y no se convierte en el epílogo de un capítulo de He-Man con Orko diciéndonos que no aceptemos caramelos de extraños, es hermoso de ver.
En mi caso, ví la película en cine en el momento de su estreno, teniendo yo unos ¿doce? años. Esa edad donde sos muy grande para algunas cosas y muy chico para otras. Y la recuerdo como, quizás, la última película de mi niñez y la primera de mi era más adulta. Porque lo brillante que tiene Mi pobre angelito es, justamente, que nos habla a todxs y, probablemente, nos siga hablando toda la vida.
Como Qué bello es vivir, de la que hablaré andá a saber cuándo.