Skip to content

107 – Algunos nacen así, con el corazón ortiba

Publicado el 3 de febrero de 2022

No sé si habrás sido oyente de este podcast de historia del cine que hice pre pandemia.

“Empieza metiendo un chivo. De no creer.”

Pero si lo fuiste, sabrás que Thomas Alva Edison no está entre los personajes más queridos de la historia del cine.

“Pero inventó el…”

Bueno, ahí es dónde empieza la letra chica. Porque “inventó”, capaz, es un término medio amplio para Edison y el cine. No para la lamparita, pero sí para el cine.

Edison era un empresario. Y uno muy hábil, eso no tiene discusión.

Hace algunas (o varias, o muchas, andá a saber) hablé sobre la apuesta que había iniciado el cine. La del millonario Eadweard Muybridge que, con tal de tener razón con que un caballo en algún momento tenía las cuatro patas en el aire, terminó en el invento de la cronofotografía y, por derivación, de la imagen en movimiento.

Si, la timba y el cine vienen desde siempre, no es una cosa de distribuidores locales y los últimos años.

El invento de la cronofotografía hizo varias cosas: la primera que todos se sorprendieran, la segunda que muchos se hicieran preguntas y la tercera, y quizás más importante: que algunos intentaran hacer algo con eso.

Igualmente, el tema de la cronofotografía estaba, en un principio, reservado a estudios científicos del movimiento humano y de los animales. Claro que, en paralelo había muchos usuarios de zootropos querían nuevas imágenes para alimentar a sus aparatos.

Y, como aprendimos muchas veces, donde hay un agujero hay un poncho y el mercado se inundó de breves secuencias de 16 cuadros con animales y humanos en movimiento.

La noción de que hubiera guita detrás de esta pavada, hizo que varios levantaran la ceja y se les prendiera la lamparita.

Y bueno, “lamparita” y Edison se escuchó bastante en la historia hasta acá.

Sí, podríamos argumentar un “Ah, pero Tesla…” con cada “invento” de Thomas Alva y medio que tendríamos un poco de razón. Pero, como dije un poco más arriba, Edison era un empresario que ponía a otra gente a inventar cosas, se quedaba con el crédito y, lo más importante, con la patente.

“Una onda Steve Jobs”

Si nos queremos poner tecnicistas y polémicxs, sí. Por qué no.

Edison y el cine es una relación que en términos de hoy podría considerarse tóxica. Fue un abanderado de su avance y un palo en la rueda de dimensiones épicas por partes iguales.

Edison venía de “inventar” el fonógrafo y quería ir por más. Se había obsesionado que si ya estaba el sonido, lo siguiente tenía que ser la imagen y mandó a uno de su equipo a hacer las investigaciones necesarias.

Ese alguien era William Kennedy Dickson, el “Ah, pero Tesla” del cine. El hombre que realmente inventó las cosas.

Dickson puso manos a la obra y no tardó en lograr algo parecido a la sensación de movimiento con un aparato que bautizó como el kinetógrafo. Edison, más vale, lo patentó a su nombre en 1891.

El invento resultó revolucionario, pero bastante poco práctico.

Porque el “futuro del cine” era un mamotreto de cuatrocientos kilos, que no se podía mover mucho y cuya única gracia era tomar imágenes de lo que tuviera puesto adelante.

Y por “puesto adelante” digo exactamente eso: cada cosa que se tenía que filmar debía trasladarse adonde estaba el aparato.

Sí, pensado desde hoy con celulares en los bolsillos causa gracia, pero para fines del siglo diecinueve esto era el iPhone mil.

Tratando de lidiar con la inconveniencia de “llevar las cosas a la máquina y no la máquina a las cosas” Edison se abrió unos estudios en su Nueva Jersey natal y esto de la costa este de los Estados Unidos va a ser clave para lo que que va a pasar después.

“Ahí volvió el gordo suspenso.”

Nunca se fue.

Los estudios de Edison filmaban “cosas que se mueven”, algo que difícilmente podría considerarse cine todavía. Pequeños cortos de segundos de duración de animales, bailarines, magos y números de vaudeville de dudosa calaña. Y con la máquina prendida sin parar, llegó a filmar arriba de mil.

Claro que no había una forma muy concreta de que todo esto se vea. Ahí fue cuando Edison “inventó” mandar a Dickson a que volviera con una forma de exhibición de todo este material apasionante.

Y Dickson fue y volvió con kinetoscopio. Edison, de más está decirlo, lo patentó en 1893.

El kinetoscopio era como un aparador de la casa de tu abuela con una mirilla en la parte superior. En su interior corría una película de un minuto con algo que se movía.

Apasionante, si. Lo sé.

Los kinetoscopios no tardaron en inundar locales de las grandes ciudades y todos estaban dispuestos a poner una moneda en ellos para ser parte de ese espectáculo solitario.

Muy pronto, los dueños de estos locales, que se llamaban nickelodeons en honor al mote que tenía la moneda de cinco centavos que alimentaba a las máquinas, se dieron cuenta que podían ganar mucho más dinero si vendían alimentos y bebidas a los concurrentes.

“Como en los cines ahora”

Tú lo has dicho.

Edison quería más, específicamente que de un espectador pudiera ver lo que la máquina proyectaba y le pidió a Dickon, que para ese momento tenía los huevos arriba de una carretilla de hacer todo y que el mérito —y sobre todo la patenta— fuera para el otro de ver la forma de implementar esto.

Dickson, en lugar de poner manos a la obra, puso los pies en polvorosa y se fue a trabajar con una de las (pocas) competencias que Edison tenía hasta ese momento: la Biograph.

Edison creía tan poco en todo esto, que le puso a su compañía Edison Manufacturing Company, porque, en el fondo, eso era lo que hacía: fabricar.

Claro que había otros en el horizonte que quizás sí creían un poco más en todo esto. Los de American Mutoscope Company, rebautizada como American Mutoscope y luego como Biograph Company, a la que todos terminamos conociendo como Biograph.

A diferencia del “Manufacturing” de Edison, los de Biograph se podrían considerar uno de los primeros estudios “independientes” que existieron. Esto es, independientes de Edison.

Los productos que filmaba Biograph eran distintos a los de Edison, que simplemente se conformaba con un “Miren, se mueve”: buscaban actos de circo, sketches cómicos y demás cosas vistosas, tenían una idea más parecida al espectáculo que a la novedad.

Para principios de siglo, no solo Biograph estaba en el horizonte. Y Edison seguía queriendo vender el “Miren, se mueve” nomás y ganar plata de todas las cosas que patentaba, muchas veces por llegar primero a la oficina.

Edison había logrado hacer cerrar, a fuerza de carta documento con una pasión que solo se le vio a Ana Rozenfeld, a casi todos los fabricantes de cámaras que se parecieran incluso solo un poco a las que él vendía, y había logrado contratos de exclusividad de compra de material fílmico absolutamente leoninos.

A todos menos a la aldea gala irreductible (?) de Biograph.

Ese mismo año, Biograph lanzó un sistema de proyección. Edison tenía uno propio ya, porque se lo había copiado de los Lumiére, que para ese entonces ya habían inventado el cine como lo empezamos a entender, pero estaba furioso.

Y ahí, justamente ahí, empezó la historia de un litigio histórico, el de Edison contra Biograph, que duró ¡seis años!

“Ya mismo agarro el pochoclo.”

El hubris de Edison llegó a su pico en julio de 1901, cuando un juez le dio la razón en el juicio que le había iniciado a Biograph por usar cámaras de cine que, decía, él mismo había inventado.

Biograph apeló la sentencia y siguió haciendo películas como si oyera llover, mientras otros productores con menos cintura y plata para pagar abogados directamente cerraron y se fueron del país.

Para que se entienda: según el veredicto, todas las cosas que fueran parecidas a hacer una película tenían que pasar por Edison, y éste tenía que cobrar regalías.

“Algunos nacen así, con el corazón ortiba”

Verdad. La apelación salió a favor de Biograph en 1902, con lo cual que Edison tuvo que volver a boxes y someter al tribunal todas esas patentes que, decía, se estaban vulnerando.

Con el tiempo de su lado Biograph creció, empezó a ofrecer material en 35mm —sumándolo al de 70mm del que se ocupaban principalmente, un formato que Edison jamás tocó— y creció ampliamente como compañía.

La mayoría de las productoras que habían cerrado, volvieron a abrir y volver al país, viendo que la cosa estaba cambiando.

Edison contraatacó, esta vez no con un juicio, sino con producciones que solo él podría pagar, pero los otros no se la iban a hacer fácil. El tema del copyright estaba en pañales y sus competidores empezaron a duplicar sus películas y venderlas más baratas.

Y ahí fue cuando Edison se dio cuenta que tenía que patentar lo que se veía también, mientras estaba vendiendo copias de películas francesas de Pathé sin haber pagado ni medio derechos.

“Pero esto es una guerra de manteros”

Y bueno, un poco sí.

Tras años de idas y vueltas y varios reveses judiciales Edison, con la cola entre las patas, se reunió con los enemigos que no había podido destruir y con un “Muchachos, unámonos mejor” que —por un corto período de tiempo— fue bienvenido.

Juntos formaron la MPPC o la Motion Picture Patents Company, que traducida sería algo así como la Compañía de Patentes Cinematográficas, que quería tener un monopolio total del negocio, desde la fabricación del material virgen hasta la puesta de la película en salas.

Claro que los exhibidores y los distribuidores, junto con algunos productores que por aquel entonces se podrían haber considerado “independientes”, entres los cuales Carl Laemmle que iba terminar fundando Universal, no estaban tan seguros.

Por ponerlo en términos terrenales, si hubiera habido grupos de WhatsApp en esa época, ya se hubieran abierto uno sin Edison.

Este nuevo grupo no tardó en juntarse también formando la IFPC, que traducida sería algo así como la Asociación Protectora del Cine Independiente. Y ahí, justamente ahí, fue cuando se pudrió todo de verdad.

¿Te acordás cuando hace un rato te dije algo de la costa este y que iba a ser importante en un rato? Ese rato es ahora.

La mayoría de los distribuidores estaban en la costa oeste de los Estados Unidos. Más precisamente en San Francisco. Esto tenía una razón muy simple: era el exacto opuesto de donde estaba el imperio de Edison.

Siguieron múltiples partidas de este TEG de las patentes y los derechos adquiridos, y finalmente, ganaron los buenos.

Edison tuvo que ceder y los independientes se quedaron lo más lejos de él posible.

Tanto que se decidieron por una base de operaciones relativamente cercana, que les daba muchos beneficios desde los geográfico: buen clima todo el año, casi total ausencia de lluvias y una más que vamos a contar en un momento. El lugar, que para aquel momento era un desierto sin mucho para dar era Hollywood, California.

Dijimos que había una razón más para ubicarse tan abajo en el mapa de la costa oeste: la cercanía con México les permitía, ante un nuevo embate de el loco de las patentes, escapar al país vecino y seguir con su operación en un lugar donde las leyes podían tardar más en alcanzarlos.

Y todo por culpa de Edison, que no inventó Hollywood, ni pudo patentarlo, ni casi que inventó nada, pero a fuerza de ser como era, terminó formando una industria que terminó mirando de afuera.

Compartir