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14 – ¿Querés ser Tony WIlson?

Publicado el 23 de abril de 2020

Una película de la que nos podríamos acordar más seguido

El otro señor Hamilton (Seconds, 1966) es una película de John Frankenheimer.

No es la primera, ni tiene todo ese tufillo de “mirá todas las ideas que tenía al principio”, ni tiene las características de una película de culto, sino más bien todo lo contrario, pero no me voy a adelantar.

Como ya hice las otras veces que hablé largo de una película, te voy a recomendar que leas hasta un punto, la veas y después vuelvas a leer el resto.

¿Listx?

Esto leelo antes de verla

La carrera de John Frankenheimer para el momento en el que filmó El otro señor Hamilton podría considerarse “en franco ascenso”: había empezado dirigiendo muchísima televisión y transicionado al cine con un éxito notable. Cuatro de sus seis películas hasta el momento (La celda olvidada (Birdman of Alcatraz, 62), El candidato del miedo (The Manchurian Candidate, 62), Siete días de mayo (Seven Days in May, 64) y El tren (The Train, 64)… Sí, leíste bien: dos películas por año) estuvieron nominadas a los Óscar y estaba en una de “ahora voy a hacer la película que yo quiero”.

Esto, muchas veces suele ser un arma de doble filo: en general cuando un director buscar su “proyecto más personal” el resultado suele tener dos posibilidades, uno: una monstruosidad inmirable o dos: una película maravillosa que nadie entiende en su momento.

El otro señor Hamilton, claramente, entra en la segunda categoría.

Frankenheimer, que había estado nominado a la Palma de Oro en Cannes, quería hacer una película “como las hacían los europeos” pero con su propio sello.

Y decir que “le fue medio mal” sería bajarle mucho el precio a una película que fue odiada por la crítica y el publico de la época y abucheada en el festival de Cannes.

(Algo que, teniendo en cuenta la cantidad de sapos que aplaudieron de pie, debería tomarse como una señal positiva, pero esa en una discusión para otro momento.)

Si hacemos la parábola de la carrera de Frankenheimer, El otro señor Hamilton, debería estar en la cima de la montaña, empujándolo hacia abajo.

Porque, digámoslo también, sus esfuerzos fueron en picada, un poco por la mala suerte de esta, un poco porque le gustaba el escabio más que a Jay Jay Camero en Reality Reality y terminó dirigiendo películas para televisión hasta un corto regreso con gloria pocos años antes de morir con Ronin (1998) y alguna más, pero ya no era lo mismo.

Bueno, pero no estoy acá para lamentarme, estoy acá para cebarte y que veas una película genial.

Voy a empezar por decir que tiene un dream team, además de Frankenheimer:

Tiene a Rock Hudson en un papel que le resulta extraño para lo que filmó siempre: está alejado del rol de galán y la seguridad de las películas románticas que supo filmar (casi) toda su carrera.

El diseño de títulos es del enorme Saul Bass: ya hablaré largo de él en algún momento, pero es el mismo que le hacía las secuencias de títulos (y afiches, en muchos casos) a Hitchcock, Preminger, Wilder, Wise, Scorsese y mil más.

La banda sonora deforme y experimental es del, por entonces, (casi) debutante Jerry Goldsmith, que iba a terminar componiendo las de La profecíaPoltergeistGremlins y El vengador del futuro entre mil más.

Y uno de los factores más claves está en manos de un genio con poco crédito: la fotografía es de James Wong Howe, un DF que venía trabajando en el sistema de estudios desde la época del cine mudo y filmó esta película a los casi 70 años, una edad en la que cualquier otro se hubiera o quedado sin ideas o sin ganas de innovar.

Y caray que innova en esta, hermanx. La cantidad de dispositivos visuales que despliega en la película son notables: mundos adentro de mundos, adentro de mundos. Y lo hace en función de una narración que fierro. No “para que quede lindo” o para que la gente salga diciendo “qué buena fotografía”

(Una que quizás no te hayas detenido a pensar: cuando salís del cine pensando que la foto o el sonido de una película es buenísimo, el trabajo de foto o sonido está mal hecho, porque destacó por sobre el resto de los rubros de una película. Los rubros deberían trabajar todos juntos por un “bien común”: si alguno destaca mucho, quiere decir que los otros están fallando.

Es, además, una pereza de la crítica berreta hablar de que una película tiene “muy buena fotografía”, pero de esa lista de lugares comunes seguramente me ocupe en otro momento.)

Lo más simple sería decir que El otro señor Hamilton estaba “adelantada a su tiempo”. Es real, lo estaba. Pero no sería hacerle justicia. Porque no solo lo estaba desde un costado meramente estético. También lo estaba por su narrativa e ideología.

Pero para eso es mejor que la veas y vuelvas a leer.

Esto leelo después de verla

Bueno, un poco te envidio de que la hayas visto por primera vez. Descubrir una película así debería ser motivo de festejo y lo hago en la distancia por vos si no lo estás haciendo. Deberías.

Decía antes de que la veas que El otro señor Hamilton estaba adelantada a su tiempo estética, narrativa e ideológicamente.

La parte estética, asumo que te quedó claro, con la utilización de esos arneses de cámara que después se vieron en (casi) todos los videoclips de los años 90 o en películas como Pi de Darren Aronofsky.

El cambio visual en los mundos que va transitando primero Hamilton y luego Wilson es notable, le roba al film noir, al expresionismo alemán y lo refunda, prácticamente.

La idea de cambiar directamente al actor para que ambos personajes fueran efectivamente distintos es una decisión riesgosa que podría haber salido como en la biopic pretenciosa esa de Bob Dylan pero sale bien.

La narrativa es un reloj suizo. Nunca sabemos realmente para dónde estamos yendo. Desde los primeros segundos. Un personaje que no conocemos que va a un lugar que ni él mismo conoce. Es todo descubrimiento. Para él y para nosotros.

Hay construcción en esa sorpresa, no el artificio berreta del spoiler actual. La sorpresa está puesta en función de la narración y no la narración construida alrededor de la sorpresa. Y quizás ese sea el principal factor por el que los boludos como yo defendemos con tanta pasión a estas películas: estaban mejor hechas, solo hay que encontrarlas y verlas.

Otro motivo de adelanto en la película es lo ideológico. Si bien Frankenheimer filmó la paranoia como pocos, en esta se ocupa del sueño americano. Y lo destruye.

Destruye la idea de la vida ideal, acomodada en la gran ciudad primero y en los suburbios después. Cómo todo eso que se anhela es nada siempre.

Una idea que se adelantó casi veinte años al boom del horror de suburbios que inició Poltergeist (1982) y siguió durante gran parte de los años 80, donde esa sensación se seguridad desparece en el que hasta hacía algunos minutos era el lugar más seguro y acomodado del mundo.

Si tuviéramos que trazar la influencia de película, nos van a aparecer varias cosas: influyó en el cine paranoico de fines de los 60 y principios de los 70, en el body horror que vino tiempo después de la mano de David Cronenberg o incluso en películas como El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) de Roman Polanski o El exorcista (The Exorcist, 1973) de William Friedkin donde el cuerpo es invadido y se convierte en un ámbito extraño, igual que el de Tony Wilson.

Y, si querés extremarla un poco: es tan grande la influencia que incluso llega a pavadas muy disfrutables como Contracara (Face/Off, 1997) de John Woo.

Como cereza del postre, El otro señor Hamilton es, además, sin dudas la película que hizo que Al filo de la muerte (The Game, 1997) de David Fincher pudiera existir. Sin sorpresa para nadie: otra película genial considerada menor por la inteligencia.

Y acá es cuando nos damos cuenta de lo importante que es, igual que ver muchas películas, poder tener la capacidad de contextualizarlas y empieza como en un capítulo de He Man, la moraleja de este newsletter.

Las películas no existen por sí solas: existen porque existieron otras antes que probaron las mismas cosas que estas están probando de manera distinta.

Eso es lo importante de la cinefilia: poder conectar. Cuantas más películas ves, más las podés conectar. Cuantas más películas viejas ves, más te vas a sorprender. Cuanto más leés sobre el contexto histórico en el que fue hecha, más fácil va a ser todo.

La cinefilia es eso. No es tan complicada. No es una lista de trivia de IMdB repetida como un loro. Los datos que están en internet van a seguir estando en internet. Tenerlos en la cabeza no tiene mucho valor real. Lo que sí tiene valor real es tener una mirada. Una mirada que no es muy difícil de entrenar. Hay que tener ganas e invertir tiempo.

Pero ¿de dónde saco todo ese tiempo? Viendo ocho películas distintas de distintas épocas en lugar de maratonear 12 capítulos de una serie que te vas a olvidar al día siguiente de verla.

No era tan difícil al final, ¿viste?

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