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126 – Alrededor del mondo

Publicado el 16 de junio de 2022

Bueno, si leíste el título capaz sabrás para dónde voy a ir, o quizás esa palabrita en italiano no te diga nada porque sos una persona de bien.

“¿Vas a contar una chanchada?”

Jamás. Este es un antro, pero un antro familiar.

Lo cierto es que, si bien se nombró al pasar en alguna entrega de documental y se explicó por arriba para explicar otra cosa en esta entrega épica, nunca hablé hablé de películas mondo.

“Te pusiste los largos”

Venía siendo hora. Igual, si no sabés de lo que estoy hablando, mejor. Porque la historia que vas a escuchar es fabulosa. Todo lo fabulosa que puede ser una historia de cine de explotación con ribetes de seriedad y ganadora del Oscar.

“Momento, ¿qué?”

Bueno, medio en un revoleo, pero sí. Eso en un rato. Antes vamos a tener que—

“Viajar en el tiempo hasta el año…”

1963, gracias por el pie. Si bien la película tiene años que se contradicen dependiendo la fuente —se la sindica como de 1961 y 1962— está claro que el boom fue en 1963.

Independientemente del año, dos directores italianos habían decidido hacer un documental escandaloso, que titularon Mundo perro (Mondo cane, ¿1961? ¿1962? ¿1963?), en italiano un insulto menor, comparable con “en la p*ta vida”: sus nombres eran Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi. Sí, es imposible inventar nombres mejores.

Había un tercero, nuevamente de acuerdo a la fuente, llamado Paolo Cavara, pero era más un “cedente” de imágenes que otra cosa.

El documental, vendido de manera explotativa, mostraba costumbres extrañas alrededor del mundo, filmadas por Jacopetti y Prosperi o descartes de otros documentales, como los de Cavara.

¿Y qué mostraba, te preguntarás?

Bueno, gente usando joyas con insectos vivos, gente comiendo otros insectos, rituales de pueblos originarios, animales atacando humanos, humanos atacando animales, alguna que otra mujer con poca ropa, y un largo etcétera.

Por lo que se puede saber a la fecha, gran parte del material mostrado en Mundo perro era real, algo que no pasó mucho después, pero no nos adelantemos.

La idea no era nueva, de hecho, para entender lo que Jacopetti y Prosperi habían hecho, hay que irse casi al origen del cine cuando los primeros documentales eran meras puestas en escena.

De esta época es In the Land of the Head Hunters (1914) de Edward S. Curtis que “retrataba” la vida del pueblo originario Kwakwaka’wakw en la zona de Columbia Británica en Canadá.

Y no era esto solo, en los años cuarenta empezaron a aparecer cosas que se podrían considerar a todas luces “revoleos” con imágenes documentales de “una tribu del Congo” que entregaban una mujer a un gorila en una ceremonia.

Claro que se descubrió que la tribu eran actrices blancas con la cara pintada y el gorila era de un zoológico de California y, bueno, ¡qué hermoso es el cine!

Pero esperá que hay una más de los tanos. Mundo perro fue tan, pero tan popular que terminó con una canción nominada y ¡ganadora! del Oscar: More, del querido Riz Ortolani, una adaptación de la canción pop Ti Guarderò Nel Cuore, que después tuvo covers hasta de Frank Sinatra.

Sí, probablemente la hayas escuchado antes. Sí, habías llegado al cine mondo y a Ortolani sin saberlo. No, me voy a dar manija hablando de bandas de sonido italianas. No hoy.

Como dije hace un instante, Mundo perro no fue la primera ni por asomo, pero si la primera que “la pegó, pegó” y terminó abriendo una puerta prácticamente infernal. Porque, con posterioridad a su estreno, a todo productor con un poquito de ganas de progresar se le prendieron unos signos pesos en los ojitos y  cualquier compilado de extrañezas y con “Mondo” en el título era trinchera.

Así fue como aparecieron Mondo Nudo (1963) de Francesco De Feo, Mondo Infame (1963) de Roberto Bianchi Montero, Mondo Pazzo (1963) de Jacopetti y Prosperi estrenada en algunas partes del mundo como Mondo Cane 2Mondo Balordo (1964) de Roberto Bianchi Montero con un Boris Karloff crepuscular haciendo de maestro de ceremonias en la versión norteamericana, Ecco (1963) de Gianni Proia y I tabù aka Taboos of the World (1963) de Romolo Marcellini, entre otras.

Sí, cuando digo que el 63 fue intenso es porque lo fue.

Ese “entre otras” refiere a “documentales” que seguían una línea de “generalidades” como Mundo perro.

Generalidades y escenas más falsas que un dólar celeste, por supuesto.

El mondo, como todo subgénero explotativo, no tardó en tener “especialidades”: Mondo Teeno aka Teenage Rebellion (1967) de Norman T. Herman y Eriprando Visconti y Mondo Mod (1967) de Peter Perry Jr. hablaban de adolescentes junto a Mondo Hollywood (1967) de Robert Carl Cohen, también conocida con el hermoso título de Hippie Hollywood: the Acid Blasting Freaks.

Claro que lo que más interesaba siempre era el sexo y las especializadas en eso fueron Mondo Oscenità (1966) de Joseph P. Mawra, Mondo Rocco (1970) de Dale Holland, Frank Newcomb y Michael Redd, Hollywood’s World of Flesh (1963) de Lee Frost y Hollywood Blue (1970) de Michael Benveniste, un extraño compilado de stags y material de prensa de actores famosos que hizo que la película figure con ¡Mickey Rooney! en el elenco, entre varias otras.

Era tal la fiebre del mondo que incluso películas narrativas tuvieron la palabrita en el título: Mondo Keyhole (1966) del querido Jack Hill y John Lamb, Mundo Depravados (1967) de Herb Jeffries y hasta Mondo Topless (1966) del querido y nunca bien ponderado (?) Russ Meyer.

Y bien podríamos decir “Igual hasta acá todo bien”, porque lo que vino después, bueno, lo empiezo a contar ya.

Porque en un momento el tímido mondo se puso los largos como un servidor hoy para hablar de él y se convirtió en algo bastante más sincero, visceral y brutal llamado shockumentary.

Si, el nombre es hermoso, y la intención no tanto, pero por lo menos te estaban avisando.

Los shockumentaries estaban hechos para ofender, shockear y conmover a los espectadores, no “conmover” como conmueve una película de llorar, sino conmover en el sentido más primario de la palabra, explotando los costados más morbosos —y un poco curiosos, para qué mentir— de la sociedad, poniéndola en un lugar de voyeur privilegiada de toda esa inmundicia que le venían a mostrar siempre, invariablemente, “por primera vez en la historia.”

El shockmentary, igual, se convirtió en un gran paraguas que incluía no siempre pero a veces sí: muertes accidentales, desastres naturales, películas de forenses fuera de contexto y alguna que otra escena de burlesque.

“Me estás contando un sueño erótico de Rolando Graña”

Sí, pero muchos años antes. Estos fueron los pioneros.

“Como Lucho”

No me hagas ir por las ramas, por favor.

Estábamos con el shockumentary, y todavía no ha llegado lo peor. Porque las audiencias —o los productores, que si no vamos a caer en la de “y qué querés si el público quiere ver equis” que es la justificación de la ignorancia más grande en la cartelera de los últimos años— querían ver más, estaban sedientas (os) de sangre.

Y así fue cuando lo que era hasta ahí el último escalón en la pirámide de la dignidad humana dio un pasito más y apareció el death film.

Si, si las anteriores tampoco te dieron muchas ganas de explorarlas porque ni da, acá no te metas, pero vale la mención.

Quizás se podría fichar el comienzo del death film en una película inolvidable —y digamos todo 99% falsa— llamada Rostros de la muerte (Faces of Death, 1978) de Conan LeCilaire, que no era otro que el exploitator supremo John Alan Schwartz.

Lo que hizo Schwartz en Rostros de la muerte fue tener escenas de muertes reales —generalmente material de noticieros, incluyendo la decapitación de Vic Morrow y los chiquitos vietnamitas durante el rodaje de Al filo de la realidad (The Twilight Zone, 1983)—, un montón de puestas en escena truchísimas y la aparición de un médico forense que hilaba las viñetas de nombre Francis B. Gross (si hablás inglés sabrás que no es para tomarse nada en serio)

La película fue un éxito, y se colgaba las cucardas en su campaña publicitaria de todos los países en los que había sido prohibida, siendo probablemente el principal Inglaterra en el polémico período de las video nasties, pero de eso ya hablamos.

El death film encontró un terreno propicio con el boom del video, sobre todo en los comienzos del mercado donde no había mucho control de nada.

¿Era un horror? Sí, pero no por eso se lo debe sacar de la historia.

Pero volvamos para atrás un instante, porque para mediados de los años setenta, todo se convirtió en una enorme leyenda urbana con la invención del snuff.

“Pero el snuff existe”

Bueno, para eso mejor leer esta entrega que ya te linkeé más arriba, pero digamos que todo el mundo estaba muy intrigado con si existían o no, y es el día de hoy, cincuenta años después, que estamos esperando que aparezca uno. No porque lo queramos ver, pero sí para decir “Ah, estaba equivocado, no era una leyenda urbana.”

Volviendo al mondo y su hijo prodigio el shockmentary, funcionó como una enorme influencia en un cine del cual ya hablé en algún momento, no me acuerdo si acá o en el de los martes que es el cine de caníbales.

Sí, eran películas italianas, pero no dejes que el cine europeo te desaliente de consumirlo por pretencioso (?)

El cine de caníbales mostraba “imágenes encontradas” y técnicamente reales de equipos de documentalistas siendo atacados por tribus primitivas que—

Sí, bueno, Holocausto caníbal (1980) de Ruggero Deodato y todas las que se hicieron en ese año y el siguiente en rápida sucesión.

¿Pero por qué me voy hasta acá? Bueno, porque la película de Deodato, que podría ser “condenable” en términos modernos y woke si se quiere por su tratamiento de los animales más que nada, fue madre del luego llamado found footage.

Esto es: no hubiéramos tenido nunca El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez ni todos sus productos derivados si no hubiera existido Holocasuto caníbal y, sobre todo, si no hubiera existido el mondo, el shockumentary ni el death film.

Pero esperá que hay una buena: quizás lo más interesante de este género —o géneros— tan poco edificantes sea pensar que hoy, sesenta años después de la primera más o menos exitosa, muchas de las cosas que se mostraban como “extrañas” —sobre todo en el terreno sexual— no son más que una demostración de pacatería de los realizadores que se creían “de avanzada” por mostrar algo, en claro tono explotativo, condenándolo.

Lo cual, invariablemente, nos lleva a pensar que cada vez que veamos a alguien subido al banquito de la superioridad cuestionando con los valores del presente cosas del pasado y queriendo cancelar y prohibir, quizás esté bueno pensar que dentro de unos años seguramente nos estemos riendo de su pacatería también.

Para reflexionar (?)

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