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132 – Un montón de témpera roja

Publicado el 28 de julio de 2022

Nidea, la verdad, si escucharás Frame Fatale. Si estás leyendo esto, asumo que andás lo suficientemente perdidx como para hacerlo. Si no, bueno, te hago una breve intro:

En el episodio que salió el lunes hablamos de una de nuestras películas favoritas: Polyester (1981) de John Waters. Siendo los tres fanáticos enfermos del “príncipe del vómito”, terminamos en un momento tocando una tangente de su obra que no exploramos del todo: su fanatismo por el “mago del gore.”

“Ah, esto se pone bueno”

Yo sabía que con la letra con sangre entra.

El punto es que Waters, creería que esto lo explicó magistralmente Diego Trerotola en las ¡tres entregas! que hizo sobre su obra en el newsletter de los martes, pasó gran parte de sus años formativos dejando de ir a la cursada en la NYU y yendo a ver reposiciones de películas europeas y a los cines de la Calle 42 a ver cuánta cosa exploitation se le pusiera delante de sus ojos.

Dentro de toda esa cosa exploitation a la que se sometía diariamente, estaban las películas de un señor que se llamaba Herschell Gordon Lewis.

Lewis, junto con un socio, habían surcado las turbulentas aguas del cine de explotación antes de llegar a la iteración que los hizo más famosos inventando género, así que vamos por partes y hagamos—

“Un poco de historia”

Gracias por el pie.

La historia de Herchell Gordon Lewis es una, como mínimo, llena de recovecos y eso, justamente, es lo que la hace tan divertida de contar.

Empezó sus años profesionales dando clases de inglés y humanidades en la Universidad de Mississippi, trabajo que eventualmente dejó para perseguir, a principios de los años cincuenta, una carrera en la radio primero y en ese invento nuevo llamado televisión después.

Como era, justamente, un medio nuevo, cualquiera que se quedara el suficiente tiempo podía hacer carrera. Y eso fue lo que Lewis hizo, llegando a “dirigir” programas de televisión, como él mismo recordaba en una entrevista “Apretando botones y encomendándome a dios.”

En el mundo televisivo conoce a un productor de nombre Marty Schmidhoffer, con quien decide abrir una compañía productora a la que bautizaron Lewis & Martin, porque Lewis & Schmidhoffer capaz no tenía tan buena lectura.

Intrigados no tanto por la imagen ni el arte sino por cómo hacer guita rápido, alguien les dijo que, a mediados de los años cincuenta, la mejor forma era “haciendo películas.”

Así fue cómo, sin mucha cosa formal pero con muchas, pero muchas ganas de hacer guita, Lewis y Schmidhoffer empezaron a tratar de entender cómo se hacían.

Y así fue cómo, también, terminaron subcontratando a otra compañía en Chicago que daba lo que hoy llamaríamos “servicios de producción” que los contactó con un guionista y un director. Bueno, o eso creían.

El resultado de la aventura fueron dos películas: The Prime Time (1960) y Living Venus (1961) que, quizás, no valga tanto la pena revisar.

En el caso de la primera, dirigida por Gordon Weisenborn —el que le habían recomendado los que hacían “servicios de producción” y que solo tiene esta película en su haber— es la historia de una chica que cae en las garras del modelaje con poca ropa, las drogas y las bandas de rock porque, vamos, eso era lo que llevaba espectadores al cine.

Sí, la película tenía un afiche irresistible, algo que Lewis y Schmidhoffer entendieron desde un primer momento.

Viendo que “cualquiera podía dirigir una de estas”, para la segunda experiencia Lewis tomó la silla del director y el resultado se estrenó al año siguiente.

Living Venus, producto de un guión comprado a medias de terminar de un guionista novato llamado David F. Friedman y completado por el propio Lewis, es la historia de un fotógrafo de una revista para adultos que, en el pico de la fama, decide dejar a su esposa y empezar a salir con una de sus modelos porque, vamos, eso era lo que llevaba espectadores al cine.

Sí, la película también tenía un afiche irresistible. Te diría que hasta acá, con ver el afiche e imaginar te va a ir mejor que viendo.

Ya estrenadas las dos películas, el distribuidor, que les debía unos cien mil dólares decide “fundirse” y nunca pagar nada. Lewis & Schmidhoffer establecieron que el cine, quizás, no era la mejor idea. O no juntos, eso es.

Solo, casi fundido y con muchas ganas de progresar, Lewis empieza a dar vueltas hasta que se encuentra con un ex jefe de distribución que se llamaba David F. Friedman, que venía de trabajar para una compañía llamada Modern Film Distributors que, como la otra distribuidora, también se había fundido.

Sí, la historia de Lewis y Friedman está mejor escrita que cualquiera de sus películas.

Sí, claro que es el mismo que le había vendido el guión a medio terminar. Quería ver si estabas atentx.

Friedman venía del exploitation más duro, de hacer películas de higiene —algún día hablaremos de ese género maldito— además de producir películas de campos nudistas porque, vamos, eso era lo que llevaba espectadores al cine.

Friedman era, además, uno de los mejores vendedores publicitarios de películas que hayan existido, al nivel de William Castle y pocos más.

Lewis y Friedman formaron una sociedad de aprendizaje mutuo, en la que el primero le iba a enseñar lo que sabía de hacer cine (?) y el segundo lo que sabía de venderlo.

Claro que la apuesta empezó volando bajito. Quizás inspirados en esos aventureros de Chicago que daban “servicios de producción”, Lewis y Friedman eran las personas a las que había que acudir si se quería algo barato y rápido.

Como no podía ser de otra manera, terminaron llevando adelante en pocos años una enorme cantidad de lo que en ese momento se llamaba nudies.

Bueno, se ve que voy a tener que explicar esto también, porque lo nombré más arriba, y capaz que es necesario.

Las nudies o nudie cuties eran muy populares a principios de los años sesenta, como una “evolución” del cine de campos nudistas. Y vos dirás ¿qué era eso? y quizás tengas razón. Eso no era más que un vacío legal: la Corte Suprema había legislado que las películas sobre campos nudistas podían ser “educativas” y por ese agujero del tamaño de un alfiler entraron toooodos los productores de exploitation con ganas de contar billetes.

De todas maneras, Lewis y Friedman se dieron cuenta que la cosa estaba cerca de terminarse —en términos históricos, tampoco estaban tan errados— y se sentaron a pensar en qué podían hacer para llevar espectadores al cine.

Empezaron a armar una lista de temas que los grandes estudios no tocarían ni con un chorro de soda y su interés se detuvo en uno solo: sangre y tripas. Lo que, no sabían, iban a llamar gore tiempo después. No lo sabían porque lo estaban inventando.

Sí, existía el Grand Guignol, ya lo hemos hablado, pero una visión casi pornográfica de la violencia física y en shockeantes colores no había pasado nunca.

Así fue como, en medio de un viaje a Miami para filmar una nudie de título Bell, Bare and Beautiful (1963) que estaba dirigiendo el propio Lewis, decidieron volverse con su película hecha también.

Sí, la nudie tenía la misma sigla de Bueno, Bonito y Barato. A veces la vida te escribe los remates. En fin, volviendo—

Así fue como, con la mitad del elenco de la otra película y todo el equipo técnico, empezaron con el rodaje de algo que no tenía guión pero sí muchas ganas.

Lewis estaba coqueteando con la idea de llamarla Something Weird, pero finalmente se decidió por un título que le sonó mucho más atractivo: Blood Feast (1964). Y ahí, justamente ahí, nació el cine gore.

Sí, la película también tenía un afiche irresistible.

Lewis se iba a sacar las ganas de usar el título en Something Weird (1967), donde alguien tiene un accidente y empieza a tener poderes y ayuda a la policía, pero esta es más de la época donde querían hacer guita con los que estaban tomando ácido y nos estaríamos adelantando en el tiempo. Volviendo a Blood Feast

La película fue hecha tan a los tumbos que Lewis le regaló el título de guionista a uno de los técnicos para que no se viera en los créditos que había hecho todo él.

Se estrenó al poco tiempo, con Friedman teniendo una de esas ideas brillantes: entregar bolsas de mareo que decían “Puede que las necesites si ves Blood Feast

La primera apuesta de la dupla fue un éxito tal que abrió la puerta del cine gore para siempre y le siguieron: Two Thousand Maniacs! (1964), Color Me Blood Red (1965), A Taste of Blood (1967), The Gruesome Twosome (1967), She-Devils on Wheels (1968) y The Wizard of Gore (1970) entre otras.

Tantas películas y tan poco tiempo. No te digo que la semana que viene sigue esto, pero deberías saber que en un momento Lewis y Friedman dejaron de trabajar juntos. Volvieron a verse recién en 2002 para hacer Blood Feast 2: All U Can Eat.

Consultado en una entrevista de mediados de los años ochenta sobre qué pensaba de la revalorización que hacía la crítica y los estudiosos sobre su obra, Lewis declaró “Me gusta entender gradualmente por otros lo que quise hacer.”

Un dato que me guardé hasta acá y solo para tirar una hipótesis: Lewis era, además de todo lo que cité en este envío, hipnotista profesional. Si usó o no sus poderes para lograr que los espectadores corrieran a los cines a ver sus tropelías sería pura especulación.

La puta que vale la pena el grindhouse.

PD: Este envío fue escrito consultando Incredibly Strange FIlms de Vivian Vale, The Psychotronic Encyclopedia of Film de Michael Weldon, Bold! Daring! Shocking! True: A History of Exploitation Films, 1919-1959 de Eric Schaefer y alguna que otra cosa más porque, digamos todo: internet es la punta del iceberg.

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