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116 – Un libro maldito

Publicado el 7 de abril de 2022

Como decía en la intro, se ha hablado varias veces en estas entregas de Stephen King. Recuerdo tres muy específicas —si fueron de martes o jueves, a a esta altura, me escapa—: la vez que hablé de Ocho días de terror (Maximum Overdrive, 1986), la película que no recuerda haber filmado, la vez que se habló sin tapujos de Cujo (1983), una película con más problemas que los Pérez García y hace poco, cuando terminamos hablando de El resplandor (The Shining, 1980) de rebote para desenmarañar si el hombre había llegado o no a la Luna.

Sí, llegó, era un juego. Lo aclaré esa vez y lo aclaro ahora, porque el terraplanismo es mi límite (?)

Pero no nos desviemos. Y hagamos un poco de historia, que probablemente sea bastante conocida:

Para el momento de la publicación de Carrie, su primera novela, King había pasado —y sigue pasando— gran parte de su vida escribiendo sin parar. Cuenta la leyenda que tiene una conducta de escribir de lunes a lunes hasta tener seis páginas por día, pase lo que pase y esté como esté.

(Muchas de estas cosas están clarísimas en Mientras escribo, paradójicamente su mejor libro y uno de los pocos de “no ficción” en su extensa bibliografía, del cual algún día hable con más profundidad si me llego a volver a meter en esos hoyos de narrativa que me meto cada tanto.)

Pero volvamos a esa primera publicación. Para cuando Carrie salió a la venta en 1974 fue un éxito inmediato al que le siguieron otros éxitos inmediatos —e incluso mayores— como fueron El misterio de Salem’s Lot en 1975 y El resplandor en 1977.

Ya casi en ese momento empieza la relación de King con el cine, porque Carrie fue comprada para adaptación de inmediato y resultó en la película de Brian De Palma de 1976 y las otras siguieron el mismo camino, Salem’s Lot como miniserie para televisión en 1979 y El resplandor como, bueno, ese clásico de la historia del cine de 1980.

Y es en ese momento de éxito total —que nadie sabía muy bien si se iba a sostener en el tiempo, algo que podemos entender recién ahora viendo el macro de la historia— que King se da cuenta que había estado diez años escribiendo previo a la publicación de Carrie y que tenía cajones y cajones de manuscritos listos para publicar y que las masas devoren.

Pero, como pasa en las historias que cuento habitualmente con películas cuando un autor (odio el término, imagino que con 116 entregas ya lo tendrás claro, pero quedaba bien acá) se enfrenta con un productor —en ese caso en el formato “escritor” versus “editorial”, sus planes no fueron bien recibidos.

Por ese entonces las editoriales tenían la idea de que un escritor de la magnitud que estaba empezando a tener —y, obvio, terminó teniendo— King debía publicar solo una novela por año. Algo que, con su producción desatada previa y que no se detuvo ni hasta el presente, parecía un poco difícil de contener.

Obvio que hubo miles de reuniones donde King intentó hacerles entender sin mucha suerte. Y ahí, justamente ahí, fue cuando se le ocurrió desdoblar su personalidad.

Porque King no podía publicar como King, pero nada le impedía publicar con un seudónimo. Un seudónimo que, además, lo ayudaría a entender si la gente apreciaba su obra sin saber que venía de él, porque estaba pasando por un período donde dudaba si lo suyo era suerte o talento.

Harto de las negociaciones y las dudas, King le envía un manuscrito a los que se ocupaban de publicar sus novelas en tapa blanda: New American Library, y con la complicidad de su representante Kirby McCauley y de la editora Elaine Koster —que ocultó a sus jefes quién había escrito la novela realmente— fueron para adelante con el plan.

Así fue como nació, en principio, Gus Pillsbury, que detentaba el apellido de la abuela de King y fue cambiado a último momento cuando se corrió el rumor de que se trataba de él, casi con el primer libro en imprenta —que también sufrió un cambio de título también para despistar— por el de Richard Bachman: Richard por Richard Stark, el seudónimo del escritor de policiales Danald E. Westlake y Bachman porque justo estaba escuchando a Bachman-Turner Overdrive cuando tomó la decisión.

Sí, claro que Bachman tenía foto y todo. Su cara era la de Richard Manuel, el corredor de seguros del representante de King, que estaba metido en la aventura.

Los libros de Bachman salieron solo en paperback (“pasta blanda”, como se suele llamar acá a los libros que no son de tapa dura), un mercado de novelas más rápidas y, si se quiere, menos prestigiosas.

Así fue como Bachman, en una relativamente prolífica sucesión y casi como un escritor de pulps en los años cincuenta, sacó a la venta RabiaLa larga marchaCarretera maldita y El fugitivo entre 1977 y 1982.

Guardate uno de los títulos, porque te va a venir bien en un rato.

El éxito de Bachman era módico, pero logró tener una cierta cantidad de seguidores que lo consideraban un escritor de culto.

Tanto que King se había ocupado de crearle una biografía a su medida: había sido guardia costero, marino mercante y ya retirado se había ido a vivir al campo donde tenía un tambo familiar que atendía de día y escribía de noche. Estaba casado con la mujer que había sacado la foto de solapa de su libro, habían tenido un hijo que había muerto de manera muy Cementerio de animales a los seis años y, como frutilla del postre, la bio, agregaba que había sufrido un accidente que le había deformado el rostro y que por eso no daba entrevistas presenciales.

Pensado hoy parece una pavada y habiendo leído a King y su estilo característico, es medio dificil de creer que nadie se hubiera dado cuenta de que era él mismo haciendo todo, pero la estrategia estaba bien pensada: si bien estaban todas dentro del género del horror, las novelas de King solían tener un elemento fantástico que las de Bachman no.

Hasta que llegó Maleficio en 1985.

Maleficio rompía dos acuerdos tácitos en el contrato anterior: el de “King sobrenatural, Bachman no” y el de que no era una novela que había estado cajoneada mil años: era un King bastante reciente, porque su prolificidad seguía a la orden del día y Bachman estaba lleno de proyectos.

Un librero llamado Stephen —¡justo— Brown que trabajaba en Olsson’s Bookstore en la ciudad de Washington DC y era fanático de la obra de ambos se empezó a hacer preguntas.

Y todos sabemos que un nerd con iniciativa solo puede terminar en un hoyo investigativo y con un montón de respuestas.

No tardó en descubrir que tres de las cuatro novelas de Bachman estaban a nombre de Kirby McCauley, el representante de King y que Rabia estaba anotada en la Librería del Congreso por el propio escritor. Un error de “novatos”, quizás pensando que nadie se iba a hacer tantas preguntas.

Así fue como Brown le envió una carta a McCauley, explicándole que era todo un juego, que no se preocuparan, que su secreto estaba seguro con él, pero que quería saber si lo que había descubierto era cierto.

Lejos de ver esto como una amenaza, un día sonó el teléfono en la librería de Washington. King estaba del otro lado de la línea y abrió diciendo:

— Hola, Steve Brown, habla Steve King. Vos sabés que soy Bachman, yo sé que soy Bachman… ¿qué vamos a hacer con esto? Hablemos.

Brown, escuchando todo, no sabía qué pensar. King finalmente rompió el hielo y le confesó que venía pensando en sacarse de encima el alias y que juntos tenían que encontrar la mejor forma de hacerlo, dándole el crédito por el descubrimiento.

La forma que finalmente encontraron fue que Brown escriba un artículo para el Washington Post, donde contaba toda la verdad, entrevistando a King.

La noticia se esparció como un incendio forestal y las novelas de Bachman no tardaron en convertirse en bestsellers.

Maleficio, que había vendido unos veinte mil ejemplares desde su publicación, multiplicó sus ventas por diez en pocos días.

Lo cierto es que el miedo de King a que no lo quisieran si tenía otro nombre ya estaba lejos de ser cierto, las novelas de Bachman funcionaban hasta cierto punto, pero funcionaron mucho más después.

Existió en él también un deseo de haberla seguido un tiempo más: nunca terminó de saber si ese “suerte vs talento” era tan así, al punto de que cuando habló con Brown estaba trabajando en lo que iba a terminar siendo Misery como una novela de Bachman. Llegó a verlo asomar la cabeza, explicando en una entrevista que, mientras recibía unas sesenta cartas de fans por semana, Bachman recibía unas dos o tres al mes.

Quizás lo más hermoso de la aventura de Bachman haya sido una reseña de uno de sus libros donde un crítico, resbalando con la cáscara de banana —cuándo no— dijo “Esto es lo que escribiría Stephen King si Stephen King pudiera escribir.”

Sí, es hermoso.

Los libros de Bachman se reeditaron bajo el nombre de King. Quizás el más famoso de los volúmenes compilatorios fue el que incluía las primeras cuatro novelas, una edición hecha a las apuradas medio para tantear el terreno que se convirtió en un bestseller automático, echando por la borda la teoría de “un libro por año” de los editores que estaban para esa altura más en un plan “¿qué si tengo o si quiero?” que otra cosa.

Las novelas, luego del éxito, fueron editadas por separado, pasando a formar finalmente parte del corpus de obra de Stephen King, con el agregado en tapa “como Richard Bachman”.

Bachman no solo hizo todo lo anterior, también destrabó el mantra de “un libro por año” de la editorial con King llegando a publicar ¡cuatro! en menos de 365 días.

Claro que el chiste no terminó en la nota, a la biografía antes citada, la editorial decidió sumar un comunicado de prensa que explicaba que Bachman “Habría muerto de un extraño tipo de cáncer de seudónimo”.

Bachman además, y si leíste a King sabés, es la base para La mitad siniestra, su novela de 1989.

Bueno, hasta acá una linda historia de detectivismo y casualidad que, para colmo, sale de la mejor manera. Pero esta entrega, habrás visto, tiene un título ominoso. El de la novela que te dije que te guardes más arriba, sin decirte cuál era.

Los que leyeron mucho King lo saben y hasta les pueda parecer una obviedad, pero la idea de estos envíos es abrir cabezas, así que te lo digo: la novela era Rabia.

Una novela que, obvio, podés comprar nueva (creo) y usada (seguro) acá sin ningún problema, pero que en Estados Unidos puede que se te haga cuesta arriba. Bueno, todo lo cuesta arriba que se te puede hacer conseguir algo de lo que se editaron millones de ejemplares.

Lo cierto es que desde 1997 Rabia está fuera de imprenta, algo que no pasa con ningún otro libro de King nunca, y es por una decisión de su propio autor, que considera que el libro ha hecho mucho daño.

Para entender esto quizás haya que recurrir al drama de las sinopsis, y lo haré con toda la gracia que pueda: la novela cuenta la historia de Charlie Decker, un estudiante secundario que es echado del colegio por varias inconductas y termina matando una profesora y tomando de rehenes a sus compañeros a punta de pistola.

Sí, si vivís en Estados Unidos, capaz que las balas te pasan muy cerca.

Lo que motivó a King a sacar el libro de imprenta no fue la idea de que “en una de esas esta novela le da ideas a alguien” sino no uno, ni dos, ni tres, ni cuatro: cinco hechos concretos.

Y acá, justamente acá. es cuando esta entrega que ya no era de cine, pasa a ser una de true crime. A mí me jode cero, espero que a vos también, porque—

El 26 de abril de 1988 Jeffrey Lyne Cox, un estudiante en la San Gabriel High School de San Gabriel, California, llevó un fusil semiautomático a clase y tomó de rehenes a unos sesenta estudiantes durante media hora. Un amigo de él confesó que lo había hecho porque estaba obsesionado con los secuestros de aviones (que por aquel entonces estaban a la orden del día) y por la novela Rabia de Stephen King.

El 18 de septiembre de 1989 Dustin L. Pierce, un estudiante en la Jackson County High School de McKee, Kentucky, fue con una escopeta a clase y tuvo de rehén a una clase entera por nueve horas, sin tener que lamentar heridos. La policía encontró una copia de Rabia en su cuarto.

El 18 de enero de 1993 Scott Pennington, un estudiante de la East Carter High School en Grayson, Kentucky, llevó un revolver a clases y mató a su profesora de literatura y a un empleado del colegio, enojado por la mala nota que le había puesto a su análisis de… Rabia.

El 2 de febrero de 1996 Barry Loukaitis, un estudiante de la Middle School en Moses Lake, Washington entró armado a su clase álgebra, mientras citaba algo erróneamente lo que el personaje de Charlie Decker decía en Rabia cuando hacía lo mismo. La cosa terminó con dos muertos y varios heridos.

El 1 de diciembre de 1997 Michael Carneal , estudiante de la Heath High School en West Paducah, Kentucky disparó contra ocho estudiantes, matando a tres de ellos. En su locker encontraron una copia de Rabia.

En 1997 King decidió sacar el libro de circulación por motu proprio.

Es importante decir que King tampoco se sintió “culpable” del daño que su novela habría causado —este potencial es crucial, en el fondo sería como culpar a los Beatles de los crímenes del Clan Manson—, pero sí lo suficientemente responsable como para que la novela, eventualmente y con el paso del tiempo, desaparezca.

En otro de sus pocos trabajos de “no ficción”, un Kindle Single llamado Guns de 2013, King habla de Rabia y aclara: “Que está fuera de circulación y está muy bien que así sea.”

A la publicación le siguieron varias donaciones onerosas a fundaciones que controlan el uso de armas en Estados Unidos, incluso a pesar de que King tiene tres armas a su nombre.

¿Creo que la cancelación es la solución? Si leés esto seguido sabrás que la respuesta es un no rotundo.

¿Me parece que la decisión de King es la correcta? Siendo él quién decide por su obra, más vale que sí, sobre todo porque ¿quiénes somos nosotros para juzgar los actos ajenos?

¿Te dieron ganas de leer Rabia si no lo hiciste ya? Es razonable, siempre y cuando no vayas después a una armería.

Este es el mensaje de paz de Míralos Morir. Seguime para más consejos (?)

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