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142 – El director y la actriz

Publicado el 6 de octubre de 2022

Hace un par de semanas —o la semana pasada, la verdad que nidea del tema “tiempos”— hablamos en Frame Fatale de Spider Baby (1968), la primera película con crédito de director de Jack Hill.

Hill, que es Jack y no Walter, es uno de esos directores que siempre anduvieron volando bajito en los radares del exploitation, pero que, a diferencia de la gran mayoría de los que estaban ahí solo por la guita, tenía “algo para dar”.

Hill es muy querido por los que son “como nosotros”: es decir, los que le podemos ver el mérito a un larry Cohen, por citar un guionista / director que podría guarecerse bajo el mismo paraguas en caso de una lluvia fuerte de prestigio.

“Ah, bueno, esa licencia poética”

Gracias, sabía que la ibas a apreciar. El punto es que—

De Hill ya hablamos en el podcast: que el padre era director de arte, que es amigo de Coppola, que dirigió algunos asesinatos “de más” para Demencia 13 (Dementia 13, 1963) y que su primera película es Spider Baby.

Hasta acá todo bien. Hill empezó a trabajar con Corman y fue parte de la “aventura filipina” del productor. Sobre esto habría que hablar más largo algún día —y de Corman, finalmente, pero tienen tantas aristas que en el fondo es más gracioso que todos los caminos conduzcan a él que intentar encarar su obra, porque necesitaría más episodios que la épica esa que hice de Hitchcock, en fin, volviendo— pero para que se entienda en pocas líneas: necesitaban un lugar que diera “tropical” y que saliera dos mangos, Corman había pesando en Puerto Rico, finalmente se decidió por Filipinas, que por aquel entonces estaba al mando del dictador Ferdinand Marcos que era horroroso, y justamente por eso le gustaba que fueran a filmar por dos mangos y que pareciera que “estaba todo bien”.

De esto seguramente hable más largo otro día, el punto es que Corman, Hill y varios más se embarcaron en la aventura de irse al culo del mundo a hacer la mayor cantidad de películas baratas que se pudiera.

De esa primera camada salieron películas como El avispero (The Big Doll House, 1971) y The Big Bird Cage (1972), ambas dirigidas por Jack Hill.

Y hasta acá vos dirás—

“¿Y la actriz que vendiste al principio dónde está?”

Y a pesar de interrumpir tanto siempre, en esta tenés razón porque, mirá lo que son las casualidades, justo venía acá.

Esas dos, y otras dos estaban protagonizadas —entre otras actrices que no tenían mucho conflicto en aparecer con poca ropa en cámara— por un nombre que quizás te suene si te gustan las películas de Tarantino: Pam Grier.

Grier, por aquel momento, era una debutante en el cine, porque su trabajo anterior consistía en atender los teléfonos en American International Pictures, la compañía de Arkoff y Nicholson de la que hemos hablado en incontables oportunidades que por aquel entonces estaba en manos creativas de Corman.

Cortos de presupuesto, y con la aventura ahí adelante, además de una corta experiencia como extra en películas como Más allá del valle de las muñecas (Beyond the Valley of the Dolls, 1970) de Russ Meyer, Grier se subió al viaje de ser protagonista.

Las películas que Grier filmó en Filipinas, completadas por Women in Cages (1971) de Gerardo de León y Black Mama White Mama (1973) de Eddie Romero, dos directores filipinos que, por más que suene mal estoy en la obligación de avisar, no hace falta que te adentres en su obra, terminaron siendo cuatro.

El punto es que este cuarteto peculiar, que a primera vista podría considerarse “cine de cárceles de mujeres o casi” —de esto creo que ya hablé acá o en el los martes, no recuerdo— tenían el componente tropical de la locación y abrieron un nuevo sub ¿sub? género llamado booties in the jungle.

El booties in the jungle, que traducido quedaría algo así como “culos en la selva” eran películas de cárceles de mujeres, pero más transpiradas y de shortcito.

Bueno, al fin estamos hablando de la historia del cine. ¿Querías cinefilia? Acá tenés.

Por supuesto que el booties in the jungle también merece entrega propia y seguramente la tenga cuando lo recuerde otra vez, lo importante acá es que Hill había descubierto a Grier y el público también.

Con Grier ya convertida ya en una exploitation queen, Hill se embarcó en 1973 en la aventura que dictaminaban los tiempos que corrían: ya se habían estrenado Masacre policial (Sweet Sweetback’s Baadasssss Song, 1971) de Melvin Van Peebles y Shaft (1971) de Gordon Parks, las dos películas que habían fundado, sin querer, el blaxploitation. Y ahí, justamente ahí, era donde había que estar.

Hill, con la idea de subierse al barco y viviendo en una època donde no le pareció grave ser blanco y filmar esas películas, llamó nuevamente a su musa para que las protagonice y el resultado fueron dos películas increíbles que entraron como por un tubo en el olimpo del blaxploitation, muy a pesar de lo que las relecturas actuales que andan buscando “culpables” a todo quieran hacerte creer: Coffy (1973) y Foxy Brown (1974).

¿No las viste? Envidio sanamente tu fin de semana.

La historia de Coffy, como la de todas las películas de AIP, nace de una necesidad de mercado. O casi, porque esta es un poquito más personal.

El jefe de producción de ese momento, Larry Gordon, se había perdido los derechos de una película que quería hacer: Cleopatra Jones, agente especial (1973) de Jack Starrett, un blaxploitation de venganza que, sabía, iban a producir otros porque él había hecho solo un acuerdo de palabra y los otros le había hecho firmar un contrato.

Con la sangre en el ojo, lo llamó a Hill para que se pusiera a escribir y dirigir una película que saliera “antes o al mismo tiempo” que la otra y comerle el público. Hill llamó a Grier y el resto es historia.

(Por si te interesa la trivia boba: sí, recaudó más que Cleopatra Jones)

Coffy contaba —y de una manera que el cine yanqui no estaba acostumbrado, porque la protagonista era mujer y negra— la historia de una enfermera que se inmiscuía en el mundo de la droga tratando de vengar la adicción a la cocaína de su hermana.

Y con esto que te cuento vos dirás:

“Bueno, una película de venganza como hay miles”

Y acá es cuando te tengo que decir: NO NO NO. Porque Coffy, que ya te adelanto que es mi favorita de las dos pero tengo que hablar antes porque año calendario y soy un obsesivo, no es “una película de venganza más”, es un exceso absoluto.

La forma de la venganza y la forma en la que Hill decide filmarla es algo que, si no la viste, nunca viste antes ni vas a ver después.

Coffy es la quintaesencia del blaxploitation, por más que esté filmada por un blanco: vestuarios, una banda sonora increíble y la violencia más descabellada con la que te vayas a cruzar en un cine.

¿Te cebé un toque para verla, no?

Y no dejes que mi opinión personal sea el árbol que te tape el bosque de Foxy Brown, que es otra maravilla.

Y otra maravilla accidentada, porque iba a ser la secuela de Coffy, después de que los AIP vieran lo que había recaudado y volviera a contratar a Hill, al que habían echado malamente por “diferencias artísticas”.

Se iba a llamar Burn, Coffy Burn —sí, un título increíble—, pero finalmente cambiaron el nombre del personaje, le escondieron su ocupación, fingieron demencia y siguieron para adelante.

En este caso “Foxy Brown” —podría haber sido Coffy, pero no pudo ser— busca venganza por la muerte de su novio, un agente encubierto del gobierno. Y sale, naturalmente, a voltear muñecos como si no hubiera o hubiese mañana.

La película, que pecaba como pecan la mayoría de las películas de esta época de mostrar actrices demasiado cortas de ropa, tiene además una serie de retratos algo problemáticos (sabés que odio el término, pero para acelerar) de la comunidad afroamericana.

Suena extraño, claro, viniendo del retrato casi costumbrista —que después se va un poco de las manos— que era Coffy y del mismo director, pero bien podríamos culpar a AIP de esas decisiones.

“Al final te pusiste políticamente correcto vos”

¿Cómo me voy a poner así si te estoy diciendo que armes un doble programa el finde?

Grier siguió su carrera como diosa del blaxploitatioon casi hasta el fin del primer ciclo del género a mediados de los años setenta, con películas como la secuela de Blacula, el vampiro negro (Blacula, 1972), Scream Blacula Scream (1973) de Bob Kelljan, la de ¡gladiadoras! The Arena (1974) de Steve Carver, la de mafiosos Sheba, Baby (1975) de William Girdler que inspiró esta canción de Babasónicos, otra de mafiosos que se vengan Bucktown (1975) y una de una fotógrafa escapando de unos asesinos, Friday Foster (1975), ambas de Arthur Marks.

Siguió actuando en televisión regularmente hasta que su vuelta al cine más o menos convencional fue de la mano de Tim Burton (ah, te pensabas que iba a decir Tarantino, pero no: esto fue antes) en ¡Marcianos al ataque! (Mars Attacks!, 1996) en un papel hermoso que a los amantes de Coffy y Foxy Brown nos llenó el alma de gozo.

Hill por su lado siguió el camino del exploitation por solo dos películas más: la genial Switchblade Sisters (1975) que después el propio Tarantino restauró, reestrenó y reeditó en formato hogareño con su sello Rolling Thunder y Sorceress (1982) una Conan de la B que firmó con seudónimo y que no se filmó en la aventura argentina de Corman de casualidad.

¿Qué aventura argentina de Corman? Bueno, eso será otro día.

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