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144 – Hay tabla

Publicado el 20 de octubre de 2022

En lo que parece ser un clásico de estos envíos, empezaré diciendo “No sé qué edad tendrás pero…” a lxs de mi generación estuvimos atravesados por algunos conceptos que nos quedaron grabados a fuego.

A fuerza de los picos de rating de Nuevediario —sé que es tele, pero un día deberíamos hablar de ese milagro de la mise-en-scène que fue ese noticiero— estábamos bombardeados por elementos “sobrenaturales” en nuestro día a día: que el Uritorco, que la casa embrujada de La Plata y el “me chupa el pozo”, que las apariciones del hombre gato y miles de cosas más.

Con el advenimiento de la democracia y con ella la libertad de cultos, las sectas estaban a la orden del día y crecían como hongos y el “sobrenatural” era moneda corriente. Tanto, que muchas de las charlas que se tenían en los recreos de la primaria tenían que ver con eso, y variaban entre el poder maléfico de los Pitufos, el de tragarse un chicle y sus terribles consecuencias y, acá viene el tema, el de conocer a alguien que “había participado de un juego de la copa” y—

“Ah, esto ya es una trasnoche de Crónica”

Quién pudiera manejar ese material. Sigamos.

En las historias del juego de la copa —que invariablemente, siempre le pasaban al hermano de un amigo que nadie conocía o a un primo de un primo— sucedía lo que podría suceder en una sesión de espiritismo convencional: alguien del más allá se comunicaba con los del más acá.

Y siempre, invariablemente siempre, era una figura de peso. O hablaban con el mismísimo demonio o con Hitler o con alguien de una jerarquía similar. Algo parecido a lo que pasa con lxs que te cuentan sus vidas pasadas y nunca fueron empleados de la AFIP —con todo respeto a los empleados de la AFIP— sino generales en no sé qué guerra.

El punto—

“El punto hermano, te lo pido por las nenas”

— es que: el juego de la copa era pavorosamente similar en su estructura —letras dispersas y varios sosteniendo una copa dada vuelta que, juraban, se movía: más de esto más tarde— a una versión muy primitiva y sin tanto merchandising de la tabla Ouija.

“Y ahí querías llegar”

Cooorrecto.

La tabla Ouija, o si querés decirlo en gallego, la güija —te juro con los deditos que la escriben así— empezó, muy a pesar de lo que el cine nos ha querido (y sigue queriendo) contar, como una novedad.

Entendamos la acepción de novedad de una forma más anglicista, como un derivado de novelty, de cosa curiosa. La tabla Ouija era, para el final del siglo diecinueve, lo que hoy se compraría en uno de esos locales llenos de chinadas color pastel con forma de osito.

“Qué lindos que son”

Viste. Volvamos. Para hablar de la Ouija —o güija, la verdad que me tienta usar la traducción cutre— vamos a tener que—

“Hacer un poco de historia. Hartx de darte pies”

E irnos a Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos, más precisamente a febrero de 1891, donde un local que vendía juguetes y novedades puso en venta las primeras tablas Ouija —siendo Ouija una marca registrada de Kennard Novelty Company, más de ellos más tarde— promocionándolas como “Ouija, la maravillosa tabla que habla”

“No hablaba”

No, claro que no hablaba, peeero se agregaba en la promoción que podía contestar “preguntas del pasado, del presente y del futuro con una precisión envidiable”.

“Compré”

Sí, yo también. Y en esa época se vendía a un dólar con cincuenta que ajustado a inflación serían unos cincuenta, pero tratemos de entender de qué era todo esto y, sobre todo, cómo funcionaba.

La tabla que se vendía en aquel entonces no variaba en nada con la tabla que se puede conseguir hasta nuestros días, solo que en ese momento se pensaba como un juguete y ahora, con el peso de las ficciones —y sobre todo del cine— encima, tiene un costado más filoso.

Para los que nunca la vieron o no saben cómo es, va esta breve explicación: una tabla plana de madera con las letras del alfabeto dispuestas en dos semicírculos, encima de una fila de números del cero al nueve, las palabras “Si” y “No” en las esquinas superiores y un “Adiós” abajo de todo. Venía acompañada de una madera con forma de lágrima con una pequeña ventana usada para maniobrar arriba de la tabla.

¿Y cómo se “maniobraba”, te estarás preguntando?

“Eso, cómo”

Bueno, qué suerte que estamos tan en sintonía, porque eso justo venía acá. Y, lamento informarte, tiene poco de magia y poco de ciencia. Bueh, o casi.

La cosa es más o menos así. La parte móvil de la Ouija se mueve por un principio llamado efecto de ideómetro, que se descubrió a mediados del siglo diecinueve.

El efecto de ideómetro, descubrimiento del físico y médico inglés William Benjamin Carpenter decía que existían movimientos musculares automáticos de los que la consciencia no era parte.

Y ahí, justamente ahí, fue cuando se dieron cuenta de que se podía usar para lo que en ese momento se llama Espiritualismo.

“¿Y eso qué es?”

Ya viene, pero dejame cerrar esto: unos años después del descubrimiento de Carpenter, un químico de nombre Michael Faraday aplicó lo de los movimientos que pasaban sobre las tablas de espiritismo con lo que se había descubierto hacía un tiempo.

“No me cierran los números”

Cooorrecto. Porque las tablas con letras existían desde por lo menos cuarenta años antes que las de Kennard Novelty Company, más de ellos más tarde, como dije hace un ratito.

Pero para entender esto, vamos a tener que explicar—

“Lo del Espiritualismo, a mi no me engrupís”

Bueno, claro, justamente eso. Para mediados del siglo diecinueve, los yanquis estaban obsesionados con el más allá, con hablar con los muertos y varias cosas más.

Todo estaba medio fomentado por la aparición de unas hermanas llamadas Kate, Margaret y Leah Fox, que aseguraban poder hablar con los muertos y viajaban por Nueva York y zonas aledañas haciendo sus demostraciones.

Y vos dirás “Bueno, era otra época” y quizás tengas razón, pero el Espiritualismo tuvo una base muy sólida por una razón bien simple: era compatible con casi cualquier fe que creyera que había un “más allá”.

De esta manera, muchas familias que el domingo iban a misa el sábado a la noche se juntaban con amigos a consultar a una médium que les trajera novedades de esa tía que extrañaba tanto o que no sabían dónde había guardado la guita antes de dejarlos.

Y a esto hay que sumarle un factor más: se decía que en zonas rurales, estas sesiones no se hacían con una médium sino con una tabla con letras.

Y acá, justamente acá, y casi cuarenta años después es que apareció —como suelen aparecer siempre en estos envíos— un señor con muchas ganas de ganar guita.

Se llamaba Charles Kennard y, junto con algunos socios se decidió a fabricar en escala esas tablas de las que todo el mundo hablaba.

Sin saber muy bien cómo eran las que se usaban “allá en el campo” diseñó una que tenía todo lo que le habían dicho que tenía que tener.

Por supuesto ni Kennard ni sus socios estaban en Espiritualismo ni en el espiritismo ni nada. Solo querían ganar guita.

Tenían la tabla, pero no el nombre. Ahí fue cuando encontraron el Ouija por consejo de una médium que “bajó” el nombre del más allá, al contrario de lo que se suele creer que Oui-ja es “Sí” en francés y alemán.

Cuenta la leyenda —la cual vamos a creer siempre, claro— que en la misma sesión, hecha con un prototipo de la tabla, la médium preguntó el significado de la palabra Ouija y la table le respondió “Buena suerte” y dejó de contestar.

Con el nombre y la tabla ya listos, tenían que hacerse de la patente, para lo cual debían demostrar que funcionaba frente a los funcionarios de la oficina de Marcas y Patentes.

Cuenta otra leyenda —la cual vamos a creer siempre, claro— que el funcionario a cargo de decidir por el futuro del invento les dijo que la tabla debía escribir correctamente su nombre —que los que fueron a hacer el trámite desconocían— y que la tabla lo hizo a la perfección.

“Bueh, listo”

Igual bancá que la cosa se pone un poco más peluda. Kennard y sus socios, que nunca habían visto tanta guita junta, se terminaron peleando entre ellos al punto de que la compañía quedó en manos de “uno de finanzas” que se llamaba William Fuld, a quien muchas veces se le atribuye la invención del juego falsamente.

Fuld se tomaba todo tan en serio, que todas sus decisiones terminaron basadas en lo que la tabla le decía, como construir una nueva fábrica para los juegos, techo de la cual terminó cayendo en un extraño accidente y dejando esta dimensión en 1927.

Pero, no dejemos que esta serie de extrañas casualidades hagan que pienses que esta tabla de madera es un objeto del mal.

Se han hecho análisis que indican que los períodos de mayor venta de este tipo de productos son los de mayor “malaria”, cuando la gente busca una respuesta dónde y cómo sea.

Es así que a principios del siglo veinte, con la Primera Guerra, durante los años treinta con la Gran Depresión o incluso a mediados y fines de los años sesenta, con el mayor envío de tropas a Vietnam fueron los mejores años de venta de este tipo de productos.

Tanto, que fue justamente en 1967 que Parker Brothers —sí, los del Monopoly— compraron los derechos a los deudos de Flud. Ese año solo fabricaron —y vendieron— dos millones de tablas.

Aunque no estaríamos acá hablando de todo esto si el cine no hubiera dado una manito para que un pedazo de madera nos haga helar la sangre hasta el día de hoy.

Y si bien podemos hablar de la influencia de 13 fantasmas (13 Ghosts, 1960) de William Castle, quizás la mayor “mano” la dio William Friedkin con El exorcista (The Exorcist, 1973)

No nos olvidemos que lo que hace que Pazuzu entre en el cuerpo de Regan no es otra cosa que una sesión de Ouija fallida. Una Ouija que, seguramente, su madre compró como juguete pensando que era absolutamente inocente.

Porque lo es… ¿O no?

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