Quizás sea lógico empezar explicando brevemente qué es un trigger warning para lxs que no hablan “internet” o “nuevas generaciones”
Si nos atenemos a lo que dice Wikipedia —no le pienso dar más profundidad que esto, por lo poco serio que me parece todo— un trigger warning es “una advertencia de que un trabajo contiene escritos, imágenes o conceptos que pueden ser angustiantes para alguna gente.”
Claro que esta definición tan general —y, por consiguiente, tan amplia— hace que un trigger warning sea todo y a la vez nada, pero no nos adelantemos.
Porque si algún escrito, imagen o concepto puede ser angustiante para incluso solo alguien en algún lado, estamos hablando de prácticamente todo.
Y eso, queridx amigx, es justamente bajo el estado de las cosas que estamos viviendo. Porque yo puedo hacer un chiste de Boca sin un trigger warning y que un hincha del azul y oro se sienta agredido.
¿Estoy exagerando? Puede ser. Pero si no estamos parados en esa esquina ya, estamos a mitad de cuadra y caminando hacia allá.
Porque, como te imaginarás, para gustos los colores y la potencialidad de que alguien se ofenda por algo que le genera algo en algún lado —todos los “algo” y “algún” son a propósito— es bastante alta.
“¿Y qué propones? ¿Qué vuelva Polémica en el bar?”
No precisamente: de hecho Polémica en el bar sigue al aire impertérrito, hasta con un enano al que disfrazan. Justamente ese es el problema: que muchas de las cosas que “ofenden” son discusiones entre gente que piensa más o menos igual.
Lo llevo al terreno de la tele, pero: ¿alguien cree realmente que Iúdica o Feinmann o Baby van a dejar de ser así? ¿Alguien cree realmente que les va a hacer mella que alguien les diga algo? ¿Que crean que son tal o cual cosa? ¿Saben ellos lo que es, justamente, un trigger warning?
Sería muy inocente pensar así. Porque ellos, igual que los que defienden que la nueva Spiderman se estrene en el 95% de las salas del país, consideran que eso es “lo que la gente quiere.”
Lo más curioso, quizás, sea que los que sí saben qué es un trigger warning y piden que haya más y más y más, piensan exactamente lo mismo.
Los trigger warnings son, en definitiva, un fenómeno de nicho. De un mismo nicho, que va dando turnos sobre con qué ofenderse y a quién señalar como el nuevo paria. Alguien que, generalmente, piensa bastante parecido, pero justo en ese tema no.
Es el “pobres contra pobres” —o si me permite la humorada “progres contra progres”, hay que hacer trigger warnings hasta para hacer un chiste— de la corrección política.
Porque, no sería ningún hallazgo digno de un Nobel señalar que, esa corrección política, que durante años fue un commodity de “las madres preocupadas por…” de las “asociaciones cristianas de la…” y de varios sectores que se podrían considerar la derecha más recalcitrante, hoy han cambiado de bando notoriamente.
Abundan las notas en medio digitales y los hilos de Twitter que nos quieren dar cátedra sobre “el peligro” de determinados mensajes en las películas. Muchas veces explicados como si alguien de cinco años se fuera a sentar a ver Taxi Driver (1976) o incluso la última de Paul Thomas Anderson, porque alguien de un poco más de edad, seguramente se de cuenta que Travis Bickle no es un personaje para poner en la mesita de luz y que la de PTA está ambientada en ¡en los años setenta!
Hablábamos en Hoy Trasnoche la otra vez sobre el trigger warning definitivo —quizás justificado porque salió por Disn*y, pero ridículo igual— que aparece en Get Back (2020) de Peter Jackson diciendo que “hay gente fumando en plano” ¡en un material de archivo de 1968! ¡Cómo no va a haber! ¡Se fumaba más que en el Juicio a las Juntas!
Ese último no tuvo trigger warning. No fue tan grave, ¿viste?
El punto es que el concepto del trigger warning trajo consigo una horda de adalides de las buenos usos y costumbres —muchas veces autoimpuestos y autorregulados— que han hecho hasta un negocio de señalar películas, productos y personas.
Y eso, sea “por el bien común” o no, siempre va a estar mal. Señalar nunca, a menos que sea para decir “esa película está buena” o “cuidado que ahí hay caca.”
Porque, como dije mil veces, las dictaduras más sangrientas de la historia (de derecha, de izquierda) empezaron con un montón de gente que quería “el bien común” y “señalar al que estaba haciendo algo mal.”
Ese poder no debe estar nunca en manos de nadie. No para los productos culturales, eso es. Obviamente sí para cuestiones penales, crímenes y cosas realmente serias.
La mejor opción frente a algo que nos incomoda o no nos parece para nosotros es no verlo. No pedir en redes que no exista, ni mucho menos, pedir que se explique todo mucho más por si “algún idiota no entendió.”
Esto último no se dice, claro pero, a juzgar por cómo están escritas muchas de las notas de “¿Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, 1946) envejeció bien?” hablan más de conmiseración que de ganas de ayudar.
Porque, obvio, lxs idiotas que hay que cuidar siempre son lxs otrxs, no lxs que están con el dedo acusador.
Y, amigxs, siempre tendremos el efecto Dunning-Kruger sobre nuestras cabezas que, nuevamente según Wikipedia, explica que: “los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimar su habilidad en relación con la de otros. Está relacionado con el sesgo cognitivo de la superioridad ilusoria.”
Qué mejor superioridad ilusoria que pararse arriba de un banquito y gritar “racista” a un producto que tiene ¡ochenta años! como pasó con Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939) y varios ejemplos más que fueron apareciendo en lo últimos tiempos.
Pero esto no es Cómo funcionan las cosas. Más quisiera yo. De hecho, te recomiendo que te suscribas y lo leas, porque es una genialidad: acá estamos para hablar de películas.
Bueno, de una en particular que, por esas cosas de los revoleos del bit torrent, terminé reviendo en una linda calidad en comparación a la anterior vez que la había visto: en un VHS de Transmundo Video Home.
Ese flashback sí que se pudo ver, eh.
Hablo —iba a poner “por supuesto”, pero la verdad que no di ni media pista— de Preguntas sin respuestas (Q&A, 1990) del querido Sidney Lumet, una película tan de los noventa que tiene a Nick Nolte, Timothy Hutton y ¡Armand Assante! en los roles protagónicos.

í, el afiche es más feo que pegarle a una abuela.
Sí, y música de Ruben Blades, ya me voy a ocupar de esa aberración a su debido tiempo.
Lumet, de quien la querida Fer Mugica ha hablado largo y tendido en una edición de los martes (pertenecer tiene sus privilegios (?)) fue durante gran parte de su carrera denostado por ser “un director de estudio” o “de oficio”, alejado de los “grandes autores” que desarrollaron sus carreras al mismo tiempo que él.
Lo cierto es que Lumet, además de llegar a horario y hacer su trabajo, lo hacía muy bien. Mucho mejor que otros directores “de estudio” o “de oficio” de ese momento.
Existían en él varias obsesiones que se fueron desarrollando a la largo de su carrera —algo que tiraría por la borda la teoría del autor, ya que uno que no “era del club” debería haber tenido el carnet que daba la inteligencia, pero eso es para otro momento— como podían ser los medios, o el poder judicial y policial.
Preguntas sin respuestas es, si nos vamos a poner técnicos, el cierre de una trilogía en la carrera de Lumet, que había empezado con Serpico (1973) y seguido con Príncipe de la ciudad (Prince of the City, 1981).
“Se tomaba su tiempo.”
Verdad que sí.
Preguntas sin respuestas, decía, cierra la trilogía de este último tema. Y no es una película amable. Para nada.
Para los que aman las sinopsis: “un policía sucio y acomodado trata de tapar un crimen que cometió con la ayuda de sus superiores, que se ocupan de llamar a un fiscal con la menor experiencia posible —y de una familia medio polémica también— y las cosas se complican.”
Pero ese no es el “problema” (nótense las comillas, por el amor de Jehová) que tiene Preguntas sin respuestas. El “problema” (nótense de nuevo) es lo directa y “sin filtro” que es para una película de 1990.
Uno esperaría esto en algo de la época del New Hollywood, pero no de esa medianera de indecisión que existió entre el blockbuster y el New New Hollywood que llegaría unos años después. Quizás sea un exponente del proto New New Hollywood, pero tampoco me voy a poner a alargar ese concepto. No hoy.
El punto es que la película podría considerarse, para los estándares de hoy “racista” y nuevamente nótense las comillas, simplemente por mostrar personajes horribles haciendo —y sobre todo diciendo— cosas horribles.
Afortunadamente, no es una de esas que están en radar de los medios que se hacen esas preguntas —están muy ocupados viendo ¡si Mad Men es sexista!—, porque se llegan a enterar que existe y les da algo.
¿Es Preguntas sin respuestas una película racista? No tanto más que Martes 13 (Friday the 13th, 1981) una sobre el buen uso de objetos punzocortantes.
¿Nos hace sentir incómodos y no “querer” a casi ningún personaje? Claro que sí, y esa, justamente, es la magia de la narrativa, que sin explicar demasiado, sin hacer trigger warnings ni sin que nadie con un PhD en algo social haga un hilo en Twitter explicándonos lo que deberíamos discutir después de verla.
Para los estándares actuales, nada malo debería pasar en una pantalla —o por lo menos no en una grande, de esas de cine, que están llenas de películas donde, justamente nada realmente malo pasa— porque “no vaya a ser que alguien se ofenda” o “no vaya a ser que de ideas” o el “no vaya a ser” que le quieras poner, y si sucede, tienen que tener tantas explicaciones previas que, probablemente, te spoilee más que las calificaciones de N*tflix de “ojo que alguien se suicida.”
El gran problema de todo esto es que los “no vaya a ser” son prácticamente infinitos y el resultado de todo esto es una pregunta que vengo haciendo hace ya varios años y que tiene una sola respuesta posible: ¿cuándo fue la última vez que viste gente cogiendo en una pantalla de cine?
Pero volvamos un segundo a Preguntas sin respuestas.
Como pasaba con las dos anteriores en la trilogía, los personajes de esta historia son policías, abogados y criminales. Y lo que hace sabiamente Lumet es mostrarnos que, muchas veces, los que persiguen a “los malos” son más malos que los malos.
De hecho, si juntamos las tres películas, y por el período de casi veinte años que se tomó en filmarlas, podríamos tener un retrato casi documental de esa Nueva York podrida que se vio mucho en el New Hollywood y que se fue extinguiendo conforme pasaron los años.
Lumet se ocupa además de mostrar al único personaje “bueno” como alguien no funcional frente a la estructura de poder que tiene delante. Y lo hace de una manera brutal, que quizás sea la única forma de hacerlo.
La película fue remontada en su momento para su exhibición en televisión y Lumet no estuvo de acuerdo. Tanto, que pidió para esa versión aparecer con el seudónimo de Alan Smithee. Afortunadamente para todos, la copia que anda dando vueltas por ahí es la versión de exhibición en salas, la que tiene muchas cosas para señalar como “problemáticas”.
Si no sabías lo que era “un Alan Smithee” te acabo de abrir un hoyo de investigación interminable. Seguramente algún día me ocupe de su frondosa carrera.
No quiero cerrar sin hablar del elefante en el cuarto: la película tiene banda sonora de Rubén Blades, el latino más yanqui de todos los tiempos. Sí, es bastante fea al oído y se ve que a Lumet le pareció que como había “latinos” en la trama había que ponerla, sumado a que Blades estaba en un momento de popularidad alto, llegando a ¡actuar! en Depredador 2 (Predator 2, 1990) y varias más. ¿Le quita mérito al producto final? No como para arrancarse los pelos, si para poner cara de estar oliendo caca cada vez que suena.
Pero volviendo…
Por eso todo el disclaimer y la sobre explicación del principio. Porque Preguntas sin respuestas, una película que fue recibida tímidamente por la crítica en su momento —como bastante seguido en la carrera de Lumet, no nos olvidemos que la inteligencia estaba cambiándose la toallita por directores de los que hoy no recordamos sus nombres— nos puede dar una lección de que a veces los temas hay que mostrarlos y que te hagan ruido y reflexionar. Porque son películas, no libros de Schopenhauer y no hace falta que vengan iluminadxs a darnos bulletpoints sobre lo que se debería discutir cuando en realidad se están muriendo de ganas de dictaminar lo que se debería o no ver.
Obviamente, y por si hace falta aclarar, este newsletter no vota a Milei, un rancio anti todo que lo único que quiere es no pagar impuestos. Este newsletter defiende la libertad de ver lo que sea, porque esa es la única forma de que saquemos conclusiones y seamos seres lo suficientemente pensantes como para distinguir entre una cosa y otra.
Nunca prohibir fue el camino. Deberíamos haberlo aprendido de los años y años de censura que tuvimos que, irónicamente, venían del lado de la derecha y no de la izquierda, aunque esos límites están tan difusos últimamente que tampoco podríamos ponernos a señalar, como les encanta hacer a ellxs. De los dos lados.
Y te lo cierro con una nueva pregunta: ¿cuándo fue la última vez que viste una comedia no amable en cine?