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152 – Una película que no podrás desver

Publicado el 15 de diciembre de 2022

Hace unas semanas —siempre es difuso esto, entendé mi edad— nombré —creería en el contexto de este episodio de este podcast— una película que fue muy celebrada por mis compañeros de elenco.

Y fue celebrada porque, quizás, sea la quintaesencia de lo que tratamos de hacer ahí todos los lunes: hablar de cosas que quizás no se hayan visto tanto y darle “el crédito” —si es que nuestro crédito vale algo, eso es— a películas que se animaron a ir un poco más allá y —algunas veces— fallaron miserablemente.

Y pocos casos más notables de tamañas cucardas que la carrera de este director afroamericano que llegó demasiado tarde al blaxploitation, pero que decidió hacerlo igual.

Hablo de Jamaa Fanaka, que quizás no te suene ni en pedo y está bien que sea así, y su obra máxima de la que hablaré —con spoilers, porque el propio spoil de esto quizás haga que corras a verla o que corras de ella, andá a saber— en un rato.

Pero antes—

“Hagamos un poco de historia”

La verdad que sí, porque va a ser necesaria para poder acomodar estos melones en el camión.

Situémonos en Estados Unidos de casi mediados de los años setenta. Un joven director, recién salido de la UCLA vio pasar un movimiento al cual, por edad, no se pudo subir.

Hablo del blaxploitation. Eso no es sorpresa, lo nombré unos párrafos atrás, pero para el momento donde Fanaka —ese es el director, es obvio— estaba para empezar a filmar, el movimiento estaba dando las hurras por “pereza de subgénero”

No es algo poco común: algo pega, se hacen más de las necesarias, llega un momento que el propio público se cansa de ver esas historias, eso que pegó muere yéndose por fade. Lo vimos dos millones de veces y hasta es esperable que así suceda.

El problema con el blaxploitation era que su ocaso tuvo que ver con una suerte de apropiación cultural, de la cual hablamos en ese episodio del podcast, por si tenés ganas de explorarlo más, pero que bien podría explicarse breve de la siguiente manera: un director afroamericano hace una película que funciona desde lo que podríamos considerar el underground —Masacre policial (Sweet Sweetback’s Baadasssss Song, 1971) de Melvin Van Peebles— y otro director afroamericano lo hace al mismo tiempo desde el sistema de estudios —Shaft (1971) de Gordon Parks—.

En ambos casos, pero quizás más en el caso de la segunda que gana un Oscar a la banda sonora de Isaac Hayes, ayudan a poner ese cine “de negros y para negros” en la palestra.

El punto es que esta última también era —si bien estaba dirigida por alguien con las suficiente credenciales como para ser considerada “del palo”, por más horrible que se ese término— el último manotazo de ahogado de un estudio que, si no la pegaba con esa, se fundía para siempre.

Porque los ejecutivos de MGM, algo perdidos en eso que después a los postres se llamó el New Hollywood, veían que la arena se le escapa entre los dedos y que había otras películas para otros públicos que ellos no estaban haciendo.

El éxito —underground si se quiere— de la de Van Peebles y más mainstream —definitivamente— de la película de Parks hicieron que aparecieran miles de productores chiquitos que vieron en este nuevo género una oportunidad de poca inversión y mucha ganancia.

Sí, esos que nos hacen sonreír semana a semana con sus tropelías.

Sí, en su mayoría eran blancos como un sachet de leche.

Más tarde que temprano —fechar movimientos es más difícil (y perverso) que tratar de entender cuándo la Argentina se fue a la mierda— para 1973, 1974 la cosa tenía, como nos gusta decir acá, más olor a cajón que a fruta.

Y ahí justamente ahí es cuando un joven que había nacido con el nombre de Walter Gordon en Jackson, Mississippi, Estados Unidos, estaba cursando sus estudios de cine en la UCLA, que terminaron casi para mitad de la década.

Pero esto no es necesariamente importante, porque mientras él estaba estudiando había un movimiento del que no se habla mucho y que poco tiene que ver con los tickets que cortaba o dejaba de cortar el blaxploitation.

Sí, hablo del L.A. Rebellion, o del UCLA Rebellion o del Los Angeles School of Black Filmmakers, cualquiera sea el nombre que le quieras poner.

El L.A. Rebellion —usemos este que es más corto— era un grupo de directores afroamericanos que salieron de esa escuela de cine entre mediados de los años sesenta y principios de los ochenta e hicieron un cine que se oponía a los cánones de lo que Hollywood buscaba, incluso cuando buscaba gente de color.

Podés pensarlo como todos los tanos que estudiaron en la Cinecittà de Mussolini y después se fueron a hacer movimientos que nada que ver, y no estarías del todo errado.

Por eso, justamente, es que un muchacho que se llamaba Walter Gordon tomó —digámoslo así— el nombre de guerra de Jamaa Fanaka.

(La historia del L.A. Rebellion te la estoy contando muy por arriba, algún día seguramente me ocupe de ella en profundidad, porque es más que interesante, pero vaya este resumen para que se entienda)

Ya promediando sus estudios en UCLA, Fanaka —aún Gordon— hizo un corto sobre la problemática del consumo de heroína en la comunidad negra y ya egresado dirigió no una sino dos películas en poco más de dos años: la película de la que voy a hablar en un rato—

“Ay, dios mío, el gordo misterio, no puedo más, están jugando con mi salud”

— y Emma Mae (1976), la historia de una mujer que se muda a Los Ángeles, se enamora de alguien que termina preso y termina haciendo todo por liberarlo. y con posterioridad al éxito grindhouse de la primera —de la que todavía no hablé—, a principios de los años ochenta se embarca a filmar su trilogía quizás más famosa, que constaba de Penitentiary (1979), Penitentiary II (1982), Penitentiary III (1987), donde alguien era encarcelado injustamente y pasaban cosas inenarrables. Tres veces.

Pero, no estoy acá para hablar de ninguna de ellas, que podés ir a buscar y encontrarte con un cine… llamémoslo crudo. Estoy acá para hablar de la primera película de Fanaka, esa película por la que lo recordaremos siempre.

Y hablo de Regresa, hermano Charles (Welcome Home Brother Charles aka Soul Revenge, 1975), película que vimos en video con ese título en nuestro país y que jamás tuvo un estreno comercial en nuestras tierras.

Recuerdo que era una fija alquilarla en Mondo Macabro —ese videoclub que nos cagó la cabeza a varios— y que no te dieran ninguna pista, más que decirte “Vos mirala”

Y caray que había una sorpresa escondida.

Voy a ser formal y hacer una suerte de sinopsis: después de haber sido encarcelado por un crimen que no cometió, un hombre sale a buscar venganza de los que lo metieron en esa situación.

Y ahora viene la parte donde spoileo —ya spoilié en el podcast si es por eso— solo para que entiendas el tipo de película que potencialmente podés salir a buscar.

Para el momento donde llega la venganza, el hermano Charles sale a ahorcar a sus enemigos con el poder de su masculinidad.

“Momento, ¿qué?”

Mirá, este es un newsletter familiar, pero daré esta pista: esa víbora negra no te la olvidás más, hermanx.

¿Te estoy diciendo que corras a buscar y ver Regresa, hermano Charles? Mirá, va en gustos. Pero si estás para una de esas experiencias que no vas a poder desver en tu vida, te acabo de señalar el camino correcto.

A modo de apostilla, en el podcast, mi compañero Axel Kuschevatzky recordó una anécdota de la época en la que hacíamos la revista La Cosa. Buscando un contacto de Fanaka para entrevistarlo —a mediados de los años noventa, una época donde IMdB Pro era solo una fantasía— en una guía de contactos de directores, donde todos aparecían con un teléfono de representante o similar, la entrada de Fanaka tenía el teléfono de su abogado y de una vecina.

Por más directores como él, por favor.

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